domingo, 31 de agosto de 2014

SOCIEDAD Y LEYES

El derecho es conservador ya desde que Hammurabi, rey de Babilonia, decidió promulgar su código, uno de los primeros que plasmaron las leyes por escrito, con el resultado de hacerlas más fijas, seguras, mejor conocidas y de mejor cumplimiento, pero también un poco más lentas en cambiar y adaptarse a la evolución social. Que duda cabe que hay una relación mutua entre leyes y cambios sociales: éstos generan nuevas normas y las normas , por razones éticas, políticas y económicas, influyen en la conformación de la sociedad. Lo que no es posible es un choque absoluto entre leyes y sociedad, lo que suele suceder cuando las primeras se quedan viejas o la segunda se aleja de la estructura y costumbres que una vez tuvo.

Un artículo en "El País" de hoy saca a relucir el desfase entre las leyes españolas de la herencia, bastante similares a otras de la Europa continental, y la evolución de la familia. Resulta absurdo que hoy se obligue aún a dejar a los hijos los dos tercios de la herencia y sólo un tercio sea de libre disposición, medida reforzada por una fiscalidad que grava más cuanto menor sea la consanguinidad. En el artículo se explica muy bien cómo los cambios en longevidad y relaciones familiares hacen esta legislación injusta y absurda en un marco de familias recompuestas, hijos casi ancianos y parentescos mal llevados. Se trata de un esquema adecuado a la sociedad de antaño, en gran parte agraria, de herencias campesinas y familias extensas afincadas en un lugar, pero poco concorde con una post-industrial de mayor movilidad, desafección parental y riqueza mobiliaria. No se comprende muy bien por qué no se establece una completa libertad de testar, con ciertas salvaguardas para vástagos todavía menores o en situaciones de necesidad, como es ya la norma en los ordenamientos legales anglosajones. Sólo la inercia mantiene una norma que podría cambiarse con poco esfuerzo y escasa oposición.

Lo contrario es lo que pretende el Sr. Ruiz Gallardón con su absurda ley anti-aborto, engendro alumbrado para satisfacer a personajes ya obsoletos para la misma Iglesia Católica, como el Cardenal Rouco: sustituir una ley de acuerdo con las creencias y la práctica social por una legislación retrógrada que recorta los derechos de la mujer y obliga a la desobediencia práctica, bien sea con trampas legales, viajes al extranjero o clandestinidad. Una ley de estas características que pretende conformar la sociedad en contra de la corriente hace sufrir, pero no tiene posibilidades de durar mucho.

Lo mismo podemos decir de los límites artificiales a las formas de procreación modernas al alcance de todos los que desean ser padres: selección de embriones, fecundación in vitro, madres de alquiler, etc. Las prohibiciones y super-reglamentación de estas soluciones crean infelicidad, complicados problemas legales y ventajas para los más ricos, pero no impiden que se haga algo que es posible hacer y que satisface un deseo que es más una necesidad para bastantes individuos. Las legislaciones nacionales están llenas de diferencias, trabas y excepciones, pero una vez que matrimonio, sexo, fertilidad y maternidad son asuntos independientes y separados por la ciencia y la práctica, las leyes deben adaptarse a la realidad y no al revés.

sábado, 30 de agosto de 2014

PELIGRO Y CEGUERA

España es un país relativamente grande, el segundo en extensión de la UE después de Francia, es también un país pacífico, como todos los de la UE, y libre, a pesar de las exageraciones negativas que sobre esto se vierten de vez en cuando. España es también un país rico, aunque esto les parezca mentira a muchos que ahora sufren las consecuencias de la Gran Depresión, porque riqueza no significa siempre igualdad, justicia social o lo que se quiere entender a veces por esto, pero la mayoría de su población disfruta de infraestructuras, servicios, viviendas y vida material superiores a los de la mayor parte del mundo, gracias a un crecimiento que ha ido a mayor o menor velocidad según los años y los lustros, pero que ha sido notable durante más de tres generaciones.

Distancia física y mental, desconocimiento, complacencia y una considerable dosis de provincianismo producen lo que podríamos llamar ceguera internacional, enfermedad que hoy no es exclusivamente española como puede observar cualquier persona viajada, pero que se suma a las pasividades europeas ante los acontecimientos presentes y a la falta de respuesta adecuada a los peligros que acechan a estas sociedades alegres a ratos, quejosas casi siempre y confiadas en que lo peor que puede pasar es que gane las elecciones el adversario o que aumente el desempleo.

Anestesiados por una larga paz, considerable bienestar y la autocomplacencia de saberse los más modernos, tolerantes y a la moda, españoles y europeos todos parecen no percatarse de que el peligro que siempre ha estado allí crece y se desborda por las mismas causas que siempre en la larga y sangrienta historia de la humanidad: luchas tribales por el territorio, los recursos y la hegemonía.

Que a estas alturas La UE no disponga de una defensa y de una acción internacional unificadas es una debilidad aún más seria que la reticencia de sus estados a una verdadera unión económica. Una simple mirada al mapa nos muestra que una Rusia lejos de la democracia e impregnada de nacionalismo revanchista está más que dispuesta a una guerra abierta o de desgaste en las fronteras orientales, que el castillo de naipes político del Medio Oriente ya se ha derrumbado con resultados salvajes e imprevisibles, que movimientos de población continentales sacuden África y desbordan las fronteras del sur y que el centro económico se ha trasladado a Asia y al Pacífico, alejándose cada vez más del Atlántico..

Pensar que se puede continuar como siempre ante este panorama es de ilusos, que se puede ahorrar en diplomacia, defensa y esfuerzos de integración o incluso fomentar individualismos, nacionalismos y separatismos es de suicidas. El pasado no permite predecir el futuro como piensan algunos simples, pero si enseña algo es que no hay que confiar en que nada se arregle por sí mismo, justamente porque la historia se escribe diariamente por sus protagonistas y no por unos hados lejanos e incontrolables.

Se puede renunciar al futuro por centrarse demasiado en un presente impregnado de pasado, pero la realidad no perdona y más pronto que tarde podemos encontrarnos con que son los bárbaros o la barbarie los que están ante nuestras puertas. Tenemos mucho que perder, pero sólo lo apreciaremos cuando ya lo hayamos perdido.

jueves, 28 de agosto de 2014

LA TIRANÍA DE LO CORRECTO

Me ha impresionado estos días una noticia que no parece haber tenido demasiado eco en España, absorbida como siempre en dos o tres temas de intenso interés separatista provinciano o en defender el artículo de fe de que es el peor país del mundo con el peor gobierno posible. Se trata del descubrimiento en el Reino Unido de una red de abusos infantiles de larga intensidad y duración perpetrados por individuos de origen paquistaní. Las autoridades conocían en muchos casos el problema, pero se hicieron de rogar, retrasaron su actuación e hicieron la vista gorda... ¡por miedo a ser considerados racistas o anti-islámicos!

Que el racismo existe, que es una lacra y que debe ser denunciado no es algo que se pueda dudar entre individuos que se consideran progresistas, pero de la misma forma que hay personas muy retrógradas que repiten cualquier simpleza aprendida para justificar racismo, homofobia o misoginia, hay otros en el extremo contrario que por odio, ignorancia o pocas luces caen en algo similar y se niegan a ver lo que tienen delante. Es todavía peor cuando no se actúa o se critica por miedo a quedar mal, o a ser malinterpretado.

La realidad es compleja, va del blanco al negro a través de una sucesión de grises, pero la política está obligada a simplificar para reducir un poco la complejidad y garantizar que en algún momento gobiernos, instituciones e individuos actúan y no quedan inutilizados por la parálisis; de aquí que haya partidos y organizaciones que reúnen tendencias afines, aunque ninguno pueda coincidir exactamente con lo que muchos de sus miembros desearían.

El problema surge cuando por sectarismo o por el miedo a opiniones sectarias se traicionan los principios mismos que se dicen compartir. ¡Qué duda cabe de que en el Reino Unido hay una poderosa y peligrosa corriente de opinión que reacciona con odio al Islam y a la inmigración en general! Pero pensar que por eso hay que dudar antes de llevar a la justicia a abusadores de niños es equivalente a creer que no puede haber homosexuales asesinos, transexuales ladrones o inmigrantes sinvergüenzas.

El mal es un producto humano y como tal se da en todas partes, puede estar entre nuestros partidarios igual que entre nuestros adversarios justamente porque se trata de seres humanos imperfectos, ni nuestros amigos son siempre ángeles ni entre nuestros oponentes faltan las personas decentes.

Hay gente que piensa que "lo correcto" es actuar siempre de una determinada manera, usar un determinado lenguaje y decir lo que se debe de acuerdo con el catecismo aprobado por nuestra iglesia religiosa o laica, pero lo moral es disentir cuando la ética o el sentido común fallan... y actuar en consecuencia sin miedo a lo que otros puedan pensar. Si no se hace así pasa lo que en el Reino Unido, que muchos inocentes sufren injustamente. 

domingo, 17 de agosto de 2014

EL SÍNDROME DE PETER PAN

Envejecer no es tan malo como algunos piensan. Si no se padecen graves males o un deterioro imparable, algo de lo que no se está libre a ninguna edad, pero que es más probable cuanto más se avanza en años, la tercera edad también tiene sus ventajas: mayor tranquilidad de espíritu, mejor conocimiento del mundo y de su fauna, humanos incluidos, poca o ninguna necesidad de competir o demostrar nada, etc. De todos modos, más vale acostumbrarse porque se trata de un proceso inevitable.... aunque algunos se empeñen en negarlo infantilmente hasta que el tiempo los pilla y los convierte en viejos resentidos y amargados que cuentan batallitas de juventud sin ningún interés para sus escasos oyentes.

Los negacionistas abundan especialmente entre una cierta clase de varones gais que en algún momento se acostumbraron a brillar, ligar, ir de bares y discotecas o por lugares mucho más sórdidos y hacer de esto el centro de su vida, con menor atención a profesión, pensión y futuro.

El negacionismo puede ejercerse de formas variadas: grandes esfuerzos en el gimnasio, dispendios en ropa de moda, uso de cosméticos japoneses a €300 el bote, una combinación de todo esto y, en los casos más extremos, carísimos estiramientos de quirófano. Lo más normal es que el negacionista no se mire al espejo y aborde a los "chulazos" con los que ligaba una vez y que ahora parecen ciegos y sordos, a pesar de que el maduro de turno sale de noche y hasta ha aprendido a manejar el smartphone para encontrar planes en Grindr. Ceguera y sordera son parcialmente curables con una buena aportación económica, pero la mayor parte no dispone de finanzas lo suficientemente saneadas para cimentar relaciones interesadas con los que a él le interesan.

Es una pena, porque negarse a crecer, como Peter Pan o el protagonista del Tambor de Hojalata, es receta segura de ridículo, frustración e infelicidad y seguramente también de problemas económicos en la edad en que estos son más peligrosos y menos solucionables, lo que quiere decir también de resentimiento y amargura.

El ambiente gay, que tan útil puede ser para salir del armario, encontrar congéneres y divertirse a veces, también tiene algunos efectos secundarios, entre los que se cuenta el de fomentar este tipo de "peterpanismo" para los que no disponen de vacunas, y hay que decir que es una enfermedad insidiosa y mala porque en cualquier medio y en todas las circunstancias madurar es bueno y defiende de muchos males. Ni se gana nada permaneciendo en una juventud imposible, ni por supuesto se encuentra amor alguno.

martes, 5 de agosto de 2014

ALIVIO PERO NO CURA

Parece que alguien tan soberbio como el Cardenal Rouco tendrá que aprender algo de humildad, ahora que el Papa Francisco, de talante bien diferente, ha decidido aceptarle una dimisión que él creía meramente formularia. Desaparece así a regañadientes una figura siniestra y negativa, que tanto ha contribuido a la perduración de actitudes ultramontanas entre una buena parte del conservadurismo hispano.

La sociedad actual, especialmente los jóvenes, está muy lejos hoy día no ya de compartir, sino siquiera de entender en qué consisten los extraños dogmas y los absurdos mandamientos de una secta como la católica, que tan indebidamente sigue ocupando una posición de privilegio en España, Italia y algunos otros países, pero caeríamos en un grave error si pensáramos que la huida de fieles y la falta de prestigio de la institución bastan para terminar con su nefasta influencia: véase si no el proyecto que pretende privar a las mujeres de toda capacidad decisoria respecto a su cuerpo, la genuflexión ante Putin al firmar el pacto de adopción con Rusia, la negativa a admitir a trámite una ley integral de transexualidad en Madrid y la reclamación ante el constitucional por una ley similar en Cataluña.

La Iglesia Católica española, casi siempre protegida o confundida con el estado, ha tenido que hacer muy pocos esfuerzos para justificar su poder y sus acciones, ha practicado siempre la prepotencia e invadido todas las esferas que ha podido, además de sembrar el odio y justificar la violencia contra todo lo que le pareciera desafiar sus privilegios y la base de su irracionalidad. El Concilio Vaticano II la sorprendió todavía en plena Edad Media y aún en el disfrute de sus prebendas durante el Nacional-Catolicismo, consiguió asustar a Tirios y Troyanos para mantener una posición preeminente después de 1975, a pesar del abandono masivo de fieles y de su impopularidad, y vuelve a resaltar como de las más retrógradas frente a los nuevos vientos algo más liberales que soplan desde Roma. No es extraño en una organización que confunde espiritualidad con ritos, creencia con obediencia y orgullo con dignidad.

Rouco se va, pero la Iglesia se queda y no es contra él sino contra ella contra lo que hay que luchar: como creencia es tan respetable como todas, como poder fáctico no. Hay que exigir a los gobernantes la definitiva separación total de iglesias y estado y el fin de su indebida influencia y presencia en legislaturas, ceremonias cívicas y el espacio público en general. Mientras no se denuncien los infames Tratados entre España y el Vaticano y mientras no se autofinancie lo que no es más que una creencia hoy día minoritaria, no se podrá hablar del fin de sus privilegios y de la imposición práctica a todos los españoles, católicos o no, de dogmas propios de una institución que se representa cada vez más sólo a sí misma y que no tiene ningún mandato democrático para representar a nadie más.