lunes, 7 de septiembre de 2015

FLUIDEZ

Usar los términos correctos para cada cosa, persona y situación es una obligación de las personas cultas y educadas o de las que tienden a serlo. La corrección política al uso da un paso más y obliga más que sugiere a utilizar palabras, circunloquios y eufemismos que a veces son acertados y otras no. Se puede y se debe aceptar hasta cierto punto, pero su uso no debe ni puede convertirse en dogmático porque ni siquiera está fijado realmente y, sin mala intención ni ánimo de insulto, es tan cambiable y opinable como todo.
Hasta el siglo XIX los que no se conformaban a las simples y opresivas reglas de comportamiento sexual eran “sodomitas”, “brujas”, “herejes” y otras lindezas que suponían condenación moral, pero desde que la ciencia primero y la sociología después sustituyeron a la religión han ido apareciendo las palabras que conforman las siglas LGTBIQ…. y las que vengan; un conjunto cada vez más inmanejable por las divisiones y subdivisiones que implica y la compartimentación en la que parece encerrar a todo ser que no entre en una simplista dicotomía macho-hembra, positivo-negativo.
Casi todos los humanos acaban decantándose, unos antes y otros después por una o varias clases de comportamiento de acuerdo a sus pulsiones e inclinaciones y no siempre es posible clasificar a cada individuo en una taxonomía útil tal vez para especialistas, pero que es farragosa y no siempre clara en la vida y la conversación normales. En una sociedad más evolucionada, según la diversidad se convierta de verdad en la norma, lo lógico sería aceptar que la variedad individual es considerable y que, por tanto, también en los gustos y comportamientos afectivo-sexuales hay muchas personas de difícil clasificación, es decir, que existe una gradación y una fluidez considerables en este aspecto como en todo lo humano y que pretender etiquetar a cada individuo exactamente es más bien imposible.
Es significativo que homosexuales que han sido víctimas de rechazo social hayan tenido y aún tengan dificultades para comprender que hay bisexuales, transexuales, intersexuales, etc. y aún más dificulades para aceptarlos con naturalidad, repitiendo la historia de la desconfianza hacia lo diferente, algo muy humano, pero reforzado por los prejuicios sociales aprendidos desde la infancia y no siempre rechazados.

viernes, 4 de septiembre de 2015

NEGATIVISMO

Ya se sabe que hay dos formas de ver un vaso lleno hasta la mitad: medio vacío o medio lleno y, aunque es el mismo hecho, eso caracteriza a las personas como pesimistas u optimistas. Aplicado a la vida real el cliché no es tan simple porque las situaciones son mucho más complejas y llenas de matices, pero sigue siendo verdad que nuestra felicidad individual y colectiva depende bastante de cómo encaramos los problemas y contradicciones que inevitablemente nos rodean.
Los medios de comunicación en general, especialmente los menos serios, tienden al titular de brocha gorda, lo que quiere decir que resaltan el escándalo y la catástrofe y, por desgracia, lo mismo sucede en las redes sociales actuales, por las que se difunden las obsesiones, las fobias, las frustraciones y las envidias de numerosos individuos. Si en los medios existe un poco de filtro en las redes no existe ninguno, de modo que, si no elegimos muy bien, nos veremos bombardeados con toda clase de rumores malignos, insultos, descalificaciones e informaciones sin contraste alguno, frecuentemente por completo falsas y distorsionadas.
Si caemos en la trampa de tomar medios y redes como oráculos y no aprendemos a tomar distancia y buscar opiniones y datos diversos correremos el riesgo de caer en depresión profunda, porque la conclusión final es que el mundo nunca ha estado peor, nuestra vida se orienta irremediablemente al fracaso y la felicidad es un concepto abstracto sin realidad alguna.
Según épocas y circunstancias personales hay también más o menos pesimismo, a veces con razón, otras no tanto, pero sea cual sea la situación una regla de oro de higiene mental es no dejarse dominar nunca por sentimientos negativos sobre cosas y personas. Empezar pensando mal, partir de la base de que no existe solución alguna para lo que sea, recrearse en el propio sufrimiento, desconfiar por sistema de todo y todos e imaginarse impotente bajo poderes aplastantes son actitudes nefastas que garantizan justo lo que se proponen: enemistad, fracaso, frustración e infelicidad.
Lo colectivo no se diferencia tanto de lo individual; tan tonto es creer que se vive en el mejor de los mundos posibles, como pensar que nos ha tocado la peor época o el peor país, actitudes que se generalizan especialmente en tiempos de crisis y que se refuerzan con la repetición constante, los titulares negativos y las estadísticas fuera de contexto.
El negativismo es destructivo porque paraliza y da coartadas a los que no quieren o temen buscar soluciones; libera de responsabilidades y cultiva el asentimiento fácil, pero impide ver la realidad, que suele ser más matizada, menos catastrófica y sujeta a cambios posibles con mucho o poco esfuerzo.
Es bueno huir de los individuos negativos porque acabarán afectándonos tarde o temprano con su constante pesimismo, pero también debemos intentar generalizar actitudes sociales positivas que tiendan a identificar problemas correctamente y a resolverlos. Los cielos y los infiernos están más en la actitud que tomamos ante la realidad que en la realidad misma.

jueves, 3 de septiembre de 2015

FASCISMOS CON CARETA

En estos días dramáticos en los que se ahogan y son maltratados miles de refugiados, en los que Europa se juega su futuro y se replantea su estructura y su razón de ser, cuando es evidente que el cambio climático está aquí para quedarse y que mares y océanos suben de nivel y amenazan las costas, con una China cada vez más poderosa, más en crisis y por tanto más agresiva, con la democracia en cuestión en todas partes y cambios tecnológicos y económicos difíciles de entender y de asimilar, resulta que la gran solución para todos los problemas, al menos para los catalanes, es…. ¡la independencia! o, con otras palabras, más nacionalismo y más de lo mismo. Resultaría ridículo si no añadiera un problema gratuito a una situación europea y mundial con pocas soluciones evidentes. Aunque lo más evidente es que los nacionalistas de las barras no quieren solución alguna alternativa, será sí o sí con mayoría, con minoría o por la fuerza, sin que pueda atisbarse el mínimo indicio de respeto por normas democráticas que se invocan pero que no se obedecen porque todo debe someterse al principio indiscutible de que Cataluña debe ser independiente.
Mucha gente ingenua aún se cree que fascismo es sólo lo que se confiesa como tal y se reviste de camisas negras, pardas o azules, pero los hay con muchas apariencias y en diferentes grados, aunque lo que caracteriza a todos es la falta de elección real: ponemos urnas, pero sólo puedes votar lo que nosotros digamos. En algunos te juegas la vida o la cárcel, en otros la exclusión social, en todos la libertad real desaparece para ser sustituida por un simulacro o por algo peor.
Hay también numerosos crédulos y bienpensantes que intentan hacer equilibrios, repartir culpas y establecer simetrías, pero estos ejercicios no valen de nada contra el nacionalismo, especialmente si éste es cada vez más étnico, excluyente y atado al dogma como la religión. Muchos de estos bienpensantes culpan al presente gobierno de España de la “situación” y algo de culpa tienen éste y agunos anteriores, pero no por lo que se suele decir sino por todo lo contrario, es decir, por haber contemporizado excesivamente y no haber dado importancia a lo que siempre ha sido un objetivo claro de un nacionalismo con mezcla de complejos de superioridad e inferioridad, enteramente impermeable a casi cualquier razonamiento, bien diferente del exagerado enemigo, que lleva muchos años intentando ser inclusivo y respetuoso hasta con los que  le insultan.
Poner fronteras donde no las hay es hoy completamente irresponsable, especialmente cuando se disfruta de libertad, elevado nivel de vida y reconocimiento de la diferencia. Dice muy poco de un supuesto europeismo del que tanto se ha presumido en el pasado para despreciar al vecino, pero dice mucho de los futuros proyectos de un pueblo, una lengua y un proyecto obligatorios, porque con él no hacen falta camisas de colores y los que queden excluidos de él tendrán que callarse o marcharse.
Los dioses castigan a veces concediendo lo que más se desea. Es posible que tras las nuevas fronteras los patriotas se encuentren con que tienen que gastar mucho más recursos en cosas en las que antes ni pensaban, que ciertas industrias prefieran otros pagos menos aislados y que los sueños de convertirse en la Dinamarca de la fábula se transformen en pesadillas de déficits, desempleo, divisiones y un enorme aburrimiento solipsista.
Es hora de que los que creen en el progreso y la evolución superen el atasco ideológico y salgan de la trampa sectaria de pensar que unos nacionalismo son mejores que otros sólo por el hecho de haber estado contra la dictadura en el pasado. Muchos todavía no se dan cuenta de que la mayor debilidad de la verdadera izquierda es seguir instalada en ideas y símbolos antifranquistas, cuando esto ya no tiene utilidad alguna y pone anteojeras para reconocer las nuevas tiranías que se pergeñan o que ya están aquí con caretas diversas.