miércoles, 23 de agosto de 2017

LOS VALORES DE LA RESERVA

Todos sabemos que cuando sucede una tragedia inmediatamente saltan los que se quieren aprovechar de ella para darse la razón, jalearse mutuamente y aportar un granito de arena a su programa. Un ataque terrorista como el de Barcelona, que no es el primero ni será el último, merece sin duda ser analizado en sus causas y objetivos, pero hay que soportar que ex ministros, párrocos y otros seres indefinidos, pero no precisamente santos, salgan a la palestra a simplificar burdamente el problema y echar las culpas a quien no las tiene.
Coinciden sus toscos pronunciamientos con los de los obispos católicos australianos, en un momento en que se avanza mal que bien hacia el matrimonio igualitario en nuestros antípodas y resurgen los viejos y manidos tópicos utilizados en contra.
Se trata de descalificar el progreso social, la extensión de derechos  y la diversidad en general, siempre tabú para los inmovilistas, presentando una imagen negativa de las sociedades libres y adoptando una visión “moralista” de la historia, que simplifica hechos complejos y los sustituye con explicaciones facilonas del estilo “el Imperio Romano decayó por la degeneración de las costumbres”. Deducción que ataca lo que dice defender, puesto que en teoría la moral romana había mejorado mucho desde que el Imperio se hizo cristianísimo a partir del siglo IV.
Las dictaduras del siglo XX en Alemania, Italia y España hicieron mucho énfasis en una “regeneración moral” para defender valores supuestamente eternos, que no les impidió cometer crímenes horribles y excusar una considerable corrupción dentro de sí mismas. Diferentes traducciones de la “reserva espiritual de occidente”, versión española, se vendieron en la Francia de Vichy (Travail, Famille, Patrie) y en otros muchos lugares para amparar y fomentar el conservadurismo social más estrecho, que incluía sexismo, clasismo, racismo, antisemitismo y machismo, y no incluyo la homofobia en la lista porque se deriva de lo anterior y a aquellos señores ni les hubiera entrado en la cabeza el concepto.
Es relativamente fácil atacar una sociedad libre y al amparo de la libertad es también fácil criticarla y denostarla como débil, enferma o degenerada, pero el ideal que se esgrime es siempre tramposo, falso y estereotipado, porque la sociedad de hace cincuenta años era más injusta, más desigual, menos libre y muchísimo más hipócrita. Es sencillo y siempre interesado presentar una postal coloreada a gusto del que la blande, para concluir que el feminismo y los  derechos LGTBI, entre otras cosas, han “debilitado” Europa, y que ésta es una de las causas de los ataques de los yihadistas, sin citar la desunión política, los problemas económicos, los militares y un largo etcétera.
La libertad siempre molesta a los fanáticos, pero es paradójicamente una de las fortalezas de las sociedades avanzadas; basta observar el número de los que querrían vivir en Europa o en los Estados Unidos, incluso con Trump, y los contados individuos que desearían emigrar a Arabia Saudita o a Cuba, por poner dos ejemplos.
Las sociedades no son más débiles por dar mayores derechos a los que las componen, al revés de lo que les gustaría a los autoritarios se hacen infinitamente más humanas y mucho más atractivas.  

jueves, 17 de agosto de 2017

TURISMOFOBIA Y NACIONALISMO

Si alguien tuviera alguna duda sobre la naturaleza intrínsecamente reaccionaria del nacionalismo identitario, las violentas acciones de sus más estultos representantes contra autobuses y visitantes deberían descorrer el último velo de sus ojos, si no se es tan sectario y fanático como ellos. Es normal plantearse qué modelo turístico se busca y cómo limitar los efectos secundarios indeseados en algunos lugares concretos, pero no lo es clamar por limitaciones sin plan alguno o emprender acciones violentas contra cosas y personas.
No nos engañemos, los pretextos ecologistas y populistas que se blanden son en gran parte incoherentes y contradictorios, porque la verdadera razón del dislate es nuevamente el nacionalismo en su peor encarnación, es decir, el nacionalismo identitario. Lo demuestran los grupos que a los ataques se dedican, punta de lanza de los solemnes popes de la clerecía nacionalista, reencarnación de los clérigos carlistas justamente en las mismas regiones (como bien decía un inteligente artículo de Víctor Lapuente en El País del 15/8/17).
Igual que los retrógrados del siglo XIX, que deseaban volver a los fueros medievales con la monarquía absoluta, los nacionalistas actuales, pero no modernos, han creado una fantasía más pseudomedieval que la de “Juego de tronos” en la que sus regiones están purificadas de elementos alógenos: una sola lengua, una sola bandera, un solo folclore obligatorio y unos mitos propios exclusivos y excluyentes. En este esquema, inmigración, turismo, cosmopolitismo e internacionalismo son conceptos molestos cuando no claramente subversivos.
El turismo trae dinero, pero también muchos trabajadores “forasteros” indeseados por no pertenecer a la que se quiere definir como etnia aparte, obliga a adaptarse, a contemporizar y a encontrarse con muchas personas a las que la clerecía nacionalista detesta, abre puertas, enfín y esto molesta a los que las quieren cerrar para dejar dentro a su grey soñada, pura, incontaminada y participante al 100% de su credo nacionalista.
Carlos Espinosa de los Monteros lo deja claro en El País de hoy: sólo 50 días al año en media docena de sitios concretos sufren los peores efectos de la masificación, lo que desde luego no es bastante para empezar a pensar en reducciones drásticas y soluciones más o menos arbitrarias, pero esto tampoco importa a muchos nacionalistas que han hecho método del cuanto peor mejor. Todo tiene que estar mal para que se predique el evangelio independentista, de modo que, si algo funciona, hay que cargárselo, dar sensación de caos y desastre.
El turismo no es un problema sino una indudable fuente de riqueza que, como todas, tiene que ser sometida a regulación, pero resulta cada vez más molesto para los que quisieran restaurar su brillante pasado étnico-racial-lingüístico que nunca existió y que nunca existirá en un mundo cada vez más mestizo… afortunadamente.