jueves, 20 de julio de 2017

LA CASTIDAD NO ES VIRTUD

La palabra Castidad está etimológicamente relacionada con “castigo” y los recientes escándalos de pedofilia y maltrato sádico destapados en Australia, Alemania e Italia castigan de nuevo a una Iglesia Católica que parece incluir estas lacras en su misma esencia, por mucho que se pretexte lo contrario o que se achaque a persecuciones malintencionadas.
Cierto que seguramente no es la única institución en la que estos hechos han tenido lugar, pero por su misma estructura autoritaria y opaca y, muy especialmente, por su obsesión antisexual y sus normas de imposible cumplimiento real es la que más favorece exactamente lo contrario de lo que dice pretender.
Un clero exclusivamente masculino condenado a la castidad (o castigo) absoluta es algo tan antinatural en una doctrina que siempre está hablando de la “ley natural”, que sus aparentes disfunciones no son más que la consecuencia lógica y humana de normas inhumanas, puesto que la elevación de la represión sexual a virtud máxima supone la misma crueldad que obligar a pasar hambre o sed constantes, la privación de sueño y otras torturas diseñadas por mentes sádicas para destrozar al individuo física y moralmente.
No digo que no haya un cierto porcentaje de clérigos que obedezcan las normas hasta la última tilde, aunque dudo mucho que bastantes al menos durante una parte de su vida no caigan en el placer solitario, pero la castidad no impide sólo la gratificación física, sino que es un obstáculo de primer orden para gozar de compañía, afecto y contacto humano de una clase que la simple amistad no proporciona. Muchas personas privadas de pareja o de sexo por razones no dogmáticas también sufren, pero su carencia les viene impuesta desde afuera por viudez, enfermedad, defectos físicos u otras causas, y no es desesperada, porque siempre puede solucionarse en el futuro, no es interna y sin esperanza.
Muchos jóvenes ingenuos o fanatizados pueden hacer votos de castidad en la veintena, sin darse cuenta de los efectos secundarios de tan peligrosa medicina, que puede acabar creándoles serios problemas psicológicos según avanzan en edad y frustración. Muchos con pulsiones pedófilas o desviaciones varias pueden creer también que el sacerdocio es una fórmula mágica que los curará de todo ello, para descubrir más tarde que los instintos les vuelven reforzados y con fáciles víctimas a mano.
La castidad no es una virtud, igual que no lo son la anorexia o el deporte extremo; su divinización proviene de la magia unida antiguamente a lo que se veían como misterios de la vida, la fertilidad y la reproducción. Los sacerdotes de Cibeles sacrificaban sus testículos como ofrenda a la diosa y otros cultos antiguos nos dan ejemplos semejantes o contrarios, como los prostíbulos en los templos de Ishtar. Pero sin misterios que la ciencia ha desvelado, la castidad es sólo represión, amputación de una función para la que existe un fuerte instinto, sin beneficios físicos o mentales y con fuerte peligro de efectos no deseados.
Asexuales y eunucos pueden ser castos sin esfuerzo, pero exigirles a los demás una privación de algo fuertemente deseado es cruel e inútil, porque los instintos siempre encuentas formas de salir al exterior cuando se les cierran sus vías naturales, curiosamente en base a una supuesta “ley natural”.

martes, 18 de julio de 2017

LIBERTAD Y CORRECCIÓN

Según se han ido consiguiendo derechos para las personas LGTB+ y según estos derechos han encontrado progresivamente mayor apoyo, los eternos reaccionarios han cambiado de táctica para oponerse. Como saben que ya no es posible atacarlos directamente, intentan dejarlos sin contenido con un pretexto que suena muy bien: la libertad.
Precisamente en España en estos días, las iglesias evangélicas, a imitación de sus casas madres norteamericanas, intentan ganar aliados para su oposición a las leyes antidiscriminación existentes y a las que puedan venir, con el argumento de que las disposiciones legales afectan a su libertad religiosa y de expresión. Sus razones son, por supuesto, especiosas, ya que ninguna ley ataca creencias y comunidades religiosas ni les obliga a aceptar lo que no creen o consideran moral.
Su problema reside en que por definición estas iglesias se basan en doctrinas cerradas y no discutibles y que, por lo mismo, cualquier fisura informativa que pueda hacer dudar a sus fieles es rechazada con temor. Dado que las leyes reconocen la diversidad sexual y que animan u obligan a que se informe sobre la misma, desde un punto de vista científico y neutral, consideran un ataque a su “libertad” que niños y adultos aprendan que el mundo no es tan binario y que la sexualidad es multiforme, pero lo que en realidad hacen es suprimir la libertad de sus fieles, especialmente los menores, para que piensen por sí mismos.
Las leyes no atacan su libertad de seguir enseñando que la homosexualidad es inmoral o pecaminosa, pero sí la de describir a los diversos como seres demoníacos y malvados a los que odiar, perseguir o eliminar. Y aquí es donde entramos en una frontera algo turbia entre lo que es libertad de expresión e incitación al odio y, desde luego, no en todos los casos podremos distinguir exactamente. Las creencias dogmáticas no han sido nunca amigas de la libertad de expresión real para los que contrarían sus doctrinas, pero ahora la desean para seguir imponiéndolas.
El reverso de la medalla es el convertir la corrección política y del lenguaje también en dogma y entender como ataque cualquier afirmación que no guste, como consecuencia que es de la libertad de expresión.
Los que defendemos la libertad tenemos que ser muy conscientes de que también hay que respetar la disidencia, siempre que ésta sea pacífica y suponga sólo diferencia y no violencia o incitación a la misma. Desde este punto de vista, uno puede detestar que algún párroco se suba al púlpito a denunciar la diversidad sexual como inaceptable, o que algún médico siga afirmando que la homosexualidad es una desviación curable, pero depende de cómo y con qué lenguaje no es posible prohibir o perseguir judicialmente tales manifestaciones.
Por supuesto que si un padre quiere obligar a su hijo gay a sufrir una “terapia de conversión” y la ley se lo prohibe, no estamos atacando la libertad del padre, sino defendiendo la del hijo, pero no podemos impedir que alguien siga escribiendo que estas falsas terapias funcionan, para eso están los profesionales que se lo rebatirán con pruebas.
La libertad es una planta delicada y sufre tanto por interpretaciones que la pervierten como por un exceso de corrección que la ahoga. Cuidémosla.

lunes, 3 de julio de 2017

INTOLERANCIAS

Siempre me sorprende la estrechez de miras de muchos que se consideran luchadores por la libertad o víctimas de la opresión, pero que sólo desean que ellos o “los suyos” impongan su dominio sobre “los otros”, los que se consideran “enemigos” con razón o sin ella, es decir, más bien sin razón, porque en los países con niveles razonables de libertad y seguridad no hay, no puede haber verdaderos “enemigos” a los que destruir, sino adversarios a los que vencer con razones o en las urnas, no con insultos, descalificaciones y prohibiciones.
Viene esto a cuento porque me he enterado con retraso que hubo gente, gentecilla, que estaba en contra de que la cantante Alaska, icono gay desde hace mucho, participara en la lectura del pregón del Orgullo Mundial porque “es amiga de gente del PP” y había partcipado en programas de la emisora de radio de un destacado derechista.
Esta clase de boicot puritano-fundamentalista es propio de fanáticos seguidores de la “línea del partido”, de esos que se autodenominan de izquierdas, cuando son simplemente autoritarios con deseos de imponer su ideario sin tener en cuenta el de los demás. ¿Es imposible tener amigos del PP? Uno puede no coincidir con las ideas, actitudes o conductas de ese partido, pero no excluir a los que votan o militan en él como si fueran apestados, porque también son seres humanos y hasta nos aprecian como amigos. Disentir y criticar no es odiar ni excluir, que de eso los diversos sabemos mucho.
Igualmente me llega la noticia de que durante el desfile del Orgullo al paso por el Paseo de Recoletos hubo gente que silbó y gritó contra la carroza de Ciudadanos, para a continuación jalear y dar vivas a la carroza de Podemos… ¿Es eso lógico? Ciudadanos ha dado muestras de defender los derechos LGTB+ en numerosas ocasiones y, de acuerdo con eso, da igual que estemos de acuerdo o no con su programa político, porque si están en la manifestación por los derechos de todos tenemos que agradecérselo; no tenemos porqué aplaudirlos, pero tampoco silbarlos ¿o es que sólo hay un partido posible para diversos?
Esto, como la tonta polémica sobre si se invitaba o no al PP, aunque este partido hubiera dejado claro que ya no se opondría a la ley nacional anti-discriminación o que su presidenta regional suscribía todas las condiciones de las asociaciones LGTB+, demuestra que en muchas personas todavía hay una intolerancia básica contra todas las opiniones contrarias, como si pertenecer a una tendencia o partido fuera como ser miembro de una iglesia con artículos de fe y los demás fueran herejes. Peor aún, no se reconoce que personas y partidos pueden rectificar y reconocer que se han equivocado, que sea de grado o por fuerza da igual porque, queridos míos, el 100% de la población nunca jamás va a estar de nuestra parte, es decir, del partido o tendencia al que nos afiliamos o con el que nos identificamos, siempre va a haber mucha gente que no piense como nosotros, y la democracia supone el acatamiento de las decisiones de la mayoría, pero también el respeto de las minorías.
Lo contrario es imposición, dictadura (aunque se llame del proletariado) y finalmente y sobre todo mala educación. Ninguna de estas cosas hará un mundo más feliz o más justo.