sábado, 9 de abril de 2016

EL PLAN DE DIOS

El lenguaje y las formas pueden cambiar, pero el fondo no, y el fondo supone desprecio y etiquetas negativas, por mucho que se pretexte lo contrario. Las personas LGTB “no están en el plan de Dios”, como se dice en el último documento vaticano.
“Amoris Laetitia”, que así se llama el texto, está hecho con buenas intenciones, es decir, se aleja del tono inquisitorial normal de los decretos morales católicos, con el fin de acercarse, de no excluir totalmente a la gran mayoría post-católica a la que le es imposible cumplir las imposibles normas impregnadas de obsesión sexual que se hacen pasar como lógicas, racionales y “naturales”, cuando no son nada de esto.
La idea de que una persona, grupo o institución conoce perfectamente el “Plan de Dios” es ya de por sí bastante arrogante, por no decir completamente soberbia, pero también enteramente increíble, a la vista de los errores, conducta y delitos cometidos por las mismas personas que dicen conocer tan bien el famoso plan.
En realidad no hay mucho que objetar a que una iglesia publique escritos orientadores para sus fieles, siempre que no aspire, como la Católica hace, a detentar el monopolio moral de la sociedad, y que no mantenga, como también hace, posiciones anti-científicas, como la supuesta “antinaturalidad” de orientaciones e identidades inescapables para los individuos que las tienen y que, por lo mismo, están en el plan de algún dios, tal vez no el del Vaticano, pero sí en los de la naturaleza que les han dado origen.
No es fácil continuar como fiel en una iglesia que excluye a los que sienten que su cuerpo no corresponde a su mente, a los que aman de modo diverso y a los que pretenden gozar de los mismos derechos no estando incluidos en el “plan”. Es fácil alejarse y casi imposible volver, especialmente cuando se vive en sociedades libres en las que las diferencias han dejado de ser delito hace tiempo.
Aunque se exhorte al respeto y la comprensión, resultará bastante difícil que estos se practiquen por los que sienten y aman de modo ortodoxo, porque sabiéndose parte del “plan” tenderán a sentirse superiores y sentirán pena, desprecio o repugnancia por los desgraciados que excluidos por su naturaleza practican el amor de forma antinatural. De la repugnancia al odio sólo hay un paso y no todos son moderados y se contienen.
¿Pueden Dios y la naturaleza ser opuestos? Si se analizan los textos vaticanos, sí, aunque esto se niegue de formas más o menos sofisticadas, pero tampoco nos debe importar tanto a los no-fieles. Exhortemos a la comprensión de los creyentes en religiones varias, siempre que nos reservemos la facultad de criticar sus creencias y de negarnos a que se nos impongan directa o indirectamente.

sábado, 2 de abril de 2016

LA TIRANÍA DE LA UTOPÍA

A lo largo de la historia siempre ha existido una tensión entre teoría y práctica, ética y política, utopía y realidad. No es que estos conceptos sean completamente opuestos, porque a menudo se conjugan en diferentes proporciones, pero nunca hay que perder de vista que, cuando se tiene la cabeza en las nubes, se puede tropezar y caer en un precipicio.
Ya desde Platón e incluso antes ha habido proyectos de sociedades ideales con la pretensión de garantizar la abundancia, la justicia y la felicidad para todos, pero un somero análisis de estos proyectos muestra siempre su profunda inhumanidad. Si los seres humanos  fuéramos homogéneos, de inteligencia igual o similar y absolutamente racionales tal vez pudieran ponerse en práctica proyectos utópicos, pero la humanidad es básicamente lo contrario: desigual, variada, irracional y, por lo mismo, tan contradictoria como creativa. Los sistemas que han pretendido hacer ingeniería social en gran escala, incluso con las mejores intenciones, han producido sólo grises (y muy sangrientas) tiranías sofocadoras de la libertad, la creatividad y hasta la belleza, sometida ella misma a ridículas normas a gusto de funcionarios.
Esto no desalienta a los amantes de las utopías, que suelen ser gentes de gran fe, firmes convicciones y enemigos de cualquier contemporización, aunque la realidad les esté demostrando cotidianamente lo impracticable, absurdo o injusto de sus creencias. Los comunistas franceses, por ejemplo, aceptaron sin rechistar la ocupación alemana en 1940 como un simple contratiempo, porque la “línea del partido” así se lo dictaba en los tiempos del pacto germano-soviético y sólo se lanzaron a la resistencia cuando la URSS fue invadida en 1941 y la línea que apuntaba a la derecha se fue a la izquierda.
La utopías suelen estar impregnadas de “buenísmo”, como el que practicaba Bertrand Russell cuando propugnaba el desarme atómico unilateral en los tiempos de la Guerra Fría, o el que se practica también ahora cuando se propugna una indiscriminada e ilimitada entrada de refugiados en Europa pensando sólo en el drama humano de los mismos y no en las inevitables consecuencias negativas que se producirán en las sociedades receptoras más pronto que tarde. Un utopista típico puede en realidad aceptar ideas opuestas como si tuvieran un entramado lógico, sin apreciar que se excluyen mutuamente en todo o en parte, del estilo de: “aceptemos refugiados, pero no intervengamos en Siria” o “derrotemos al ISIS, pero desarmemos al ejército."
El utopista no suele ver que sus absolutos no sólo son teóricos y por ende inhumanos, sino que suelen ir en contra de la libertad individual y a menudo producen opresión de personas, grupos y sociedades enteras. El feminismo ha traído grandes beneficios no sólo a las mujeres, sino a toda la sociedad, pero ciertas versiones radicales del mismo parecen más bien caricaturas post-soviéticas de imposiciones en el lenguaje y las leyes a las que aspiran. La negativa a contemplar siquiera una regulación de la prostitución o de la gestación subrogada son ejemplos recientes de este tipo de absolutismo ideológico que en nombre de una libertad teórica la suprime en la práctica.
Tengo una conocida que se enfada mucho cuando oye hablar de la exploración del espacio porque “no se puede perder el tiempo con estas extravagancias hasta que no haya una Tierra completamente en paz, sin guerras, sin pobreza y….” un largo etcétera, y yo siempre le pongo el ejemplo de Zheng He, el gran navegante chino que exploró las costas de África en el siglo XV y que pudo haber convertido a la China Imperial en la gran colonizadora y descubridora del mundo, pero la cobardía de los emperadores Ming y la mentalidad confuciana utópica que buscaba justamente lo que mi conocida desea, cerraron China al mundo y permitieron que unos estaditos insignificantes para los chinos, como los europeos occidentales, fueran los que cambiaran la tecnología, la economía y la historia.
La humanidad es a veces cruel, pero en el fondo son más crueles los que quieren pararla en su evolución parapetándose tras grandes pancartas de justicia sin pensar en las consecuencias y sin respetar a sus individuos. Pocos saben que Tomás Moro acuñó la palabra Utopía del griego y que ésta significa “En ninguna parte”.