jueves, 16 de febrero de 2017

NOT CRAZY BUT....

I worry when people dismiss the shenanigans of politicians saying they are silly. crazy or the like. I’ve heard similar things about evil figures of the past like Hitler or Stalin, and it’s really to worry that people don’t realize that the so called “insane” people of the present can be just as damaging as those butchers were in the past.
President Trump is often described as crazy in the media, when they don’t have or they don’t dare to use the right adjectives for his actions, but it’s easier to pretext insanity when you should write populist, non democratic, racist, male chauvinist, and other terms which have been considered derogatory or plainly insulting until now. Crazy is better than ultra-conservative, but Mr. Trump is trying to implement the radical policies of the Republican Party, or better, the policies of the most extreme section of the same, and that’s far from insanity. He and his cronies have a clear purpose, they are pursuing all their goals and they will go on as far as they are allowed to.
Some crazy people harm others because they are delusional and misinterpret reality, but most psychiatric patients only harm themselves and hardly ever arrive to positions of power. When somebody like Mr. Trump is in the White House is because he has cleverly striven to be there, helped by a considerable group of people like him, and elected by millions of voters who are not always as stupid as the other believe; many Trump voters are just as racist, white male supremacist and conservative as he is, even worse, and they have elected him to do exactly what he is doing.
Ignorance in the case of presidents is a combination of arrogance and irresponsibility, certainly not craziness: they don’t want to take advice from the experts who fill universities and think tanks, and act according to their close flatterers or supporters. They cannot excuse their political misconduct claiming ignorance, because in most cases they knew too well the consequences or possible dangers of their decisions.
Trump is not crazy, he’s a vulgar populist politician fighting for his and his cronies own benefit, and just like other figures of the past he has managed to convince a few millions of disgruntled voters to believe he is their savior. Unfortunately they will take a long time to realize he’s just the opposite.

sábado, 11 de febrero de 2017

LA VERDAD SE DEFIENDE

Las mal llamadas “Terapias Reparativas” son una aberración. Soy el primero en denunciarlas como una impostura: no tienen más resultado que reprimir, a menudo con graves efectos secundarios y la literatura al respecto es ya abrumadora… Para el que la quiera leer, puesto que hay personas que por fanatismo, pusilanimidad o falta de autonomía siguen cayendo en ellas, pero hay que tener mucho cuidado en las reacciones contra las mismas, ya que queriendo hacer un bien puede acabarse cayendo en un mal que se vuelva contra los derechos en general.
Me refiero al deseo de imponer pensamiento único y prohibir manifestaciones o charlas contrarias al mismo, por muy convencidos que estemos de ciertas verdades y por mucho que queramos salvaguardar al público en general de las mentiras contrarias.
Viene esto al caso por el revuelo que se ha armado por una conferencia a dar en Barcelona por un “agente del enemigo” patrocinado por el obispo de esa ciudad. El Sr. Philippe Ariño es un convencido creyente que cree que la “homosexualidad es dolorosa”, una especie de error de la naturaleza que se cura con abstinencia sexual, oraciones y mucho sufrimiento, es decir, que también cree en las virtudes taumatúrgicas de ciertas “curas”.
Que lo que dice el Sr. Ariño es falso está fuera de duda, que sin duda es antipático también, pero ¿por qué prohibirle que hable? Hay diferentes ignorantes o crédulos que hablan sin base alguna en contra de las vacunas, que creen que los rastros que dejan los aviones son lluvias químicas esterilizadoras o que la homeopatía cura el cáncer, pero no levantan generalmente esta polémica, aunque sean desautorizados una y otra vez.
Es muy importante que los menores de edad, por ejemplo, no sean sometidos obligatoriamente a estas falsas terapias, pero de ello ya se encargan actualmente las leyes en buena parte de España. Sin embargo no es importante es que vayan a oírle los convencidos mayores de edad, que son sin duda el único público interesado en escuchar esta iniciación al masoquismo.
La campaña lanzada contra el obispado y el Sr. Ariño para que suprima la charla es una equivocación bienintencionada, pero una equivocación. La Iglesia Católica tiene una doctrina muy clara al respecto, este señor la difunde y…. desgraciadamente tiene todo el derecho a hacerlo en los locales propios de la iglesia. Algunos militantes no son conscientes de que caen en el más absoluto sectarismo queriendo curar de él, porque en este caso la libertad de expresión es un hecho y prohibir la conferencia sería coartarla.
Sería más discutible si el Sr. Ariño hablara en locales públicos (como ha sucedido con otra conferencia similar en la Universidad de Cádiz), si se le subvencionara públicamente o se difundiera su fanatismo por la TV pública, pero no si lo hace en locales propios y patrocinado por una autoridad que repite lo mismo una y otra vez.
La libertad de expresión supone que tengamos que oír una considerable cantidad de dislates religiosos, políticos y sociales, pero también nos permite difundir y defender la verdad, la ciencia y la libertad. A los dogmas del Sr. Ariño se responde, porque no hay nada mejor que analizar sus “verdades” para saber como rebatir lo que no es razón sino convicción que deriva de una creencia. Silenciar nunca es bueno porque también nos pueden silenciar a nosotros y hasta puede hacer atractivo al silenciado.

martes, 7 de febrero de 2017

LIBERTAD

Todas las palabras pueden manipularse y, como hemos aprendido en el profético “1984” de George Orwell, pueden convertirse exactamente en lo contrario de lo que significan. La actual “posverdad” no es más que la eterna mentira, pero sin llegar a tanto se puede pretextar libertad para imponer opresión, del mismo modo que algunos se confiesan seguidores de códigos morales que subvierten la ética, como los obispos que ocultan o disminuyen los pecados de pederastia de párrocos y monjes para salvaguardar el “bien supremo” de la autoridad de la Iglesia.
Ser libre es ser autónomo, decidir lo que se quiere hacer, siempre que no se ataque la libertad de otro ser, y libres somos los homosexuales conscientes que estamos contentos con nuestra naturaleza y que nos relacionamos con otros individuos como nosotros. Nadie tiene derecho alguno a coartar nuestra libertad, aunque sí a considerar que no nos ajustamos a un código ético determinado. Pero no comportarse como otros consideran moral, si nuestro comportamiento no les afecta, no es problema suyo ni de la sociedad en su conjunto, es sólo problema individual de cada uno.
Se puede pretextar “libertad” para imponer una ideología nacionalista obligatoria a un colectivo de personas, como se hizo en el País Vasco por ETA y se hace ahora en Cataluña, pero esta supuesta libertad de pueblos teóricos y autodefinidos no tiene para nada en cuenta la verdadera libertad de elección de los individuos que componen ese fantasmagórico “pueblo”, concepto vago e indefinido que se ajusta a lo que los manipuladores de turno deciden en cada momento.
La libertad es un bien precioso que sólo aprecia el que no la tiene, pero decir que se salvaguarda la libertad de un pastelero porque es “libre” de no hacer una tarta para una boda homosexual, o que un juez es “libre” para no casar a dos personas del mismo sexo porque su moral confesional se lo impide es una posverdad evidente, porque ni el pastelero ni el juez tienen que aprobar lo que otros hacen, el primero vende un producto y el segundo cumple una función legal. Ninguno de los dos tiene porqué estar de acuerdo con los contrayentes, del mismo modo que un católico no está de acuerdo con un luterano o con un cismático, pero no pueden negarse a cumplir su función.
La palabra es magnífica, pero los que la usan de este modo no la aprecian, lo que quieren es imponer un dogmatismo que supone exactamente todo lo contrario, la opresión, la condenación y la falta de libertad de los que ellos consideran diferentes, irritantes, adversarios o, aún peor, enemigos o minorías a discriminar, eliminar o destruir.