miércoles, 27 de enero de 2016

VIEJO Y ANTIGUO

Todos sabemos que hay significados que se parecen sin ser iguales y las palabras que encabezan este artículo son un ejemplo perfecto. Viejo suele tener connotaciones negativas: lo viejo se tira, se reemplaza, se renueva etc., mientras que lo Antiguo está rodeado de un aura de clasicismo, respetabilidad, belleza y otros conceptos positivos. Esto no quita que ambas palabras, como todas, cambien y se maticen con la percepción subjetiva y su uso en determinados contextos: “mi viejo”, puede ser un término cariñoso para algunos, mientras que “es demasiado antiguo” generalmente indica que la antigüedad puede no ser una cualidad recomendable.
El lenguaje es multiforme y el coloquial está lejos de la exactitud seca de los textos legales, de la simpleza de lo políticamente correcto o de la calculada ambigüedad de algunas declaraciones políticas, pero, sin embargo, casi siempre transmite lo que se quiere con amor, odio, indiferencia, desprecio, etc. De aquí que sea tan inútil insistir en ciertas fórmulas lingüísticas que estropean la gramática en intentos inclusivos, para uso de convencidos que no las necesitan.
Cuando “viejo” se aplica a personas puede hacerse de forma insultante o despectiva, pero la realidad es que los seres humanos envejecen y que sólo en sentido figurado se les puede aplicar el adjetivo “antiguo". Reconocerse en la edad y sus limitaciones es una virtud, un sano ejercicio de realismo contra la depresión que puede causar la huida sistemática del inevitable paso del tiempo. Los eufemismos que embellecen como “tercera edad”, “mayores” no ocultan lo que hay detrás, pero ayudan a no verlo como inevitablemente negativo.
En realidad sólo los simples o los neuróticos ven siempre connotaciones negativas en lo viejo, tanto en cosas como en personas. Paciencia, experiencia, comprensión y ecuanimidad son virtudes pocas veces presentes en los jóvenes, cuya capacidad de disfrutar plenamente de cada momento, de cada cosa y de cada persona es también mucho más reducida.
A veces sorprende aún más la afirmación de que lo viejo y gastado puede ser bello, pero es un hecho que hay muebles, ropa y personas que adquieren flexibilidad, pátina, estilo y una gracia que no tenían cuando estaban nuevos y rígidos. No ver la belleza propia de cualquier edad es una grave limitación de sujetos sin imaginación, posiblemente obsesionados con su propia decadencia. El que no se deja encerrar en angostos límites estéticos tendrá una capacidad casi infinita para apreciarse a sí mismo y a otros, para percibir la belleza no inmediatamente aparente y para ver a los mayores, a los viejos, con la misma aura que si fueran “antiguos”.

lunes, 11 de enero de 2016

GÉNERO E IDEOLOGÍA

Siguen lloviendo las prédicas del lado confesional más o menos integrista que afirman y reafirman el “desorden intrínseco” de cualquier comportamiento que se desvíe unos centímetros de la estrecha senda marcada por la tradición y los prejuicios. Los más comprensivos llegan a admitir que la diversidad sexual es o puede ser no elegida, los menos la siguen considerando  perversión voluntaria, pero todos se siguen negando a aceptarla de verdad y desearían que nadie hablara de ella, que retornara al armario del que nunca debió salir para subvertir de forma tan clara el supuesto monopolio moral que se arrogan gurús varios.
Los enemigos de la diversidad parten del postulado de que la puesta en cuestión del código moral por ellos considerado único se debe a una bien articulada “ideología de género”, sostenida por poderosos grupos de presión sociales y mediáticos que van desde Hollywood hasta la universidad, cuyo fin último no es otro que la destrucción de la familia y la difusión del ateísmo. La tal ideología es una creación contraria a la naturaleza humana que, como todo el mundo sabe se divide en dos sexos/géneros contrarios, invariables y destinados a la reproducción sin fin de la especie, único pretexto para la práctica de actos sexuales, por completo inmorales y contrarios a la naturaleza en cualquier otro contexto.
Las prédicas son variadas, pero todas giran en torno a la naturalidad o antinaturalidad del comportamiento denostado, calificativo que automáticamente convierte cualquier acción en lícita o ilícita, por ajustarse o no al plan divino, tan evidente y tan visible en la naturaleza perfecta que se cree percibir.
Estas prédicas se pueden denunciar como ataques, a veces bastante insultantes, contra individuos y minorías molestos para los que se erigen en ortodoxos, pero la discusión y el entendimiento con los que las profieren es imposible porque se parte de premisas diferentes y se hablan lenguajes mutuamente ininteligibles. Desde un punto de vista científico la naturaleza es contradictoria, llena de excepciones aparentes y muy lejos de ser benévola, pero no existe contradicción alguna en el hecho de que la función sexual sirva para la reproducción y también para muchas otras cosas. Desde un punto de vista dogmático la naturaleza es una máquina perfecta creada o inspirada por un ser aún más perfecto y los que no la vean así son intrínsecamente desordenados, desobedientes y pecadores al practicar acciones definidas a priori más que como malas, como prohibidas por el ser superior del que los gurús se erigen en intérpretes y representantes.
La identificación entre sexo biológico, orientación sexual, identidad sexual y rol de género es parte de ese dogma y, cuando se usan los términos anteriores, lentamente alumbrados por la investigación científica y sociológica se cae en la “ideología de género”, porque lo ortodoxo es hablar de hombre y mujer, masculino y femenino sin sombras ni dudas. Es decir, que informar y educar se iguala a pervertir a jóvenes y adultos que antes no distinguían y desconfiaban y ahora distinguen y comprenden.
Lo curiosos es que los predicadores se molestan cuando se los acusa de oscurantistas y difusores del odio… !Ellos que son todo amor!