lunes, 26 de octubre de 2015

FE CONTRA CIENCIA

La fe cree sin pruebas, la ciencia ensaya, comprueba, experimenta y demuestra. Esta vieja oposición no se refiere en este caso a las religiones dogmáticas tradicionales, que hoy día están más bien desprestigiadas como explicaciones del mundo, sino al curioso, inquietante y antipático fenómeno de la rebelión anticientífica de amplias capas de la población en países no precisamente atrasados y escasamente religiosos que, en vez de informarse seriamente en publicaciones solventes y contrastadas, se apunta a creencias difundidas sin autoridad alguna por gurús mediáticos, sectas, modas y tendencias cuyo único fundamento es la ignorancia, cuando no una especie de rebelión adolescente contra figuras más adultas y responsables.
Podría ser una simple anécdota de las contradicciones del mundo posmoderno, si no causara muertes, atraso y alarmas injustificadas, aparte del gasto de mucha energía en contradecir las tonterías que con regularidad se oponen a esto o aquello y los movimientos que engatusan con supuestos apocalipsis a los más proclives a los esoterismos sin pruebas.
Más veces que menos el origen está también en la mala fe de personas o grupos de interés que atacan enemigos o defienden privilegios, pero el resultado es siempre un oscurecimiento de la objetividad para que en la confusión se niegue o se dude sin pruebas de lo que se quiere desprestigiar.
El fenómeno de los “antivacunas” es uno de los ejemplos más visibles y de resultados más rápidamente negativos. La fatiga de civilización y de bienestar lleva a muchos ingenuos a desear la vuelta a un mundo “natural” que nunca existió, con la creencia en una naturaleza “bondadosa” idealizada en la que todos estarían siempre sanos y felices. Pero la naturaleza es todo menos benévola: trabaja con grandes números y la pérdida de miles de individuos de una especie le es totalmente indiferente. La creencia se refuerza con la adición de mitomanías conspirativas como “los intereses de las empresas farmacéuticas”, “la falta de interés de los poderosos” u otras generalizaciones populares y populistas sin contraste o demostración posibles.
Si se muestra a estos crédulos la realidad aplastante de la eliminación de enfermedades, la mejor salud de las poblaciones vacunadas y el enorme aumento de la esperanza de vida en el mundo “artificial” y contaminado en el que vivimos, siempre aducirán algo en contra, que puede llegar hasta la negación de cualquier medida estadística como "manipulación del poder”, porque todo lo que se opone a su creencia debe provenir de alguna clase de enemigo.
Ni las vacunas producen autismo, ni los teléfonos móviles o las wifis cáncer, demostrado no solo por las innumerables pruebas científicas, sino por la buena salud de los adictos a las conversaciones interminables, pero esto no es óbice para que aún tenga que desmentirse diariamente y para que algunos teman acercarse al microondas o hasta a las bombillas halógenas, productoras de “radiaciones indefinidas”, así como para que se organicen campañas contra líneas de alta tensión por sus “consecuencias para la salud”, aunque los pajaritos se posen en ellas alegremente.
Los más listos me dirán: “¡Ah, pero el límite está en los transgénicos!”, interpretados como auténticas semillas diabólicas producidas por multinacionales sin escrúpulos con oscuros designios. Da igual que se estén consumiendo transgénicos en medio mundo por personas y animales desde hace muchos años sin consecuencias visibles, da igual que gracias a ellos pueda alimentarse mejor mucha más gente, da igual que reduzcan enormemente el uso de insecticidas. Los transgenicos son malos porque “alteran” lo natural, entendiendo por esto las plantas hoy en uso, todas productos de cruces e injertos desde el neolítico que no las hacen ni lejanamente parecidas a sus antepasadas prehistóricas. El cruce entre ignorancia, conspiranoia y un tipo de ecologismo radical y sectario convence a los ya convencidos de que son los “científicos” la secta, una peligrosa asociación de cerebros al servicio del “poder”, del “capital” y de la desinformación de las personas de bien, amantes de la homeopatía, la dieta de los neandertales, los alimentos sin gluten, aunque no se sea celíaco, el crudivorismo y un largo etcétera.
La ciencia nunca se para y acabará por demostrar, una vez más, la falta de fundamento de los prejuicios al uso, pero la fe tampoco y la testarudez impermeable a razones aún menos.

jueves, 1 de octubre de 2015

MÁS DE LO MISMO... PERO IGNÓRALO

En la reciente visita papal a los Estados Unidos Francisco Bergoglio ha hecho alarde de sus dotes diplomáticas al evitar hablar directamente de los temas más polémicos: matrimonio igualitario, aborto, divorcio, etc. Le honra bastante el haber incidido en temas muy del disgusto del establishment norteamericano, como inmigración, racismo, desigualdad económica y cambio climático, pero estos son puntos en los que la jerarquía católica (no siempre la estadounidense) está de acuerdo hace mucho y que no tocan problemas de doctrina o del supuesto monopolio moral que la Iglesia Católica se arroga, especialmente donde es mayoritaria o puede influir suficientemente.
Todo se desmonta, sin embargo, con la entrevista privada que tuvo el Papa de Roma con Kim Davis, protestante fundamentalista, de las que piensan que los católicos no son ni siquiera cristianos, pero rabiosamente opuesta al matrimonio igualitario, lo que la lleva a violar la ley de forma tan militante como ridícula, puesto que dar una licencia de matrimonio no supone falta alguna se mire por donde se mire, pero negarla es un acto ilegal y gratuito, cuyo único objetivo es hace campaña anti-gay.
El hecho de que Francisco haya hablado con ella y la haya alabado su “valentía”, es signo claro de que las formas externas de la jerarquía católica pueden haber mejorado, pero el mensaje de fondo sigue siendo el mismo: una condena sin paliativos de cualquier clase de diversidad, la no aceptación de la evolución social, de la ciencia y de la simple humanidad, en pro del mantenimiento de unos principios morales abstractos, basados en ideas medievales y en la negación de la realidad, especialmente cuando esta choca con la visión de la sociedad y de la familia ideales acuñada para apoyar una moral determinada.
No hay que sorprenderse de que la Iglesia Católica repita lo que siempre ha dicho, pero, si no se es un fanático, tampoco hay que darle demasiada importancia. No es cierto que la moral deba ser la católica, porque hay muchas formas de comportarse éticamente, sin necesidad de recurrir a dogmas y autorizaciones eclesiásticas: los dogmas son base para creyentes, pero la ética puede fundamentarse en la razón y no es obligatorio que sea teísta, es decir, basada en las escrituras supuestamente dictadas por una divinidad o, más dudoso aún, en la interpretación que de estos oscuros textos hacen sus sacerdotes.
Hacer el bien y amar al prójimo, ni son inventos cristianos, ni necesitan de la apoyatura de religión alguna, más bien al contrario, en nombre de bastantes creencias se persigue, se mata, se tortura o simplemente se hostiga a los que no comulgan con ellas. Respetar a los que creen ciertas cosas no significa respetar sus creencias, que pueden y deben ser objeto de crítica desde la razón y por lo que suponen de desprecio de los derechos de los demás.
Francisco es más simpático, pero no va a volver a su iglesia del revés. Sus palabras solo son importantes en tanto en cuanto afecten a la conducta de políticos y sociedades que crean en ellas, por eso es un progreso que sea diplomático y que no propugne tanto el odio, pero no hay que exagerar en cuanto a sus supuestos beneficios.