miércoles, 21 de noviembre de 2018

EDADISMO ESTÚPIDO

La obsesión de muchos políticos españoles de todos los partidos, jaleados por una tanda de periodistas y tertulianos más o menos irresponsables o ignorantes, es la de dar toda clase de ventajas a la juventud en abstracto, voceando e inflando constantemente las altas cifras de paro juvenil y propugnado toda clase de medidas, incentivos y desgravaciones fiscales para que los jóvenes encuentren empleo, pero sin analizar las causas profundas de un paro estructural, siempre elevado, que se agudiza en tiempos de crisis y que tenderá a hacerse peor en el futuro super-técnico que se avecina.
Esta obsesión subraya un problema olvidando otro: el de las muchas personas mayores de 45 años que han perdido un empleo y que no son de fácil colocación, pero para las que no se dan facilidades ni incentivos de ninguna clase y que parecen no existir para los “preocupados” comentaristas y gurús que se rasgan las vestiduras. Es como si ya hubieran tenido su oportunidad y la hubieran perdido, sin que a nadie le importen las consecuencias.
Las causas del desempleo en España y concretamente del juvenil son complejas, pero uno de sus principales factores es la deficiente formación, con lo que no quiero decir hoy día analfabetismo absoluto, pero sí algo que se le aproxima en el casi 30% de alumnos que no terminan la ESO y que son los más castigados por el paro. Junto a ellos hay un número considerable de otros chicos que estudiaron más, pero cuyas habilidades no tienen simplemente demanda; muchos sociólogos, historiadores o licenciados en políticas han salido de las múltiples universidades creadas en todas las ciudades de alguna importancia, para encontrarse que su salida son unas reñidas oposiciones a escasos puestos administrativos o trabajar de cualquier otra cosa.
Hay que decir que estos licenciados tienen, sin embargo, la oportunidad de estudiar más y seguir formándose para adaptarse a otros puestos y que muchos lo hacen, mientras que los que se aproximan al analfabetismo no la tienen por falta de ambición y costumbre.
La emigración es otra posibilidad, pero la posibilidad de hacerlo es más reducida de lo que la gente piensa, despistado el público nuevamente por las grandes proclamas y los siniestros titulares de periódicos. Hoy día, la emigración tipo años 60 de trabajadores españoles a fábricas del extranjero es prácticamente nula, porque no hay demanda, excepto de personal para restaurantes en algunos países; hay alguna demanda de personal sanitario bien formado, y mucha demanda de ingenieros y técnicos, pero estas dos categorías tienen también mucha más posibilidad de encontrar trabajo en España y las anécdotas que se cuentan de desempleo entre sus filas suelen ser de casos individuales o están bastante exageradas en cuanto al número.
El paro juvenil resistente es sobre todo el de los chicos mal formados o con una formación desajustada a la demanda en un mundo cada vez más técnico, en el que los sectores que necesitan mucha mano de obra necesitan cada vez menos.
Las soluciones no son ni fáciles ni a corto plazo, pero tienen mucho que ver con tomarse en serio la educación y formación práctica de todos, incluyendo los más desfavorecidos, y no discutir sobre el sexo de los ángeles y la religión en la escuela, por ejemplo.
¿Y los mayores? porque en ellos no se piensa, cuando muchos tienen experiencia acumulada y también son capaces de aprender…¿o se cree que a partir de los 45 años se tienen obstáculos insalvables? La formación continua es una de las condiciones del mundo presente y muchos mayores pueden aprender, menos impedidos por hormonas y calores juveniles, lo que se les quiera enseñar.
En vez de esto se plantean estupideces como la “jubilación obligatoria” a toda costa y a una edad fija, como si la salida del trabajo de unos fuera a dejar la puerta abierta a otros, lo que no tiene porqué ser así en ningún caso, además de privar a la empresa u organismo de personas con conocimientos y experiencia y cargar aún más los gastos de pensiones que más pronto que tarde van a ser impagables, porque ¡ay! Resulta que cada vez hay más personas mayores y menos jóvenes, y la solución no es fomentar familias numerosas en un mundo superpoblado, sino plantearse seriamente nuevos equilibrios socioeconómicos.
Mientras tanto dar gritos, mesarse los cabellos y hacer juvenil-populismo ni arregla problemas ni posiblemente da votos, porque los mayores también votan más.

domingo, 2 de septiembre de 2018

PURITANISMOS INÚTILES

Hay temas que molestan mucho a una cierta progresía autoritaria con tendencias puritanas selectivas y que, por tanto, o no se discuten o se discuten mal porque se parte de bases viciadas. En estos momentos son especialmente dos: la prostitución y la gestación subrogada. Las dos tienen una fuerte carga emocional y las dos afectan a un cierto tipo de feminismo que prefiere la utopía a la realidad.
El que se haya formado un sindicato de trabajadoras y trabajadores del sexo en Barcelona, que haya sido aprobado por la administración y que esto haya hecho sonar las alarmas de la misma administración y de la ministra del ramo, cuando se dieron cuenta de lo que habían aprobado, ha traído a primer plano una discusión que generalmente se rehuye y ha dejado claras las posiciones de unos y de otros.
Se trata esencialmente de proteger a una profesión generalmente desprotegida y abandonada a su suerte en el limbo administrativo de algo que no está ni prohibido ni legalizado, pero eso ha despertado la furia de una especie de feministas que sólo ven la prostitución como explotación (e insulto) y que piden su completa erradicación.
Vayan por delante dos postulados: la prostitución se presta a la explotación y trata de mujeres, de eso no hay duda… Pero, la prostitución es imposible de erradicar, de eso tampoco hay duda. Una prohibición absoluta con persecución de profesionales, clientes e intermediarios tendría como resultado el mismo juego del raton y el gato que sigue pasando con las drogas ilegales, que se consumen a toneladas, llenan las cárceles de los desgraciados que tratan con ellas en el último escalón y suponen un pingüe negocio para mafias diversas y corruptos varios.
Los amigos de la prohibición o prohibiciones nunca aprenden la lección de la Ley Seca de los Estados Unidos, que duró de 1920 a 1933. y causó uno de los más grandes florecimientos del crimen organizado de la historia, sin resolver el problema del alcoholismo que había sido su pretexto. Los prohibicionistas prefieren ignorar siempre una realidad aplastante: si hay demanda habrá oferta.
Los prohibicionistas aducen que la regulación, allí donde se ha hecho, no acaba con la explotación, y seguramente tienen razón, pero si la regulación sirve para disminuirla y permite a muchas mujeres y algunos hombres ganarse la vida y tener una cierta seguridad es sin duda mejor que la prohibición.
Muchas personas no son conscientes que en estos temas, en los que se mezclan problemas morales, emocionales y sociales, hay más visceralismo y menos racionalidad de lo que parece. Algunos y algunas aplican un puritanismo selectivo a lo que les parece una humillación sin límites de los que prestan el servicio y un delito de los seres  que ellos y ellas consideran repugnantes que lo demandan, con lo que hacen lo que todos los puritanos, despreciar en el fondo a Tirios y Troyanos y sentirse superiores por estar radicalmente en contra de algo a lo que tildan de mal absoluto.
Que la regulación de algo como la prostitución es complicada no me cabe duda, como tampoco de que será siempre imperfecta, pero si es tan imposible de erradicar como el gusto por el alcohol, haremos bien en tratar el asunto sin prejuicios y con la idea clara de que si ayudamos al 50%, ya estaremos haciendo algo mejor que crear una nueva Ley Seca del sexo, que sin duda fracasará como todas las que han sido y serán.

lunes, 27 de agosto de 2018

LLÉVENLOS AL PSIQUIATRA

Cuando uno está avergonzado, a veces no se sabe qué decir, de modo que se balbucean excusas mezcladas con lo primero que a uno se le ocurre distraer la atención de algún modo, pero a menudo se dicen tonterías no demasiado meditadas, llevado por el apuro de estar expuesto a la vergüenza.
Supongo que eso es lo que le ha pasado al Papa Francisco, después de la humillación sufrida en Irlanda, país antes tan católico y ahora tan crítico con el catolicismo romano, especialmente después del nuevo escándalo de Pennsylvania, porque no de otra forma se puede entender que haya recomendado a los padres que, si tienen hijos pequeños y detectan tendencias homosexuales, “harían bien en llevarlos al psiquiatra”.
Soy de los que cree que Francisco tiene sólo otra actitud más respetuosa con la diferencia, pero no un deseo auténtico de reformar teología y dogmas, que siguen siendo los mismos e impidiendo cualquier evolución positiva de su Iglesia, pero una tal recomendación no deja de ser un claro paso atrás incluso en la actitud, porque si considera que la homosexualidad es una enfermedad, va en contra de todo el consenso científico actual y, si lo que pretende es aconsejar alguna clase de “terapia de conversión”, esta proponiendo algo claramente inútil y nocivo.
Creo que es más lo primero que lo segundo, pero esto sólo demuestra la imposibilidad que tiene la Iglesia Romana de aceptar el sexo en general como algo positivo, con las consecuencias que se derivan para su esquizofrénico código moral, cada vez más separado de la sociedad, el conocimiento y el mero sentido común.
¿Quién debería ir al psiquiatra? No creo que los niños pequeños todavía inocentes, aunque tengan una orientación no concorde con el dogma oficial, pero sí muchos de los clérigos y jerarcas que siguen propalando doctrinas morales que sólo culpabilizan, excluyen y condenan por seguir los instintos más naturales, negando a sus víctimas la capacidad de amar y ser amados y condenando a sus ministros a la neurosis por privación, cuando no a la pedofilia por desesperación.
Entre moral imposible y machismo arraigado, la Iglesia Romana se queda hoy sin sacerdotes, sin fieles y sin prestigio en una decadencia imparable en sus antiguos territorios de base. Esto no siempre es bueno, como se ve por la conquista de América Latina por evángelicos fanáticos, pero podría revertirse en parte si se suprimiera el absurdo celibato y se abriera el camino a las mujeres en el sacerdocio.
También, y aunque suene a herejía, si se reconociera que el amor entre personas del mismo sexo no es “desordenado”, puede ser moral y va de acuerdo con la naturaleza, como demuestran la ciencia y el sentido común. Pero para esto lo primero es desmontar el castillo de prejuicios que convierten el placer físico en algo malo, menos cuando es reproductivo, negando la verdadera naturaleza humana, que no se hace mejor ni más elevada por la privación constante y absoluta, sino por la administración consecuente de lo que es un regalo más de la naturaleza (¿Dios?).

jueves, 16 de agosto de 2018

AL DELITO POR LA OBSESIÓN

Siempre he considerado que el monopolio moral que se arroga la Iglesia Católica se basaba en presupuestos más que dudosos: las Sagradas Escrituras son documentos provenientes de hace miles de años y de una sociedad o sociedades muy distintas de las nuestras, pero, además, la interpretación que se ha hecho de los supuestos mandatos divinos desde hace dos milenios ha tenido menos que ver con la ética que con la autoridad de la jerarquía, la reacción ante diversos fenómenos y la voluntad de mantener una autoridad omnímoda e indiscutible en las sociedades civiles en las que podía hacerlo.
Esta Iglesia no es la única en predicar unas normas sexuales de casi imposible cumplimiento, pero se ha distinguido siempre por una fijación obsesiva con el sexto mandamiento, retorcido hasta los límites de la razón en un ejercicio que tiene más que ver con una cierta patología anti-sexual que con la inexistente “ley natural” que se pretexta para prohibir toda actividad sexual no reproductiva y mantener a los fieles en constante estado de pecado con necesidad de confesarse, ser perdonados y autodespreciarse por su debilidad, lo que los hace más dóciles y maleables, si no se rebelan.
Que los mismos clérigos que tanto reprimen hayan caído en inconfesables y graves abusos a personas indefensas como niños y adolescentes, sólo es noticia porque ahora se sabe lo que durante siglos se ha hecho a escondidas o no tanto, porque en épocas sin derechos nadie se atrevía a protestar y mucho menos a llevar a los tribunales a hombres privilegiados. Pero es sólo la consecuencia lógica de una falsa moral que ensalza la negación de un poderoso instinto como virtud y no lo pone sólo como ideal, sino que obliga a su represión desde el primer momento.
Sólo desde el pensamiento mágico y acientífico se puede creer que la virginidad o la castidad son virtudes por sí mismas, que hacen mejores a las personas y que el creador que ha puesto allí la pulsión lo haya hecho para torturar a sus criaturas.
La idea de que el sexo sólo y exclusivamente debe ir orientado a la reproducción y dentro de un matrimonio perfectamente monógamo e indisoluble no tiene, desde luego, nada que ver con “ley natural” alguna y sí mucho con las regulaciones de las que la jerarquía se ha valido para mantener su control social. Pero el reducirlo a semejante caricatura castiga a los propios clérigos que lo propalan a caer constantemente en el “vicio” y no con parejas lógicas, sino con los seres más desvalidos que tienen delante.
El sexo en los animales superiores, y el ser humano tiene muchas más funciones que las reproductivas y es un medio indispensable para el amor y la compañía, al negarlo, reprimirlo y culpabilizarlo se convierte algo bello en delito y, al no poder renunciar a él, se pasa fácilmente de casto a violador.
La Iglesia debe pasar por muchas revoluciones si quiere subsistir en el próximo milenio y la sexual puede que sea la más importante.

domingo, 1 de julio de 2018

A VUELTAS CON EL ORGULLO

Todos los años al llegar estas fechas se levantan los mismos fantasmas, en una celebración que se ha hecho tan grande que da lugar a facciones y divisiones, lo que no es indicio de debilidad sino de la importancia alcanzada.
Recuerdo haber desfilado hace cuarenta años en la primera manifestación en Madrid en pro de los derechos LGTB+ por la Avenida de Menéndez Pelayo, un lugar decidido entonces por las autoridades que ni se imaginaban que pudiera pasar por algún sitio más céntrico. Éramos muchos para la época, pero teníamos miedo, tanto de posibles ataques de la ultraderecha, como de ser fotografiados y demasiado visibles cuando aún podíamos recibir represalias en nuestros trabajos.
También, aunque a muchos les cueste reconocerlo, los partidos políticos de entonces no lo tenían tan claro. Por supuesto que AP, madre del PP, lo tenía clarísimo en contra, pero en la izquierda del PCE o del PSP o del PSOE tampoco había unanimidad a favor; Tierno Galván, por ejemplo, era bien homófobo, y los derechos LGTB+ no despertaban excesiva simpatía en una izquierda aún impregnada de la idea de que se podía hasta tratar de un “vicio burgués”, porque, por supuesto, en una sociedad justa y perfecta no debería haber “desvíos”. Pasarían todavía algunos años hasta que se estableciera un mayor respeto y se difundieran ideas más ilustradas.
Cuarenta años más tarde vivimos realmente en otro mundo: la batalla cultural está ganada, aunque siga habiendo resistencias eclesiásticas y ultraconservadoras, pero biología, psicología y sociología han dejado claro que las minorías sexuales son un hecho, que lo han sido siempre y que no tienen nada que ver con vicios, maldades o conspiraciones. Las leyes han evolucionado para adaptarse a las diferencias y el armario es una elección, no una necesidad. La igualdad real es otra cosa, sin embargo, pero se van consiguiendo triunfos paso a paso y hay que ser optimista al respecto.
Que el orgullo se haya convertido en una celebración masiva, sin duda la más importante de todo el año en Madrid, por ejemplo, es otro indicio de la aceptación de la sociedad, de la laicización de la misma y de la  creatividad y simpatía de nuestro colectivo, pero parece ser que esto es algo que molesta a algunos, en ciertos casos porque se quieren celebrar orgullos pequeños en los barrios y en otros porque desde una óptica estrecha se ve como “comercial” o “típico de la clase alta y media”.
Sinceramente no comprendo que la comercialización sea un problema si ayuda a la normalización y aceptación generales, y aún comprendo menos que se hable de clases sociales cuando nadie es discriminado ni como participante ni como espectador. Me parece más bien que estamos ante la típica reacción anti, en este caso anti-sistema, porque desde ciertos puntos de vista tirando a los extremos, hay que ser anticapitalista, anti-establisment, y un poco anti todo, como si el éxito en sí mismo fuera sospechoso.
En un país libre pueden coexistir orgullos críticos, de barrio y masivos, afortunadamente, pero que nadie piense que existe una ortodoxia a imponer, que hay que acabar con la celebración fiestera e imponer una bien austera, seria y procesional, el orgullo es también alegría y fiesta y eso debe seguir siendo.

domingo, 17 de junio de 2018

FALSOS AMIGOS

Al aprender idiomas los profesores siempre avisan sobre la importancia de distinguir a los falsos amigos, es decir a palabras que pueden sonar igual o provenir de la misma raíz, pero que han adquirido significados diferentes y con las que hay que tener cuidado al hablar. Lo mismo sucede en la vida y la sociedad con personas a las que todo debería hacer afines a nosotros, pero que resultan ser lo contrario de lo que se supone en teoría: adversarios, indiferentes o claramente enemigos.
Ya me he referido en estas entregas al “síndrome Lagerfeld”, es decir a la actitud de ciertas personas LGTB a despreciar a otros congéneres por pobres, militantes o no de su gusto, además de aliarse con el bando contrario a los derechos LGTB, que ellos interpretan más bien como privilegio propio y no generalizable. Podríamos seguir definiendo muchos más síndromes patológicos identificables en una gran variedad de individuos egoistas, insolidarios, reprimidos o permanentemente asustados, pero haría falta un grueso volumen para semejante taxonomía.
Sin llamarlo síndrome, hay una tendencia en las personas de edad, es decir, las que nacieron hasta los años 60 aproximadamente, a reaccionar en contra de personas, situaciones o derechos que les parecen mal por un sinnúmero de confusas razones aparentes, pero en realidad por una única causa: la visibilidad y, peor aún, cuando a la visibilidad acompaña la normalización, es decir, una cierta asimilación a la mayoría.
Pudo comprobarse esto cuando se reclamaba el matrimonio igualitario y se atacaba este tanto desde ingenuas posiciones revolucionarias utópicas como retrógrado, burgués, “copia de los heterosexuales”, etc., como desde el más viejo conservadurismo que solo veía posible una familia modelo de papá, mamá, parejita de niños y perro. A estas posturas se sumaba una con apariencia de modernidad, pero realmente  muy antigua, la de los gais que separaban su vida claramente en dos mitades: la sexual y la otra.
Estos individuos no se distinguían de la mayoría durante el día, no hablaban de su “vida privada”, odiaban la pluma y criticaban los desfiles del orgullo, mientras que por la noche frecuentaban clubs de alterne gay, compraban sexo y hasta se permitían una cierta confraternización con otros gais. Puede que por genética, pero más probablemente por homofobia interiorizada, la sola idea del amor entre dos hombres (no tanto entre dos mujeres) les parecía ridícula a la luz de su machismo. De aquí la “risa” que le entraba al Sr. Alvaro Pombo, por ejemplo, al oír hablar de matrimonio igualitario.
Hay pioneros gais del pasado, como André Gide, que tenían una actitud similar, pero a ellos hay que comprenderlos en su época, mientras que a los actuales no se les debe excusar las bombas de profundidad que a veces lanzan contra los derechos LGTB, más peligrosas por ser ellos mismos parte de la minoría. Es mejor que permanezcan callados y recogidos en su particular doble vida, en su negación del amor y en su particular fantasía: que a ellos los respetan más por más afines a la gente “respetable”, ignorando voluntariamente que esto está solo en su imaginación porque, a pesar del odio, la valentía siempre impresiona más que la vergüenza.

miércoles, 28 de marzo de 2018

LA EDAD NO ES UNA ENFERMEDAD

A estas alturas, y cuando tanto se ha luchado por suprimir discriminaciones diversas, resulta sorprendente que aún permanezcan en disposiciones legales o meramente administrativas un sinnúmero de normas que plantan obstáculos impasables por motivos de edad. Puede ser un límite arbitrario para presentarse a oposiciones, la obligatoriedad de jubilarse (sin júbilo) en cuanto se cumplen unos años, la exclusión de determinados tratamientos por vejez, etc. Nunca se criticará bastante esta peculiar ceguera legal y administrativa que introduce una rigidez más en una sociedad no exenta de ellas, una dificultad más que contribuye no poco a la infelicidad colectiva.
Estas medidas pueden haber sido pensadas en su momento bien para proteger intereses corporativos, bien porque en tiempos de mucha menor expectativa de vida y peor salud general se vieran como favorables, pero hoy resultan simplemente discriminatorias sin grandes razones que las justifiquen.
Resulta que mientras la vida y la salud se alargan de forma espectacular, la edad parece ser tratada como una enfermedad indeseable e incurable. Esto no deja de ser una absurda contradicción, cuando se dice al mismo tiempo que la demografía pone en peligro los sistemas tradicionales de pensiones y que no es justo cargar sobre las espaldas de los jóvenes el mantenimiento de jubilados que pueden durar hasta cuatro décadas.
También se suele traer a colación el elevado paro juvenil como excusa para obligar a los mayores a dejar su trabajo, sin consideración por la pensión que puedan alcanzar, pero estamos, de nuevo, ante otra falacia. El paro juvenil es más elevado de lo que debiera, pero no se debe en absoluto a los puestos que ocupan los obligados a retirarse. En estos momentos obedece a una serie de causas concomitantes: escasa formación de una parte importante de la juventud en medio de un cambio total de paradigma que exige buena educación técnica, desempleo estructural en países como España, por falta de puestos de trabajo de baja cualificación e intermedios, sobreabundancia de titulados en ciertas carreras que nunca encontrarán trabajo en su especialidad etc. 
No se trata, como dicen algunos, de una ruptura del pacto social entre generaciones, sino de una considerable transformación de los medios de producción, anticuados sistemas educativos y la readaptación social a las aceleradas transformaciones de la economía. Cierto que nada de esto tiene una fácil solución, pero pretender arreglarlo creando más jubilados es como intentar tapar una vía de agua con una rejilla, es decir, de modo absurdo.
Podría empezarse por eliminar la jubilación obligatoria, por ejemplo, pero habría que continuar eliminando todos los obstáculos artificiales a oposiciones y en general haciendo que la edad no sea una condición oficial para nada, como no lo es el sexo, la raza o cualquier otra característica. Sabemos que habrá personas y entidades que intentarán seguir discriminando por estas causas, pero lo peor es cuando pueden hacerlo legalmente como ahora.
La edad no es enfermedad, es sólo una característica más y en la mayor parte de los casos positiva, no negativa.