viernes, 25 de marzo de 2016

LAS SINRAZONES EPISCOPALES CONTRA LA TRANSEXUALIDAD

La aprobación de la nueva Ley Integral de Transexualidad por la Asamblea de la Comunidad de Madrid ha sido bien recibida por los colectivos interesados, pero ha desatado las críticas habituales de algunos jerarcas católicos, los de siempre, que se empeñan en la negación de la evidencia y se repiten en la denigración constante de todo lo que excede su ramplona moral de manual, fundada en presupuestos acientíficos y una visión de la naturaleza y “lo natural” prefabricada y alejada de la objetividad.
Todo el mundo tiene derecho a sus opiniones, incluso cuando éstas son absurdas o arbitrarias, pero cuando estas se emiten desde posiciones de autoridad e influencia con el ánimo de soliviantar a fieles y seguidores, estamos ante operaciones de “agitprop” en nada diferentes de las que llevan y han llevado a cabo grupos políticos en los márgenes de la legalidad.
La ortodoxia defendida por estos personajes ignora voluntariamente los progresos de la investigación biológica, psicológica y psiquiátrica, las posibilidades médicas y, lo que es más grave, la moderna comprensión y el desarrollo de los derechos humanos, en un intento de retrotraer la sociedad a una imagen teórica, cuya aplicación práctica supondría considerables mermas en las libertades generales y la estigmatización de todas las personas LGTB como desviados, pecadores y, finalmente, delincuentes.
Los obispos de marras consideran que la aprobación de la ley es un hecho “grave e injusto”. Es posible que sea grave para ellos, pero injusto ¿para quién? Puesto que recurrir a ella es algo meramente voluntario, no es injusta para los que no la necesitan y sí es justa para los que la han solicitado. La idea de que algo que va contra el dogma defendido es “injusto” significaría de ser aceptada que es injusto todo lo que no aprueba la Iglesia Católica Romana, como en los mejores tiempos del “Nacionalcatolicismo”.
El texto se pierde después en un magma de disquisiciones confusas lindantes con la más rampante cursilería en el que se mezclan ideas tomistas (precientíficas) de la naturaleza con conceptos dogmáticos como el abstruso “pecado original”. Analizar sus conceptos uno a uno resultaría tedioso, baste decir que tras la aparente complejidad de razonamiento la idea central que se transparenta es bien simple: solo hay varones y hembras, definidos desde el nacimiento por sus genitales y estos deben acoplarse siempre con el sexo opuesto con el único y exclusivo fin de reproducirse.
Este “simplismo” busca reducir toda diferencia a “malos comportamientos” condenables moralmente: no hay orientación sexual sino “comportamientos sexuales”, todos perversos fuera de la posición del misionero: un homosexual es sólo un ser que cede a sus desviadas pasiones, no tiene entidad propia, un transexual es una persona equivocada que se deja dominar por sus perturbadas fantasías y mutila indebidamente su cuerpo, un intersexual una aberración de la naturaleza que debe ser inmediatamente corregida, etc.
Las explicaciones científicas, psicológicas y filosóficas modernas de la diversidad sexual, no siempre coincidentes y lejos de constituir un conjunto armónico, son calificadas de “ideología de género” y condenadas en bloque como heterodoxas y, retorciendo el lenguaje, como “absolutistas”, “contrarias a la libertad” y ¡hasta “antiecológicas”! (Papa Francisco dixit).
Lo más hiriente es que se tilden de antiliberales medidas que van a ampliar la libertad individual, porque resulta que para estas creencias la “verdadera libertad” consiste en no ser libre, sino someterse a la obediencia dogmática, lo contrario es la absolutización de la voluntad que pretende ser la única creadora de la propia persona y la absolutización de la técnica transformada también en un poder prometeico e ideológico.
Es evidente el disgusto que se siente por los progresos médicos que permiten la cirugía de reasignación de sexo, pero es sólo una parte de la aversión demostrada a la ciencia en general que tantos y tan sacrosantos principios religiosos ha puesto en cuestión.
La cuestión ecológica iba oculta en la última encíclica del Papa Francisco y pasó casi desapercibida para la mayoría, pero el razonamiento es el mismo: se ha nacido con un cuerpo y unos genitales y cambiarlo es tan “contrario a la naturaleza” como cortar las selvas amazónicas, sobrepescar el mar o producir demasiado CO2 .
Según este primitivo concepto tampoco habría que operar las malformaciones congénitas que han aparecido porque así es la voluntad divina.
Como es habitual, se acusa de la aprobación de la ley a un siniestro plan de ingeniería social dictado por ocultos poderes antirreligiosos para terminar con la única fe verdadera (otras fes dicen lo mismo).
Lo más grave de todo es la llamada que hacen a la desobediencia y la rebelión porque “una ley injusta no obliga en conciencia”. Dado que a nadie se obliga a ser transexual ¿a quien va dirigida esta perla? A los transexuales cierto que no, sino a los odiadores varios que pueden seguir considerándolos como seres degenerados y perversos y a las personas LGTB en general como perchas de golpes físicos o de otra clase.
Un texto como este, redactado en términos algo más respetuosos de la diferencia, puede ser útil para los creyentes, pero tal y como está lo que pretende es sublevar a los fieles sumisos e intentar, contra viento y marea, reconquistar el perdido monopolio moral que llevó en el pasado a las quemas de herejes, porque un pecador es, a fin de cuentas, sólo un delincuente.