domingo, 8 de octubre de 2017

IDENTIDADES

En estos tiempos confusos en los que muchas personas pierden puntos de referencia conocidos, hay quienes gustan de refugiarse en el nacionalismo, especialmente en el nacionalismo identitario y, cuando se critica esta actitud, se defienden con una sinrazón que parece razonable, pero que no lo es: “tenemos derecho a nuestra identidad”, para a continuación añadir que ésta está amenazada y que por ello deben hacerse independientes o expulsar a los que de alguna manera no son como ellos…. si no se adaptan absolutamente a los moldes identitarios predefinidos.
El problema ético y político es que confunden voluntariamente identidad individual e identidad colectiva y que encierran a la segunda en unos límites exactos y obligatorios. La identidad individual es hasta cierto punto electiva; no se es libre realmente para elegir dónde se nace, en qué familia y qué educación laica o religiosa se recibe. Tampoco se es realmente libre para elegir una orientación sexual, por ejemplo, pero origen étnico y lingüístico, genético y educativo se mezclan en cada individuo y éste puede optar por resaltar más unos aspectos que otros e identificarse más o menos con lo que le viene dado y lo que él mismo se construye a lo largo del tiempo.
En este sentido la identidad individual es libre y no es tampoco extraño que haya individuos que adopten varias identidades simultánea o sucesivamente. Familia y sociedad han tendido a imponer a todos modelos precisos con los que identificarse para ser aceptado, bien visto y adquirir buena reputación, pero los individuos siempre han sido y son variados y hasta bajo tiranías muy extremas han podido lucir identidades varias o refugiarse en ellas para no ser aplastados.
La identidad colectiva, en cambio, es más bien difusa cuando no es obligatoria y se ve como conjunto de características hasta cierto punto variables, pero si se eleva a doctrina y fetiche se transforma en una armadura artificial que no sólo intenta ahogar la identidad individual, sino acabar con cualquier posibilidad de elección personal. Las identidades colectivas obligatorias no son compatibles ni con la libertad ni con la democracia, aunque a veces se pretexten ambas para presuntas “liberaciones nacionales” que no son tales.
Toda tiranía se basa en estas identidades cerradas y predefinidas por los popes que las han creado y que se erigen en sus administradores, puede ser la “raza aria”, los “verdaderos finlandeses”, los “auténticos proletarios” o cualquier otra abstracción semejante que hace tabula rasa de la mezcla, la variedad y la opción individual. En algunos casos se subraya la raza, en otros la religión, en otros la lengua, generalmente se mezcla más de un elemento, pero siempre se ponen unos límites muy claros a lo que “no es” la identidad deseada, en todos los casos opuesta a uno o varios “enemigos” a los que también se identifica identitariamente por lo contrario: “no tienen nuestra religión”, “no son de nuestra raza”, “no hablan nuestra lengua”, al tiempo que la característica propia preferida, la lengua, por ejemplo, se eleva a la categoría de fetiche absoluto, símbolo sagrado y no discutible de la identidad obligatoria.
Las identidades colectivas convertidas en obligatorias son siempre exclusionarias y tienden a ser asesinas, no sólo de la libertad individual , sino del ser humano completo: un “puro musulmán” del ISIS no tendrá empacho en masacrar supuestos infieles apoyado en su pura identidad, aunque los asesinados sean tan musulmanes como él. No hay que fiarse ni un poco de los que no usan en principio policías y guillotinas, porque a lo mínimo que aspiran es a callar a todos los que no son como ellos y a lo máximo a la eliminación de los mismos tal vez geográfica, echándolos del territorio sagrado, tal vez física mediante métodos más drásticos.
Otra característica del identitarismo colectivista es que nunca ha estado ni estará abierto al diálogo, puesto que una fe dogmática no puede aceptar la herejía. Puede ponerse como ejemplo histórico la conferencia de Munich en 1938, en la que Hitler se burló de las democracias occidentales y ganó tiempo para la agresión un año más tarde. A estos señores hay que enfrentarlos constantemente a sus mentiras, exageraciones y tergiversaciones con datos, oponerse a ellos con la misma fuerza que ellos emplean y, si acceden a sentarse a una mesa, será con las condiciones del interlocutor, porque cualquier concesión será interpretada como debilidad ajena y victoria propia, un peldaño más en la consecución del infernal paraíso al que aspiran.