martes, 10 de febrero de 2009

Integrismo


En nuestros días se da la aparente paradoja de que mientras la Iglesia Católica pierde fieles e influencia sus dirigentes y muchos de sus creyentes se vuelven más agresivos e intolerantes. Digo aparente porque el creciente integrismo de la jerarquía es una consecuencia de la indiferencia religiosa de una gran parte de la sociedad. La Iglesia es ahora consciente de su pérdida de influencia y su reflejo es retirarse a posiciones tradicionales, sostenidas por el pequeño número de incondicionales, en vez de adaptarse a la rápida evolución de la ciencia y las sociedades democráticas.

Contra integrismo laicismoEsta actitud está alcanzando tales límites que los no creyentes y los católicos menos integristas no pueden quedarse callados o pensar que a ellos no les afecta. Como demuestran el caso de Eluana Englaro en Italia, o los ataques a los derechos de las personas LGTB en España y en muchos otros estados, la jerarquía católica participa activamente en política como un grupo de presión no reconocido, con el fin de imponer a toda la sociedad sus normas morales, es decir traducir el catecismo católico en leyes civiles, como era el caso en tiempos predemocráticos.

Es posible que subjetivamente los obispos piensen que la negativa de gobiernos y parlamentos a seguir sus indicaciones es una “persecución”, pero es la sociedad civil la que es objetivamente acosada por una minoría que pretende imponerle normas medievales sin pararse en los medios para conseguirlo.

Más que discutir con la Iglesia sobre sus dogmas, que son sólo problema suyo, hay que luchar porque lo religioso no invada ni se mezcle nunca con lo civil. La ley es producto de la voluntad de la mayoría en los estados democráticos y no puede someterse en ningún caso al criterio moral de un grupo de presión, por muy tradicional que éste sea, especialmente cuando se respeta el derecho de las minorías a no valerse de la ley si la consideran contraria a sus creencias.

Como la experiencia demuestra, tratar con la iglesia de estos temas es inútil, porque parte de presupuestos de un absolutismo y de una insolencia antidemocrática tales que impiden cualquier acuerdo. No creo que al resto nos quede más opción que la oposición frontal al deseo de predominio eclesiástico y a luchar porque efectivamente los eclesiásticos se queden en sus templos y sacristías, además de predicar lo que les parezca bien, es decir, al “laicismo”, horrible vocablo para vaticanistas, clericales y demás. Yo personalmente añadiría el adjetivo “radical”, especialmente cuando nuestro colectivo está en el punto de mira de todos los fanáticos para ser objeto de represión en caso de ganar la suficiente influencia.