lunes, 27 de agosto de 2018

LLÉVENLOS AL PSIQUIATRA

Cuando uno está avergonzado, a veces no se sabe qué decir, de modo que se balbucean excusas mezcladas con lo primero que a uno se le ocurre distraer la atención de algún modo, pero a menudo se dicen tonterías no demasiado meditadas, llevado por el apuro de estar expuesto a la vergüenza.
Supongo que eso es lo que le ha pasado al Papa Francisco, después de la humillación sufrida en Irlanda, país antes tan católico y ahora tan crítico con el catolicismo romano, especialmente después del nuevo escándalo de Pennsylvania, porque no de otra forma se puede entender que haya recomendado a los padres que, si tienen hijos pequeños y detectan tendencias homosexuales, “harían bien en llevarlos al psiquiatra”.
Soy de los que cree que Francisco tiene sólo otra actitud más respetuosa con la diferencia, pero no un deseo auténtico de reformar teología y dogmas, que siguen siendo los mismos e impidiendo cualquier evolución positiva de su Iglesia, pero una tal recomendación no deja de ser un claro paso atrás incluso en la actitud, porque si considera que la homosexualidad es una enfermedad, va en contra de todo el consenso científico actual y, si lo que pretende es aconsejar alguna clase de “terapia de conversión”, esta proponiendo algo claramente inútil y nocivo.
Creo que es más lo primero que lo segundo, pero esto sólo demuestra la imposibilidad que tiene la Iglesia Romana de aceptar el sexo en general como algo positivo, con las consecuencias que se derivan para su esquizofrénico código moral, cada vez más separado de la sociedad, el conocimiento y el mero sentido común.
¿Quién debería ir al psiquiatra? No creo que los niños pequeños todavía inocentes, aunque tengan una orientación no concorde con el dogma oficial, pero sí muchos de los clérigos y jerarcas que siguen propalando doctrinas morales que sólo culpabilizan, excluyen y condenan por seguir los instintos más naturales, negando a sus víctimas la capacidad de amar y ser amados y condenando a sus ministros a la neurosis por privación, cuando no a la pedofilia por desesperación.
Entre moral imposible y machismo arraigado, la Iglesia Romana se queda hoy sin sacerdotes, sin fieles y sin prestigio en una decadencia imparable en sus antiguos territorios de base. Esto no siempre es bueno, como se ve por la conquista de América Latina por evángelicos fanáticos, pero podría revertirse en parte si se suprimiera el absurdo celibato y se abriera el camino a las mujeres en el sacerdocio.
También, y aunque suene a herejía, si se reconociera que el amor entre personas del mismo sexo no es “desordenado”, puede ser moral y va de acuerdo con la naturaleza, como demuestran la ciencia y el sentido común. Pero para esto lo primero es desmontar el castillo de prejuicios que convierten el placer físico en algo malo, menos cuando es reproductivo, negando la verdadera naturaleza humana, que no se hace mejor ni más elevada por la privación constante y absoluta, sino por la administración consecuente de lo que es un regalo más de la naturaleza (¿Dios?).

jueves, 16 de agosto de 2018

AL DELITO POR LA OBSESIÓN

Siempre he considerado que el monopolio moral que se arroga la Iglesia Católica se basaba en presupuestos más que dudosos: las Sagradas Escrituras son documentos provenientes de hace miles de años y de una sociedad o sociedades muy distintas de las nuestras, pero, además, la interpretación que se ha hecho de los supuestos mandatos divinos desde hace dos milenios ha tenido menos que ver con la ética que con la autoridad de la jerarquía, la reacción ante diversos fenómenos y la voluntad de mantener una autoridad omnímoda e indiscutible en las sociedades civiles en las que podía hacerlo.
Esta Iglesia no es la única en predicar unas normas sexuales de casi imposible cumplimiento, pero se ha distinguido siempre por una fijación obsesiva con el sexto mandamiento, retorcido hasta los límites de la razón en un ejercicio que tiene más que ver con una cierta patología anti-sexual que con la inexistente “ley natural” que se pretexta para prohibir toda actividad sexual no reproductiva y mantener a los fieles en constante estado de pecado con necesidad de confesarse, ser perdonados y autodespreciarse por su debilidad, lo que los hace más dóciles y maleables, si no se rebelan.
Que los mismos clérigos que tanto reprimen hayan caído en inconfesables y graves abusos a personas indefensas como niños y adolescentes, sólo es noticia porque ahora se sabe lo que durante siglos se ha hecho a escondidas o no tanto, porque en épocas sin derechos nadie se atrevía a protestar y mucho menos a llevar a los tribunales a hombres privilegiados. Pero es sólo la consecuencia lógica de una falsa moral que ensalza la negación de un poderoso instinto como virtud y no lo pone sólo como ideal, sino que obliga a su represión desde el primer momento.
Sólo desde el pensamiento mágico y acientífico se puede creer que la virginidad o la castidad son virtudes por sí mismas, que hacen mejores a las personas y que el creador que ha puesto allí la pulsión lo haya hecho para torturar a sus criaturas.
La idea de que el sexo sólo y exclusivamente debe ir orientado a la reproducción y dentro de un matrimonio perfectamente monógamo e indisoluble no tiene, desde luego, nada que ver con “ley natural” alguna y sí mucho con las regulaciones de las que la jerarquía se ha valido para mantener su control social. Pero el reducirlo a semejante caricatura castiga a los propios clérigos que lo propalan a caer constantemente en el “vicio” y no con parejas lógicas, sino con los seres más desvalidos que tienen delante.
El sexo en los animales superiores, y el ser humano tiene muchas más funciones que las reproductivas y es un medio indispensable para el amor y la compañía, al negarlo, reprimirlo y culpabilizarlo se convierte algo bello en delito y, al no poder renunciar a él, se pasa fácilmente de casto a violador.
La Iglesia debe pasar por muchas revoluciones si quiere subsistir en el próximo milenio y la sexual puede que sea la más importante.