domingo, 31 de diciembre de 2017

EL SÍNDROME LAGERFELD-GABBANA

Ya he hablado en post anteriores del Sr. Lagerfeld y sus salidas de tono con respecto a los gais y su movimiento, también de los señores Dolce y Gabbana, de opiniones parecidas. ¿Como? se pregunta uno, ¿pueden hablar individuos claramente homosexuales contra otros que también lo son y se dedican a defender los derechos de todos?
La respuesta es que están aquejados de un curioso síndrome psicológico que merecería pasar a los manuales de la especialidad, así como a los de sociología. ¿En qué consiste el síndrome? Lo definimos en pocas palabras:
Homofobia interiorizada que hace ver la propia orientación sexual como privilegio y la de los demás como defecto que debe ocultarse o criticarse por demasiado visible, ordinario o no ajustable a los patrones sociales conservadores aprobados por la mayoría política y religiosa.
Este síndrome suele atacar a personajes como los que le dan nombre, es decir a homosexuales triunfadores, orgullosos, ricos y famosos que viven en su torre de marfil, muy lejos de las necesidades y preocupaciones del vulgo.
Para el Sr. Gabbana es irritante que lo etiqueten de gay, puesto que él es ante todo un hombre, como si no lo fueran todos los demás que también son etiquetados quieran o no. Para el Sr. Lagerfeld es igualmente irritante y ambos coinciden en denostar cualquier movimiento pro igualdad de derechos puesto que ellos ya los tienen y no necesitan más, porque su riqueza los aísla y los pone en una élite social en la que estas pequeñas diferencias carecen de interés.
Efecto secundario no menos importante del síndrome es la idea de que belleza, apariencia y estatus están por encima de cualquier otra consideración, lo que hace decir al Sr. Lagerfeld que el amor es más o menos una tontería para pobres, ya que él puede pagarse a los guapos que desee, mientras que la masa debe contentarse con la pornografía. No sé lo que piensa el Sr. Gabbana, pero rodeado como está de modelos de lujo, es lógico que pueda satisfacer sus necesidades sin las trabas que dan los sentimientos.
Lo más deletéreo del síndrome es que, por ser afirmaciones que provienen de homosexuales, cargan las armas de la reaccion (a la que ellos mismos pertenecen) con falsas razones que parecen más sólidas por venir de quien vienen.
Lo más irritante para los homosexuales mentalmente sanos es que estos personajillos se aprovechan de la normalización y la tolerancia conseguidas por otros para que su “defecto” no se vea como se hubiera visto hace unos pocos decenios, lo que sin duda beneficia sus negocios y su vida personal, sin las consecuencias que hubiera tenido en el pasado. Es decir, que el síndrome puede también reducirse a egoísmo extremo y clasista

domingo, 8 de octubre de 2017

IDENTIDADES

En estos tiempos confusos en los que muchas personas pierden puntos de referencia conocidos, hay quienes gustan de refugiarse en el nacionalismo, especialmente en el nacionalismo identitario y, cuando se critica esta actitud, se defienden con una sinrazón que parece razonable, pero que no lo es: “tenemos derecho a nuestra identidad”, para a continuación añadir que ésta está amenazada y que por ello deben hacerse independientes o expulsar a los que de alguna manera no son como ellos…. si no se adaptan absolutamente a los moldes identitarios predefinidos.
El problema ético y político es que confunden voluntariamente identidad individual e identidad colectiva y que encierran a la segunda en unos límites exactos y obligatorios. La identidad individual es hasta cierto punto electiva; no se es libre realmente para elegir dónde se nace, en qué familia y qué educación laica o religiosa se recibe. Tampoco se es realmente libre para elegir una orientación sexual, por ejemplo, pero origen étnico y lingüístico, genético y educativo se mezclan en cada individuo y éste puede optar por resaltar más unos aspectos que otros e identificarse más o menos con lo que le viene dado y lo que él mismo se construye a lo largo del tiempo.
En este sentido la identidad individual es libre y no es tampoco extraño que haya individuos que adopten varias identidades simultánea o sucesivamente. Familia y sociedad han tendido a imponer a todos modelos precisos con los que identificarse para ser aceptado, bien visto y adquirir buena reputación, pero los individuos siempre han sido y son variados y hasta bajo tiranías muy extremas han podido lucir identidades varias o refugiarse en ellas para no ser aplastados.
La identidad colectiva, en cambio, es más bien difusa cuando no es obligatoria y se ve como conjunto de características hasta cierto punto variables, pero si se eleva a doctrina y fetiche se transforma en una armadura artificial que no sólo intenta ahogar la identidad individual, sino acabar con cualquier posibilidad de elección personal. Las identidades colectivas obligatorias no son compatibles ni con la libertad ni con la democracia, aunque a veces se pretexten ambas para presuntas “liberaciones nacionales” que no son tales.
Toda tiranía se basa en estas identidades cerradas y predefinidas por los popes que las han creado y que se erigen en sus administradores, puede ser la “raza aria”, los “verdaderos finlandeses”, los “auténticos proletarios” o cualquier otra abstracción semejante que hace tabula rasa de la mezcla, la variedad y la opción individual. En algunos casos se subraya la raza, en otros la religión, en otros la lengua, generalmente se mezcla más de un elemento, pero siempre se ponen unos límites muy claros a lo que “no es” la identidad deseada, en todos los casos opuesta a uno o varios “enemigos” a los que también se identifica identitariamente por lo contrario: “no tienen nuestra religión”, “no son de nuestra raza”, “no hablan nuestra lengua”, al tiempo que la característica propia preferida, la lengua, por ejemplo, se eleva a la categoría de fetiche absoluto, símbolo sagrado y no discutible de la identidad obligatoria.
Las identidades colectivas convertidas en obligatorias son siempre exclusionarias y tienden a ser asesinas, no sólo de la libertad individual , sino del ser humano completo: un “puro musulmán” del ISIS no tendrá empacho en masacrar supuestos infieles apoyado en su pura identidad, aunque los asesinados sean tan musulmanes como él. No hay que fiarse ni un poco de los que no usan en principio policías y guillotinas, porque a lo mínimo que aspiran es a callar a todos los que no son como ellos y a lo máximo a la eliminación de los mismos tal vez geográfica, echándolos del territorio sagrado, tal vez física mediante métodos más drásticos.
Otra característica del identitarismo colectivista es que nunca ha estado ni estará abierto al diálogo, puesto que una fe dogmática no puede aceptar la herejía. Puede ponerse como ejemplo histórico la conferencia de Munich en 1938, en la que Hitler se burló de las democracias occidentales y ganó tiempo para la agresión un año más tarde. A estos señores hay que enfrentarlos constantemente a sus mentiras, exageraciones y tergiversaciones con datos, oponerse a ellos con la misma fuerza que ellos emplean y, si acceden a sentarse a una mesa, será con las condiciones del interlocutor, porque cualquier concesión será interpretada como debilidad ajena y victoria propia, un peldaño más en la consecución del infernal paraíso al que aspiran.

miércoles, 23 de agosto de 2017

LOS VALORES DE LA RESERVA

Todos sabemos que cuando sucede una tragedia inmediatamente saltan los que se quieren aprovechar de ella para darse la razón, jalearse mutuamente y aportar un granito de arena a su programa. Un ataque terrorista como el de Barcelona, que no es el primero ni será el último, merece sin duda ser analizado en sus causas y objetivos, pero hay que soportar que ex ministros, párrocos y otros seres indefinidos, pero no precisamente santos, salgan a la palestra a simplificar burdamente el problema y echar las culpas a quien no las tiene.
Coinciden sus toscos pronunciamientos con los de los obispos católicos australianos, en un momento en que se avanza mal que bien hacia el matrimonio igualitario en nuestros antípodas y resurgen los viejos y manidos tópicos utilizados en contra.
Se trata de descalificar el progreso social, la extensión de derechos  y la diversidad en general, siempre tabú para los inmovilistas, presentando una imagen negativa de las sociedades libres y adoptando una visión “moralista” de la historia, que simplifica hechos complejos y los sustituye con explicaciones facilonas del estilo “el Imperio Romano decayó por la degeneración de las costumbres”. Deducción que ataca lo que dice defender, puesto que en teoría la moral romana había mejorado mucho desde que el Imperio se hizo cristianísimo a partir del siglo IV.
Las dictaduras del siglo XX en Alemania, Italia y España hicieron mucho énfasis en una “regeneración moral” para defender valores supuestamente eternos, que no les impidió cometer crímenes horribles y excusar una considerable corrupción dentro de sí mismas. Diferentes traducciones de la “reserva espiritual de occidente”, versión española, se vendieron en la Francia de Vichy (Travail, Famille, Patrie) y en otros muchos lugares para amparar y fomentar el conservadurismo social más estrecho, que incluía sexismo, clasismo, racismo, antisemitismo y machismo, y no incluyo la homofobia en la lista porque se deriva de lo anterior y a aquellos señores ni les hubiera entrado en la cabeza el concepto.
Es relativamente fácil atacar una sociedad libre y al amparo de la libertad es también fácil criticarla y denostarla como débil, enferma o degenerada, pero el ideal que se esgrime es siempre tramposo, falso y estereotipado, porque la sociedad de hace cincuenta años era más injusta, más desigual, menos libre y muchísimo más hipócrita. Es sencillo y siempre interesado presentar una postal coloreada a gusto del que la blande, para concluir que el feminismo y los  derechos LGTBI, entre otras cosas, han “debilitado” Europa, y que ésta es una de las causas de los ataques de los yihadistas, sin citar la desunión política, los problemas económicos, los militares y un largo etcétera.
La libertad siempre molesta a los fanáticos, pero es paradójicamente una de las fortalezas de las sociedades avanzadas; basta observar el número de los que querrían vivir en Europa o en los Estados Unidos, incluso con Trump, y los contados individuos que desearían emigrar a Arabia Saudita o a Cuba, por poner dos ejemplos.
Las sociedades no son más débiles por dar mayores derechos a los que las componen, al revés de lo que les gustaría a los autoritarios se hacen infinitamente más humanas y mucho más atractivas.  

jueves, 17 de agosto de 2017

TURISMOFOBIA Y NACIONALISMO

Si alguien tuviera alguna duda sobre la naturaleza intrínsecamente reaccionaria del nacionalismo identitario, las violentas acciones de sus más estultos representantes contra autobuses y visitantes deberían descorrer el último velo de sus ojos, si no se es tan sectario y fanático como ellos. Es normal plantearse qué modelo turístico se busca y cómo limitar los efectos secundarios indeseados en algunos lugares concretos, pero no lo es clamar por limitaciones sin plan alguno o emprender acciones violentas contra cosas y personas.
No nos engañemos, los pretextos ecologistas y populistas que se blanden son en gran parte incoherentes y contradictorios, porque la verdadera razón del dislate es nuevamente el nacionalismo en su peor encarnación, es decir, el nacionalismo identitario. Lo demuestran los grupos que a los ataques se dedican, punta de lanza de los solemnes popes de la clerecía nacionalista, reencarnación de los clérigos carlistas justamente en las mismas regiones (como bien decía un inteligente artículo de Víctor Lapuente en El País del 15/8/17).
Igual que los retrógrados del siglo XIX, que deseaban volver a los fueros medievales con la monarquía absoluta, los nacionalistas actuales, pero no modernos, han creado una fantasía más pseudomedieval que la de “Juego de tronos” en la que sus regiones están purificadas de elementos alógenos: una sola lengua, una sola bandera, un solo folclore obligatorio y unos mitos propios exclusivos y excluyentes. En este esquema, inmigración, turismo, cosmopolitismo e internacionalismo son conceptos molestos cuando no claramente subversivos.
El turismo trae dinero, pero también muchos trabajadores “forasteros” indeseados por no pertenecer a la que se quiere definir como etnia aparte, obliga a adaptarse, a contemporizar y a encontrarse con muchas personas a las que la clerecía nacionalista detesta, abre puertas, enfín y esto molesta a los que las quieren cerrar para dejar dentro a su grey soñada, pura, incontaminada y participante al 100% de su credo nacionalista.
Carlos Espinosa de los Monteros lo deja claro en El País de hoy: sólo 50 días al año en media docena de sitios concretos sufren los peores efectos de la masificación, lo que desde luego no es bastante para empezar a pensar en reducciones drásticas y soluciones más o menos arbitrarias, pero esto tampoco importa a muchos nacionalistas que han hecho método del cuanto peor mejor. Todo tiene que estar mal para que se predique el evangelio independentista, de modo que, si algo funciona, hay que cargárselo, dar sensación de caos y desastre.
El turismo no es un problema sino una indudable fuente de riqueza que, como todas, tiene que ser sometida a regulación, pero resulta cada vez más molesto para los que quisieran restaurar su brillante pasado étnico-racial-lingüístico que nunca existió y que nunca existirá en un mundo cada vez más mestizo… afortunadamente.

jueves, 20 de julio de 2017

LA CASTIDAD NO ES VIRTUD

La palabra Castidad está etimológicamente relacionada con “castigo” y los recientes escándalos de pedofilia y maltrato sádico destapados en Australia, Alemania e Italia castigan de nuevo a una Iglesia Católica que parece incluir estas lacras en su misma esencia, por mucho que se pretexte lo contrario o que se achaque a persecuciones malintencionadas.
Cierto que seguramente no es la única institución en la que estos hechos han tenido lugar, pero por su misma estructura autoritaria y opaca y, muy especialmente, por su obsesión antisexual y sus normas de imposible cumplimiento real es la que más favorece exactamente lo contrario de lo que dice pretender.
Un clero exclusivamente masculino condenado a la castidad (o castigo) absoluta es algo tan antinatural en una doctrina que siempre está hablando de la “ley natural”, que sus aparentes disfunciones no son más que la consecuencia lógica y humana de normas inhumanas, puesto que la elevación de la represión sexual a virtud máxima supone la misma crueldad que obligar a pasar hambre o sed constantes, la privación de sueño y otras torturas diseñadas por mentes sádicas para destrozar al individuo física y moralmente.
No digo que no haya un cierto porcentaje de clérigos que obedezcan las normas hasta la última tilde, aunque dudo mucho que bastantes al menos durante una parte de su vida no caigan en el placer solitario, pero la castidad no impide sólo la gratificación física, sino que es un obstáculo de primer orden para gozar de compañía, afecto y contacto humano de una clase que la simple amistad no proporciona. Muchas personas privadas de pareja o de sexo por razones no dogmáticas también sufren, pero su carencia les viene impuesta desde afuera por viudez, enfermedad, defectos físicos u otras causas, y no es desesperada, porque siempre puede solucionarse en el futuro, no es interna y sin esperanza.
Muchos jóvenes ingenuos o fanatizados pueden hacer votos de castidad en la veintena, sin darse cuenta de los efectos secundarios de tan peligrosa medicina, que puede acabar creándoles serios problemas psicológicos según avanzan en edad y frustración. Muchos con pulsiones pedófilas o desviaciones varias pueden creer también que el sacerdocio es una fórmula mágica que los curará de todo ello, para descubrir más tarde que los instintos les vuelven reforzados y con fáciles víctimas a mano.
La castidad no es una virtud, igual que no lo son la anorexia o el deporte extremo; su divinización proviene de la magia unida antiguamente a lo que se veían como misterios de la vida, la fertilidad y la reproducción. Los sacerdotes de Cibeles sacrificaban sus testículos como ofrenda a la diosa y otros cultos antiguos nos dan ejemplos semejantes o contrarios, como los prostíbulos en los templos de Ishtar. Pero sin misterios que la ciencia ha desvelado, la castidad es sólo represión, amputación de una función para la que existe un fuerte instinto, sin beneficios físicos o mentales y con fuerte peligro de efectos no deseados.
Asexuales y eunucos pueden ser castos sin esfuerzo, pero exigirles a los demás una privación de algo fuertemente deseado es cruel e inútil, porque los instintos siempre encuentas formas de salir al exterior cuando se les cierran sus vías naturales, curiosamente en base a una supuesta “ley natural”.

martes, 18 de julio de 2017

LIBERTAD Y CORRECCIÓN

Según se han ido consiguiendo derechos para las personas LGTB+ y según estos derechos han encontrado progresivamente mayor apoyo, los eternos reaccionarios han cambiado de táctica para oponerse. Como saben que ya no es posible atacarlos directamente, intentan dejarlos sin contenido con un pretexto que suena muy bien: la libertad.
Precisamente en España en estos días, las iglesias evangélicas, a imitación de sus casas madres norteamericanas, intentan ganar aliados para su oposición a las leyes antidiscriminación existentes y a las que puedan venir, con el argumento de que las disposiciones legales afectan a su libertad religiosa y de expresión. Sus razones son, por supuesto, especiosas, ya que ninguna ley ataca creencias y comunidades religiosas ni les obliga a aceptar lo que no creen o consideran moral.
Su problema reside en que por definición estas iglesias se basan en doctrinas cerradas y no discutibles y que, por lo mismo, cualquier fisura informativa que pueda hacer dudar a sus fieles es rechazada con temor. Dado que las leyes reconocen la diversidad sexual y que animan u obligan a que se informe sobre la misma, desde un punto de vista científico y neutral, consideran un ataque a su “libertad” que niños y adultos aprendan que el mundo no es tan binario y que la sexualidad es multiforme, pero lo que en realidad hacen es suprimir la libertad de sus fieles, especialmente los menores, para que piensen por sí mismos.
Las leyes no atacan su libertad de seguir enseñando que la homosexualidad es inmoral o pecaminosa, pero sí la de describir a los diversos como seres demoníacos y malvados a los que odiar, perseguir o eliminar. Y aquí es donde entramos en una frontera algo turbia entre lo que es libertad de expresión e incitación al odio y, desde luego, no en todos los casos podremos distinguir exactamente. Las creencias dogmáticas no han sido nunca amigas de la libertad de expresión real para los que contrarían sus doctrinas, pero ahora la desean para seguir imponiéndolas.
El reverso de la medalla es el convertir la corrección política y del lenguaje también en dogma y entender como ataque cualquier afirmación que no guste, como consecuencia que es de la libertad de expresión.
Los que defendemos la libertad tenemos que ser muy conscientes de que también hay que respetar la disidencia, siempre que ésta sea pacífica y suponga sólo diferencia y no violencia o incitación a la misma. Desde este punto de vista, uno puede detestar que algún párroco se suba al púlpito a denunciar la diversidad sexual como inaceptable, o que algún médico siga afirmando que la homosexualidad es una desviación curable, pero depende de cómo y con qué lenguaje no es posible prohibir o perseguir judicialmente tales manifestaciones.
Por supuesto que si un padre quiere obligar a su hijo gay a sufrir una “terapia de conversión” y la ley se lo prohibe, no estamos atacando la libertad del padre, sino defendiendo la del hijo, pero no podemos impedir que alguien siga escribiendo que estas falsas terapias funcionan, para eso están los profesionales que se lo rebatirán con pruebas.
La libertad es una planta delicada y sufre tanto por interpretaciones que la pervierten como por un exceso de corrección que la ahoga. Cuidémosla.

lunes, 3 de julio de 2017

INTOLERANCIAS

Siempre me sorprende la estrechez de miras de muchos que se consideran luchadores por la libertad o víctimas de la opresión, pero que sólo desean que ellos o “los suyos” impongan su dominio sobre “los otros”, los que se consideran “enemigos” con razón o sin ella, es decir, más bien sin razón, porque en los países con niveles razonables de libertad y seguridad no hay, no puede haber verdaderos “enemigos” a los que destruir, sino adversarios a los que vencer con razones o en las urnas, no con insultos, descalificaciones y prohibiciones.
Viene esto a cuento porque me he enterado con retraso que hubo gente, gentecilla, que estaba en contra de que la cantante Alaska, icono gay desde hace mucho, participara en la lectura del pregón del Orgullo Mundial porque “es amiga de gente del PP” y había partcipado en programas de la emisora de radio de un destacado derechista.
Esta clase de boicot puritano-fundamentalista es propio de fanáticos seguidores de la “línea del partido”, de esos que se autodenominan de izquierdas, cuando son simplemente autoritarios con deseos de imponer su ideario sin tener en cuenta el de los demás. ¿Es imposible tener amigos del PP? Uno puede no coincidir con las ideas, actitudes o conductas de ese partido, pero no excluir a los que votan o militan en él como si fueran apestados, porque también son seres humanos y hasta nos aprecian como amigos. Disentir y criticar no es odiar ni excluir, que de eso los diversos sabemos mucho.
Igualmente me llega la noticia de que durante el desfile del Orgullo al paso por el Paseo de Recoletos hubo gente que silbó y gritó contra la carroza de Ciudadanos, para a continuación jalear y dar vivas a la carroza de Podemos… ¿Es eso lógico? Ciudadanos ha dado muestras de defender los derechos LGTB+ en numerosas ocasiones y, de acuerdo con eso, da igual que estemos de acuerdo o no con su programa político, porque si están en la manifestación por los derechos de todos tenemos que agradecérselo; no tenemos porqué aplaudirlos, pero tampoco silbarlos ¿o es que sólo hay un partido posible para diversos?
Esto, como la tonta polémica sobre si se invitaba o no al PP, aunque este partido hubiera dejado claro que ya no se opondría a la ley nacional anti-discriminación o que su presidenta regional suscribía todas las condiciones de las asociaciones LGTB+, demuestra que en muchas personas todavía hay una intolerancia básica contra todas las opiniones contrarias, como si pertenecer a una tendencia o partido fuera como ser miembro de una iglesia con artículos de fe y los demás fueran herejes. Peor aún, no se reconoce que personas y partidos pueden rectificar y reconocer que se han equivocado, que sea de grado o por fuerza da igual porque, queridos míos, el 100% de la población nunca jamás va a estar de nuestra parte, es decir, del partido o tendencia al que nos afiliamos o con el que nos identificamos, siempre va a haber mucha gente que no piense como nosotros, y la democracia supone el acatamiento de las decisiones de la mayoría, pero también el respeto de las minorías.
Lo contrario es imposición, dictadura (aunque se llame del proletariado) y finalmente y sobre todo mala educación. Ninguna de estas cosas hará un mundo más feliz o más justo.

jueves, 16 de febrero de 2017

NOT CRAZY BUT....

I worry when people dismiss the shenanigans of politicians saying they are silly. crazy or the like. I’ve heard similar things about evil figures of the past like Hitler or Stalin, and it’s really to worry that people don’t realize that the so called “insane” people of the present can be just as damaging as those butchers were in the past.
President Trump is often described as crazy in the media, when they don’t have or they don’t dare to use the right adjectives for his actions, but it’s easier to pretext insanity when you should write populist, non democratic, racist, male chauvinist, and other terms which have been considered derogatory or plainly insulting until now. Crazy is better than ultra-conservative, but Mr. Trump is trying to implement the radical policies of the Republican Party, or better, the policies of the most extreme section of the same, and that’s far from insanity. He and his cronies have a clear purpose, they are pursuing all their goals and they will go on as far as they are allowed to.
Some crazy people harm others because they are delusional and misinterpret reality, but most psychiatric patients only harm themselves and hardly ever arrive to positions of power. When somebody like Mr. Trump is in the White House is because he has cleverly striven to be there, helped by a considerable group of people like him, and elected by millions of voters who are not always as stupid as the other believe; many Trump voters are just as racist, white male supremacist and conservative as he is, even worse, and they have elected him to do exactly what he is doing.
Ignorance in the case of presidents is a combination of arrogance and irresponsibility, certainly not craziness: they don’t want to take advice from the experts who fill universities and think tanks, and act according to their close flatterers or supporters. They cannot excuse their political misconduct claiming ignorance, because in most cases they knew too well the consequences or possible dangers of their decisions.
Trump is not crazy, he’s a vulgar populist politician fighting for his and his cronies own benefit, and just like other figures of the past he has managed to convince a few millions of disgruntled voters to believe he is their savior. Unfortunately they will take a long time to realize he’s just the opposite.

sábado, 11 de febrero de 2017

LA VERDAD SE DEFIENDE

Las mal llamadas “Terapias Reparativas” son una aberración. Soy el primero en denunciarlas como una impostura: no tienen más resultado que reprimir, a menudo con graves efectos secundarios y la literatura al respecto es ya abrumadora… Para el que la quiera leer, puesto que hay personas que por fanatismo, pusilanimidad o falta de autonomía siguen cayendo en ellas, pero hay que tener mucho cuidado en las reacciones contra las mismas, ya que queriendo hacer un bien puede acabarse cayendo en un mal que se vuelva contra los derechos en general.
Me refiero al deseo de imponer pensamiento único y prohibir manifestaciones o charlas contrarias al mismo, por muy convencidos que estemos de ciertas verdades y por mucho que queramos salvaguardar al público en general de las mentiras contrarias.
Viene esto al caso por el revuelo que se ha armado por una conferencia a dar en Barcelona por un “agente del enemigo” patrocinado por el obispo de esa ciudad. El Sr. Philippe Ariño es un convencido creyente que cree que la “homosexualidad es dolorosa”, una especie de error de la naturaleza que se cura con abstinencia sexual, oraciones y mucho sufrimiento, es decir, que también cree en las virtudes taumatúrgicas de ciertas “curas”.
Que lo que dice el Sr. Ariño es falso está fuera de duda, que sin duda es antipático también, pero ¿por qué prohibirle que hable? Hay diferentes ignorantes o crédulos que hablan sin base alguna en contra de las vacunas, que creen que los rastros que dejan los aviones son lluvias químicas esterilizadoras o que la homeopatía cura el cáncer, pero no levantan generalmente esta polémica, aunque sean desautorizados una y otra vez.
Es muy importante que los menores de edad, por ejemplo, no sean sometidos obligatoriamente a estas falsas terapias, pero de ello ya se encargan actualmente las leyes en buena parte de España. Sin embargo no es importante es que vayan a oírle los convencidos mayores de edad, que son sin duda el único público interesado en escuchar esta iniciación al masoquismo.
La campaña lanzada contra el obispado y el Sr. Ariño para que suprima la charla es una equivocación bienintencionada, pero una equivocación. La Iglesia Católica tiene una doctrina muy clara al respecto, este señor la difunde y…. desgraciadamente tiene todo el derecho a hacerlo en los locales propios de la iglesia. Algunos militantes no son conscientes de que caen en el más absoluto sectarismo queriendo curar de él, porque en este caso la libertad de expresión es un hecho y prohibir la conferencia sería coartarla.
Sería más discutible si el Sr. Ariño hablara en locales públicos (como ha sucedido con otra conferencia similar en la Universidad de Cádiz), si se le subvencionara públicamente o se difundiera su fanatismo por la TV pública, pero no si lo hace en locales propios y patrocinado por una autoridad que repite lo mismo una y otra vez.
La libertad de expresión supone que tengamos que oír una considerable cantidad de dislates religiosos, políticos y sociales, pero también nos permite difundir y defender la verdad, la ciencia y la libertad. A los dogmas del Sr. Ariño se responde, porque no hay nada mejor que analizar sus “verdades” para saber como rebatir lo que no es razón sino convicción que deriva de una creencia. Silenciar nunca es bueno porque también nos pueden silenciar a nosotros y hasta puede hacer atractivo al silenciado.

martes, 7 de febrero de 2017

LIBERTAD

Todas las palabras pueden manipularse y, como hemos aprendido en el profético “1984” de George Orwell, pueden convertirse exactamente en lo contrario de lo que significan. La actual “posverdad” no es más que la eterna mentira, pero sin llegar a tanto se puede pretextar libertad para imponer opresión, del mismo modo que algunos se confiesan seguidores de códigos morales que subvierten la ética, como los obispos que ocultan o disminuyen los pecados de pederastia de párrocos y monjes para salvaguardar el “bien supremo” de la autoridad de la Iglesia.
Ser libre es ser autónomo, decidir lo que se quiere hacer, siempre que no se ataque la libertad de otro ser, y libres somos los homosexuales conscientes que estamos contentos con nuestra naturaleza y que nos relacionamos con otros individuos como nosotros. Nadie tiene derecho alguno a coartar nuestra libertad, aunque sí a considerar que no nos ajustamos a un código ético determinado. Pero no comportarse como otros consideran moral, si nuestro comportamiento no les afecta, no es problema suyo ni de la sociedad en su conjunto, es sólo problema individual de cada uno.
Se puede pretextar “libertad” para imponer una ideología nacionalista obligatoria a un colectivo de personas, como se hizo en el País Vasco por ETA y se hace ahora en Cataluña, pero esta supuesta libertad de pueblos teóricos y autodefinidos no tiene para nada en cuenta la verdadera libertad de elección de los individuos que componen ese fantasmagórico “pueblo”, concepto vago e indefinido que se ajusta a lo que los manipuladores de turno deciden en cada momento.
La libertad es un bien precioso que sólo aprecia el que no la tiene, pero decir que se salvaguarda la libertad de un pastelero porque es “libre” de no hacer una tarta para una boda homosexual, o que un juez es “libre” para no casar a dos personas del mismo sexo porque su moral confesional se lo impide es una posverdad evidente, porque ni el pastelero ni el juez tienen que aprobar lo que otros hacen, el primero vende un producto y el segundo cumple una función legal. Ninguno de los dos tiene porqué estar de acuerdo con los contrayentes, del mismo modo que un católico no está de acuerdo con un luterano o con un cismático, pero no pueden negarse a cumplir su función.
La palabra es magnífica, pero los que la usan de este modo no la aprecian, lo que quieren es imponer un dogmatismo que supone exactamente todo lo contrario, la opresión, la condenación y la falta de libertad de los que ellos consideran diferentes, irritantes, adversarios o, aún peor, enemigos o minorías a discriminar, eliminar o destruir.

jueves, 26 de enero de 2017

CRUELDAD

A estas alturas no debería asombrarme, pero por muchos años que cumpla siempre me quedo de piedra ante la crueldad gratuita que derrochan ciertos seres. Puede ser contra animales indefensos (todos los son ante el hombre) contra adolescentes en la escuela, contra discapacitados que no tienen culpa de serlo, contra el propio cónyuge, a quien luego se dice querer, y hasta contra los muertos y sus seres queridos, porque a veces las palabras son mucho más dañinas que los golpes y se lanzan con saña para entristecer aún más al que ya sufre.
La crueldad ha encontrado un nuevo hueco en las redes sociales, en las que se pueden dar gritos, insultar y maldecir sin dar la cara, escondiéndose tras seudónimos en una dirección de internet. Aquí encuentran ahora su lugar los que también están dispuestos a tirar piedras y formar parte de multitudes linchadoras de toros o de personas, que al linchador le da igual, sólo precisa de una percha de golpes para su ciega rabia.
La ola de burradas cuyo objeto ha sido la familia Bosé, tras la muerte de la espléndida Bimba, es el último ejemplo de esta mezquindad malvada que a veces ¡oh Dios! se escuda en una supuesta “moral” que va contra la ética más elemental. El cruel disfruta haciendo daño, se complace en su sadismo, pero tiene la necesidad de encontrarle justificaciones religiosas, políticas o sociales, cuando la crueldad nunca es ni justa ni justificable.
Los que lanzan denuestos en las redes suelen ser personas frustradas, envidiosas y resentidas, no sabemos porqué en cada caso, ni tampoco nos debe importar, porque sus problemas, si los tienen, no se solucionan con insultos ni con el daño que hacen a otros y, si han sufrido injusticias las están cometiendo ellos al comportarse cruelmente.
El cruel muestra con su comportamiento su auténtica fealdad, la supuración interior que le corroe y no le deja vivir feliz, porque no puede ser feliz el que pierde su energía en el daño ajeno. El odio que sienten está fundado en la conciencia de su propia miseria ante la belleza, la inteligencia, la bondad o la luz que emiten otros y, cuando la crueldad se ejerce contra personas corrientes, irrelevantes o incluso no muy recomendables, estamos ante cobardes que se crecen por una vez en su triste falta de autoestima.
Los tuits crueles califican al que los envía, con independencia de a quien van dirigidos.

viernes, 20 de enero de 2017

ESQUIZOFRENIA

Hay personas, especialmente personas públicas, que no deberían abrir la boca para no hacer el ridículo, pero callarse es muy difícil y, por otra parte, sirve para que finalmente no nos den gato por liebre y sepamos cómo piensan realmente, o cómo no piensan, ya que muchas opiniones de figuras mediáticas demuestran vacío mental, ignorancia supina o neurosis en diferentes grados.
No quiero hablar aquí del ya presidente Trump, ejemplo insigne de todo lo anterior, sino de Stefano Gabbana, mitad de la famosa marca con su ex-amante Dolce, diseñadores ambos de prendas carísimas para profesionales del lucimiento de etiquetas y aficionados también ambos a los jóvenes y bellos modelos que lucen las masculinas.
Parece ser que ante las espantadas de modistos varios, enfrentados a la horrible perspectiva de vestir a la señora presidenta, esposa del hortera Trump, el señor Gabbana dijo que él la vestiría con mucho gusto, lo que levantó ciertas susceptibilidades en algún individuo con conciencia política que se apresuró a afear al diseñador exquisito su falta de compañerismo y empatía con sus congéneres homosexuales al fraternizar con una pareja tan claramente homófoba, y es aquí donde el señor Gabbana dijo lo que pensaba:
-¡No me gusta que me llamen gay!… ¡Yo soy un hombre!
Si hubiera dicho que lo hacía por dinero, fama o simplemente porque es su negocio, nadie se hubiera fijado mucho en algo tan normal, aunque algunos hubiéramos torcido un poco el gesto, pero la brillante frase pronunciada nos indica hasta qué punto el señor Gabbana está necesitado de tratamiento y reeducación.
Efectivamente es un hombre, nadie lo duda, y justo por eso es gay, porque le gustan otros hombres (o chicos) como él. Si fuera mujer o heterosexual nadie lo llamaría gay, pero este sujeto pertenece a esa clase de mariquitas esquizofrénicas que se indignan cuando las etiquetan tan correctamente como él hace con sus prendas: ¡gay yo! ¡De ninguna manera, a mi sólo me gustan los hombres!
Tal vez quiera decir, como el también exquisito Lagerfeld, que a él no se le puede comparar con los gais del montón, porque él habita en el Olimpo de los millonarios, pero ¡ay! la etiqueta de gay, como la de ser humano, es aplicable a toda la especie y, además, llueve sobre mojado, puesto que conjuntamente con su socio estuvo de acuerdo no hace mucho en que los gais no deben adoptar niños, ya que crecer sin los espaguetis de una mamma como es debido y un padre bien macho es seguro de infelicidad.
El señor Gabbana es escasamente original por arcaico, al repetir el viejo esquema hipócrita aún tan vigente en Italia y tan del gusto de los conservadores en todas partes: "la homosexualidad existe ¡ay qué desgracia!… pero hagamos como si no existiera, no hablemos de ella, no la nombremos…. porque en realidad nadie es homosexual, sólo hay personas con gustos peculiares que se practican en secreto ¿que esto causa infelicidad y problemas?… Sí, pero sólo a los pobres, los ricos y famosos tienen valedores y dinero y, más importante aún, no pueden ser etiquetados."