viernes, 17 de enero de 2014

A LA DELINCUENCIA POR LA MORAL

Hay gente que confunde el concepto de moralidad con la obediencia a normas atrabiliarias, pero obedecer no es siempre una virtud, sino que puede ser un grave defecto, como se les recordó en Nuremberg a los obedientes nazis que siguieron órdenes criminales.

Las religiones en general suelen imponer doctrinas basadas en textos oscuros, tabúes y colecciones de prejuicios acumulados a lo largo del tiempo, sin que quepa muchas veces el menor atisbo de racionalidad, o la posibilidad de excusar al que no las cumple, que es tildado de inmoral y mala persona por el simple hecho de no acatar los absurdos que se imponen.

De todos es sabido el horror al sexo en general de que hacen gala las diversas versiones de Cristianismo, pero este miedo tan irracional, apoyado antiguamente en los prejuicios, el machismo y el sexismo de una sociedad absolutamente patriarcal, lleva a los seguidores de estos dogmas a patentes contradicciones que traicionan el mismo absurdo objetivo principal: evitar todo sexo no reproductivo y fomentar la castidad.

El proceso es el siguiente: puesto que el sexo es malo no debe darse ninguna educación sexual a niños y adolescentes, que deben ser mantenidos en la ignorancia el mayor tiempo posible, aunque bien asustados con las terribles penas propuestas para la más mínima transgresión. Como, además, el sexo debe tener consecuencias se impide el acceso a los anticonceptivos o se hace muy difícil.

Dado que las hormonas son más poderosas que el terror, lo más seguro es que un buen número o la mayor parte acaben cayendo en falta antes que después. Un chico puede masturbarse y sentirse condenado por ello, pero una adolescente puede quedarse embarazada, prácticamente sin saber cómo y, en consecuencia, ser obligada a ser madre, puesto que, según los dogmas, el feto, un conjunto de células sin conciencia ni posibilidad de sobrevivir fuera de la madre durante bastante tiempo, es un ser humano con todos los derechos al encerrar un alma inmortal creada por la divinidad misma.

La obsesión antiabortista, derivada de la convicción de que todo sexo debe conducir forzosamente a la reproducción y de la extraña idea de que la divinidad crea almas, para las que necesita el concurso humano, lleva a la creencia de que todo aborto es un asesinato premeditado.

Cuando los administradores del dogma tienen una influencia indebida en la sociedad civil, sus prejuicios y supersticiones los llevan a forzar a las autoridades a convertir en delito lo que no es más que creencia, de modo que si la mujer decide abortar se convierte en criminal.... aunque no se crea una palabra de lo que cuentan los archimandritas.

Algunos también confunden la moral con la simple  opresión


jueves, 9 de enero de 2014

LEGISLANDO CONTRA LA SOCIEDAD

Sorprende a cualquier observador la torpeza, falta de oportunidad y de realismo con la que se pretende "reformar", en realidad casi eliminar, la posibilidad de abortar en España. La ley vigente carece en realidad de alternativas racionales y realistas y este intento de retrasar el reloj tiene dos graves defectos: es una patente reducción de los derechos y autonomía de la mujer y llega tarde, muy tarde, cuando en la sociedad española no es ya un tema polémico sino mayoritariamente aceptado. No es de extrañar, pues, que dentro del mismo partido del gobierno haya muchas personas en contra de la aprobación de semejante engendro.

Hace poco que Rosa Díez, principal figura de UPyD, en su intento de distinguirse del PSOE, publicó un artículo diciendo que la reglamentación actual hubiera debido discutirse más y que la forma de la que se aprobó "dividía la sociedad", aunque es evidente que ella está básicamente de acuerdo con la normativa y no cree que debiera cambiar. Este pretexto de división social se ha traído a colación también cuando se aprobó el matrimonio igualitario y en ambos casos es retórico: en una sociedad hay individuos de diferentes convicciones, pero estar en contra de algo no puede producir división real cuando una norma no obliga a nada sino que da la posibilidad de hacer algo sin tocar las convicciones de los que están en contra. Ninguna mujer es forzada a abortar, tampoco nadie está obligado a contraer un matrimonio con persona del mismo sexo cuando no se desea.

La ley propuesta, en cambio, sí que es un elemento de división al obligar a mujeres a ser madres contra su voluntad, negándoles la posibilidad de decidir. De hecho reduce de golpe los derechos de la mitad de la sociedad y criminaliza actos que la gran mayoría no considera delito.

El origen confesional católico ultramontano de la ley es tan evidente que cualquier excusa en contra se da de bruces con la lógica más elemental. La protección de fetos inviables como si se tratara de seres humanos completos solo se entiende desde las medievales creencias que ponen un alma en el embrión desde el momento de la concepción y que consideran que solo el sexo reproductivo es lícito. No es lícito, sin embargo, desde cualquier perspectiva democrática que una secta particular se empeñe en imponer a toda la sociedad sus dogmas y convicciones, sin la más mínima consideración por el sufrimiento ajeno.

El error de creer que la sociedad puede ser moldeada a contra corriente por leyes retrógradas es considerable. Una ley de estas características creará sin duda graves problemas de aplicación, puesto que es más que posible que haga renacer abortos clandestinos y peligrosos, que sea desobedecida con frecuencia o que se aplique con la hipocresía habitual: personas con medios que se las arreglan para abortar y sin medios que sufren o recurren a soluciones desesperadas.

Gastar mucha energía en una ley que nace con fecha de caducidad solo se hace cuando se obedece a jerarcas influyentes con sotana morada, ellos mismos muy lejos de la realidad social, y cuando se intenta desviar el discurso de la deficiente moral pública, empezando por la del partido del gobierno, hacia la moral privada.