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jueves, 17 de agosto de 2017

TURISMOFOBIA Y NACIONALISMO

Si alguien tuviera alguna duda sobre la naturaleza intrínsecamente reaccionaria del nacionalismo identitario, las violentas acciones de sus más estultos representantes contra autobuses y visitantes deberían descorrer el último velo de sus ojos, si no se es tan sectario y fanático como ellos. Es normal plantearse qué modelo turístico se busca y cómo limitar los efectos secundarios indeseados en algunos lugares concretos, pero no lo es clamar por limitaciones sin plan alguno o emprender acciones violentas contra cosas y personas.
No nos engañemos, los pretextos ecologistas y populistas que se blanden son en gran parte incoherentes y contradictorios, porque la verdadera razón del dislate es nuevamente el nacionalismo en su peor encarnación, es decir, el nacionalismo identitario. Lo demuestran los grupos que a los ataques se dedican, punta de lanza de los solemnes popes de la clerecía nacionalista, reencarnación de los clérigos carlistas justamente en las mismas regiones (como bien decía un inteligente artículo de Víctor Lapuente en El País del 15/8/17).
Igual que los retrógrados del siglo XIX, que deseaban volver a los fueros medievales con la monarquía absoluta, los nacionalistas actuales, pero no modernos, han creado una fantasía más pseudomedieval que la de “Juego de tronos” en la que sus regiones están purificadas de elementos alógenos: una sola lengua, una sola bandera, un solo folclore obligatorio y unos mitos propios exclusivos y excluyentes. En este esquema, inmigración, turismo, cosmopolitismo e internacionalismo son conceptos molestos cuando no claramente subversivos.
El turismo trae dinero, pero también muchos trabajadores “forasteros” indeseados por no pertenecer a la que se quiere definir como etnia aparte, obliga a adaptarse, a contemporizar y a encontrarse con muchas personas a las que la clerecía nacionalista detesta, abre puertas, enfín y esto molesta a los que las quieren cerrar para dejar dentro a su grey soñada, pura, incontaminada y participante al 100% de su credo nacionalista.
Carlos Espinosa de los Monteros lo deja claro en El País de hoy: sólo 50 días al año en media docena de sitios concretos sufren los peores efectos de la masificación, lo que desde luego no es bastante para empezar a pensar en reducciones drásticas y soluciones más o menos arbitrarias, pero esto tampoco importa a muchos nacionalistas que han hecho método del cuanto peor mejor. Todo tiene que estar mal para que se predique el evangelio independentista, de modo que, si algo funciona, hay que cargárselo, dar sensación de caos y desastre.
El turismo no es un problema sino una indudable fuente de riqueza que, como todas, tiene que ser sometida a regulación, pero resulta cada vez más molesto para los que quisieran restaurar su brillante pasado étnico-racial-lingüístico que nunca existió y que nunca existirá en un mundo cada vez más mestizo… afortunadamente.

domingo, 8 de septiembre de 2013

ENGLISH, PLEASE

La prensa española siempre me sorprende con su extraordinaria exageración, especialmente cuando se trata de ser pesimista y descalificador. El no haber sido elegida Madrid para los juegos del 2020 parece ser una tragedia nacional, cuando no es más que un contratiempo menor. Cualquiera que viaje lo bastante sabe que las posibilidades eran muy escasas, especialmente con Tokio como contrincante. También son de todos conocidas las extrañas veleidades del COI, capaz de dar unos juegos a Pekín o a Sochi, sin tener en cuenta a los desgraciados habitantes de ambas ciudades. Era inocente pensar que se tenían posibilidades por baratura y ecología, cuando lo que se busca desde las alturas olímpicas es justamente lo contrario, espectáculo y ostentación. De todos modos, pensar que los juegos iban a solucionar problemas básicos era más bien sueño que realidad. Soy de los que piensa que se saca más con un trabajo constante y con objetivos claros que con metas artificiosas como la olimpiada, Eurovegas y otros fantasmas.

También me llama la atención la poca que se presta al hecho de que una ciudad como Madrid, objetivamente superior a muchas, tenga habitualmente tan pobre marketing para cantar bondades que sobrepasan las de otros lugares, y la buena publicidad empieza en nuestros tiempos por hacerla en inglés, idioma universal, pero aún arcano para la gran mayoría de personajes y personajillos de la política local y nacional, como demostró en público la absurda alcaldesa de la capital, que en este caso no fue iluminada por los santos de los que es devota.

Todos los señores que son algo en la política europea hablan inglés, cada uno con su acento y hasta con faltas gramaticales, pero con fluidez y sin problemas, y hablar significa comunicarse, darse a entender y comprender lo que los demás quieren, buscan y no entienden. Una buena imagen no se hace en un día, pero se deshace en una hora, construirla es una labor lenta que requiere paciencia, persistencia, simpatía y saber presentarse ante la posible clientela y sin hablar inglés esto es una labor imposible. ¿Cuándo se darán cuenta algunos políticos y también los que los critican que hablar idiomas, especialmente inglés, no es un lujo sino una necesidad absoluta en un mundo globalizado?

No para organizar otros juegos, ilusión sin mucha sustancia, sino para proyectar una imagen sólida, cosmopolita y duradera, hay que exigir a estos señores y señoras que aprendan inglés, que fomenten su enseñanza y que le den tanta importancia al menos como a las matemáticas, pero que antes empiecen por examinarse a sí mismos.

miércoles, 31 de julio de 2013

ONDAS DE VIOLENCIA

Hay personas poco conscientes y muy amantes del deporte que se enfadan cuando se anuncian boicots a juegos y eventos por "razones políticas", porque "deporte y política no tienen nada que ver." Esto es, por supuesto, falso: no hay tiranía que no haya hecho del deporte un medio de propaganda, ni país que no vea en él un modo de prestigiarse, a veces de manera muy infantil. La sociedad actual es esclava de la imagen, el marketing y los mitos; lo era ya hace mucho tiempo y eso no va a cambiar.

La actual campaña de boicoteo del Vodka Ruso y de los Juegos de Sochi el 2014 ha sido atacada por los habituales "neutrales" como exagerada, fuera de lugar, porque "¿qué pueden importarnos las leyes rusas?", después de todo ya se sabe que Rusia es un país menos civilizado y que, de todos modos los visitantes no serán molestados en general, a no ser que se empeñen en "hacer política", manifestarse o mostrar banderas del arco iris. Decir a estas personas que su indiferencia es racista, homófoba e incitadora a la violencia cae en oídos sordos, porque no hay mejor sordo que el que no quiere oír.

Las leyes rusas contra la "propaganda homosexual" (casi cualquier cosa), legitiman la violencia, del mismo modo que las manifestaciones en Francia contra el matrimonio igualitario han abierto una puerta que se creía cerrada. Si las personas LGTB resultan nuevamente sospechosas de algo, aunque sea de forma vaga y poco precisa, todos los energúmenos a los que mueven frustraciones, inseguridades, nacionalismos y odio genérico tienen un perfecto chivo expiatorio al que atacar. Como la piedra que cae en el estanque, el resultado puede ser mayor o menor, pero las ondas que se ensanchan llegan hasta la orilla y afectan a todos.

El COI es culpable si mantiene los juegos en un lugar tan hostil, pero también lo son todos los neutrales a quienes nada importa lo que les pase a los rusos, LGTB o no.

lunes, 22 de julio de 2013

NI A RUSIA NI A DUBAI

Mientras los derechos LGTB y los de las mujeres progresan en occidente, hay lugares en los que se sigue utilizando el viejo truco del chivo expiatorio contra unos y otras para tapar problemas o complacer un machismo brutal reforzado por religiones oscurantistas. Harvey Fierstein ha publicado en el New York Times un excelente artículo sobre la Rusia de Putin, en la que una ley de dureza desconocida puede meter en la cárcel a casi cualquiera que sea simplemente "percibido" como LGTB, sea ruso o turista. Parece que ya hay tres holandeses acusados de algo en la lejana ciudad de Murmansk, con las dificultades y falta de garantías que son de esperar en ese país.

Por otra parte, todos nos hemos quedado de piedra ante las surrealistas leyes de Dubái, capaces de enviar a la cárcel por inmoral a una mujer ¡por haber sido violada!... tal vez porque un verdadero macho tiene la obligación de acosar a cualquier hembra que se le ponga por delante y, si consigue su objetivo, se debe a que ella lo tentó de forma insoportable y no resistió con la suficiente fuerza, lo que quiere decir que se lo buscó o que incluso lo deseaba. Leyes tribales de un lugar con mucho dinero y muchos rascacielos, pero donde la cultura, el derecho y las mentalidades están aún por detrás de los códigos de Justiniano del siglo VI, mientras que las mujeres valen menos que las ovejas o los camellos.

¿Cómo el Comité Olímpico Internacional puede favorecer eventos internacionales en lugares como estos? Pero ya se sabe que las decisiones del C.O.I. son opacas y siempre sospechosas de favoritismos y corruptelas. Para los estados en cuestión suponen buena imagen, publicidad turística y prestigio y por eso todas las personas conscientes deben oponerse no solo a que allí se celebren, sino a cualquier actividad que favorezca la buena imagen de lugares en los que se aplican tan bárbaras leyes.

¿Qué puede pasar en los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi? Cualquier atleta, acompañante, familiar o espectador "percibido" como LGTB puede acabar en la cárcel, de modo que yo recomiendo a todas las personas decentes se priven de ir allí, a no ser que sus negocios los obliguen con absoluta necesidad, pero no solo a  Sochi sino a toda Rusia. Hay muchos lugares bellos en el mundo y, salvo si a uno le gusta el peligro o la humillación, es mejor no ir a sitios semejantes. Las mujeres, por su lado, así como todos los hombres que crean en sus derechos, deberían igualmente alejarse lo más posible de esos países en los que son poco más que ganado.

Tampoco basta con no ir, hay que denunciar y aprovechar todas las ocasiones para desprestigiar lugares en los que se persigue gratuitamente a seres humanos y se los trata con enorme crueldad y con la hipocresía propia del Sr. Putin: miembro activo de la atea KGB soviética, que ahora se come los iconos y se arrodilla ante los patriarcas ortodoxos de la Santa Rusia.

martes, 29 de enero de 2013

GASTRONOMÍA ARCAICA

La cocina en España ha progresado tanto que está entre las mejores del mundo, aunque en el extranjero se sigue en gran parte ignorando por marketing defectuoso y por la relativa baja calidad de los que se autodenominan restaurantes "españoles", que muchas veces solo sirven malas imitaciones de tapas y horribles ejemplos de la sobrevalorada paella. Si se quitan algunos nombres ilustres bastante conocidos como Ferrán Adriá, la mayor parte de la gente corriente sigue pensando que la cocina española se reduce justamente a paella y tapas, y los críticos de la Guía Michelin, que saben que no es así, procuran que nadie se entere de la verdad para seguir afirmando que Francia es única mientras conceden estrellas a Tokyo, adonde solo van europeos ricos o raros, afirmando que es el colmo del refinamiento gourmet, aunque sea la presentación más que la variedad o  el gusto lo que cuente. Lo importante es que está tan lejos que no puede hacer sombra a Lyon, por ejemplo.

Que la española sea en general una buena cocina en la actualidad no quita que en España siga habiendo muchos ejemplos de restaurantes malos e incluso perversos, como pasa en todas partes; tampoco evita que una parte de la población española no tan pequeña siga confundiendo calidad, cantidad, precio y otros parámetros, o que simplemente no esté interesada más que en comer cuatro cosas tradicionales, sin importarle mucho el refinamiento gustativo.

La gastronomía antigua, en épocas en las que solo la gente de medios comía hasta hartarse, suponía que un gran trozo de carne o de pescado frito o asado para hacerlo comestible era el colmo de la buena comida. Como se lee en el Quijote, en el pasaje de Las Bodas de Camacho, era la cantidad de aves y otras proteínas lo que impresionaba y algunos aún siguen en el siglo XVII y con la mentalidad del Lazarillo de Tormes en términos gastronómicos.

Hay en España un tipo de restaurante llamado "gallego", aunque también está atendido por asturianos o leoneses, que hace escaso honor a la comida de la bella Galicia y es hoy día motivo de deshonor gastronómico nacional. La cocina galaica es sencilla, pero sabrosa y basada en productos de calidad. Sería absurdo ponerla como ejemplo de refinamiento, porque es el producto: mariscos, carnes y pescados lo que se aprecia, pero cuando éste es bueno resulta óptima, algo muy diferente de lo que sucede en los mal denominados "gallegos".

La mala calidad de los restaurantes de marras empieza por la decoración y el ambiente: bar ruidoso a la entrada, con papeles por el suelo y la televisión a todo volumen, decoración entre kitsch y pseudorregional con madera o plástico que la imita, estomagantes cuadros de paisajes, nula insonorización, iluminación de taller mecánico y camareros en general huraños, que acuden con prisa, sirven de cualquier manera y siempre recomiendan lo más caro.

La carta suele ser larga y hasta dar gato por liebre: una carne por otra, una verdura por otra; abundan los productos congelados y en conserva recién pasados por microondas o sacados del bote, la mala grasa y lo cocinado del día anterior. Las raciones suelen ser grandes, pero eso no explica los precios, porque si uno se limita al menú del día, generalmente barato, repetitivo y de calidad mínima, sabe al menos lo que le espera, pero si se atreve a pedir a la carta es muy posible acabar pagando de cuarenta a cincuenta euros por una ensalada enorme, pero mal condimentada y sin gracia alguna y un filete de tamaño considerable, de calidad mediana y no mal hecho del todo, pero acompañado de (muchas) patatas recocidas e incomibles e, inevitablemente, de una ración de pimiento, muchas veces de lata, todo mal presentado en un plato enorme y algo grasiento. De los postres mejor no hablar, porque, salvo excepciones, suelen ser tan industriales que aún saben a metal.

Si estos restaurantes siguen existiendo es, desde luego, porque tienen su público, pero es hora de que se diga claramente que son malos, que la comida que sirven no es de calidad, que el ambiente es lamentable y que lo que hacen tal vez alimente pero no es cocina de nivel siquiera mediocre.

martes, 13 de abril de 2010

Viaje a Segovia


Hace pocos días que con el Grupo de Mayores Gays viajé a Segovia. Era Viernes Santo, lo que quiere decir que había muchísima gente en movimiento y que la ciudad estaba más invadida que de costumbre por huestes de turistas nacionales y extranjeros cámara en ristre, niños que se movían con despiste, ancianos que lo hacían con torpeza, padres y madres con angustia, etc.

La ciudad estaba tan bella como siempre y no demasiado afectada por cortes para procesiones. Vimos un amago de una entrando en la catedral, lo que me volvió a confirmar en la idea del horrible cristianismo español, tan lleno de sangre, martirios e inquisidores y tan escaso de esperanza. En casi todos los países cristianos se celebra la Pascua, la resurrección, mientras que en España ésta desaparece tragada por las lóbregas imágenes kitsch de una contrarreforma de la que nadie se acuerda.

Era interesante comparar la masa de gente contemplando imágenes religiosas y el restaurante repleto de la misma gente devorando corderos y cochinillos sin la más mínima preocupación por la famosa abstinencia. Comimos estupendamente en José María y no estuvimos demasiado pesados para caminar hasta el Alcázar y visitar su interior, aunque sin subir a la torre, claro.

El viaje en AVE una delicia, se llega a Segovia sin sentir. La información que se nos dio en el tren: planos, folletos, etc., sólo puede calificarse de excelente. La nueva estación de Guiomar una belleza... Pero el transporte desde allí al centro (6 Kms.) y viceversa un desastre: autobuses repletos, poco frecuentes y con conductores antipáticos poco preparados para recibir turistas. Hasta el precio del billete es surrealista ¡88 cents! Ciertas ciudades históricas deberían hacer un esfuerzo para remediar detalles que afean.

Un buen día en muy buena compañía.