
La actual campaña de boicoteo del Vodka Ruso y de los Juegos de Sochi el 2014 ha sido atacada por los habituales "neutrales" como exagerada, fuera de lugar, porque "¿qué pueden importarnos las leyes rusas?", después de todo ya se sabe que Rusia es un país menos civilizado y que, de todos modos los visitantes no serán molestados en general, a no ser que se empeñen en "hacer política", manifestarse o mostrar banderas del arco iris. Decir a estas personas que su indiferencia es racista, homófoba e incitadora a la violencia cae en oídos sordos, porque no hay mejor sordo que el que no quiere oír.
Las leyes rusas contra la "propaganda homosexual" (casi cualquier cosa), legitiman la violencia, del mismo modo que las manifestaciones en Francia contra el matrimonio igualitario han abierto una puerta que se creía cerrada. Si las personas LGTB resultan nuevamente sospechosas de algo, aunque sea de forma vaga y poco precisa, todos los energúmenos a los que mueven frustraciones, inseguridades, nacionalismos y odio genérico tienen un perfecto chivo expiatorio al que atacar. Como la piedra que cae en el estanque, el resultado puede ser mayor o menor, pero las ondas que se ensanchan llegan hasta la orilla y afectan a todos.
El COI es culpable si mantiene los juegos en un lugar tan hostil, pero también lo son todos los neutrales a quienes nada importa lo que les pase a los rusos, LGTB o no.
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