miércoles, 14 de mayo de 2014

EL NACIONALISMO COMO ENFERMEDAD

Las personas medias saben poca historia y la poca que saben suele estar reducida a unas pocas fechas, unos cuantos personajes y unos pocos mitos manipulados para aparecer como hechos incontrovertibles, aunque sean más que dudosos. Una de las ventajas de estudiar historia en serio, tal vez la única, es que introduce un escepticismo muy sano sobre hombres grandes y pequeños y las hazañas reales o supuestas que se les atribuyen.

Es preocupante ver cómo la historia solo se ha utilizado y se sigue utilizando cuando y como conviene para justificar las realidades políticas existentes, como si hubiera tendido a un fin concreto, o para justificar secesiones, identidades y victimismos con objetivos claros para sus manipuladores, pero voluntariamente oscurecidos para las verdaderas víctimas de la manipulación, es decir, la masa de medio ilustrados a los que se fanatiza en una dirección determinada con eslóganes, mitos y verdades a medias, dirección que siempre es el nacionalismo identitario más estrecho posible, con ánimo revanchista y excluyente.

Quien crea que esto solo pasa en Cataluña se equivoca: Escocia, Flandes, Hungría y un largo etcétera, por no hablar de la destrozada Yugoslavia, son ejemplos relevantes en nuestros días, pero tampoco hay que echar en saco roto los reverdecimientos nacionalistas en Francia, Holanda, Finlandia, Dinamarca, etc. Es como si los europeos estuvieran olvidando que de lo que se trata es de eliminar fronteras no de crearlas, de superar el localismo y de unirse por encima de mezquindades varias.

No se trata solo de evitar las terribles guerras del pasado, sino de una pura cuestión de supervivencia; Europa como mosaico de naciones-estado no puede competir con las grandes unidades mundiales ni política ni económicamente. La Federación Rusa, con muchos menos habitantes y riqueza, puede lanzar un órdago sin respuesta a una congregación de gobiernos confusos, divididos y en perpetua contradicción. Si Rusia lo puede hacer ¡qué no podrán los otros!

Me hace reír por ridícula y llorar por sus consecuencias, la idea de que la identidad es algo sagrado que debe defenderse al máximo, subrayarse y respetarse, porque solo desde una identidad perfecta se puede colaborar con los demás. Algunos que se las dan de progresistas caen en esta trampa, sin darse cuenta de que esas identidades están predefinidas por cenáculos de santones políticos y culturales y de que no describen lo existente sino que fabrican un molde al que la población castigada debe ajustarse mediante una educación sin alternativas o mediante la violencia física o psíquica cuando hace falta.

La estupidez de Dª Esperanza Aguirre descrita en el post anterior tiene su perfecta correspondencia en las airadas reacciones al escepticismo independentista de alguien tan poco sospechoso de anticatalanismo como Raimon, porque ya se sabe que si se es catalán (o se habla catalán) hay que ser catalanista, anti-español, anti-lengua castellana y pro derecho a decidir, que solo quiere decir independencia, porque si no es, por supuesto, inválido ... lo contrario se considera imposible.

Los nacionalistas son como los 3 cerditos del cuento, que se hacían su casita de juncos y otros materiales endebles, pensando que esto los protegería del lobo, pero cuando llegan los resoplidos del cambio climático, con la subida del nivel del mar, la globalización, los enormes cambios tecnológicos, las migraciones, etc., esas endebles construcciones no resuelven ningún problema serio, solo el de élites y partidos que mantienen así su monopolio... mientras puedan, que no será siempre.

¿Y las sagradas identidades?... Siento decir que hay muchas en el cementerio de la historia y que habrá muchas más, porque otra de las cosas que se aprenden si se estudia de verdad es que ninguna es ni fija ni eterna.

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