domingo, 26 de mayo de 2013

LA HISTORIA COMO REFUGIO

Fui profesor de historia durante muchos años y, tal vez por eso, no creo en las virtudes taumatúrgicas que a a veces se le achacan. La idea de que la historia enseña los errores del pasado para no volver a repetirlos es bastante simple, porque como las circunstancias nunca son las mismas es imposible cometer el mismo error. Lo más que puede hacer la historia es explicar cómo se ha llegado a un punto determinado, pero las teorías que se montan sobre causas, tendencias y fines son siempre muy inexactas, cuando no pura elucubración. Por otra parte, como cualquier otra rama del conocimiento, el estudio superficial o sectario de la historia confunde a muchos o justifica lo que se se quiere creer a priori, es decir, los prejuicios de los que se parte.

No hay épocas perfectas. Ni siquiera cuando se cree estar en la cima del mundo esto satisface a todos o garantiza felicidad, prosperidad y seguridad. La historia es un continuo devenir en la que lo único seguro es que todo cambia, pero esto es justamente lo que rechazan los que hacen del pasado fetiche y construyen los elaborados mitos identitarios que forman parte imprescindible del pensamiento reaccionario. El Estado-Nación europeo, tan bien representado por Francia, proviene de la monarquía autoritaria de la baja Edad Media y alcanza su cenit en el siglo XIX. Las historias "nacionales" explicaban esto como evolución necesaria, decretada por el destino, querida por Dios o por alguna clase de fantasmagórico y mágico espíritu de un pueblo que, al modo mesiánico, había sido elegido de alguna manera por la divina providencia. Una historia de esta clase puede convertirse fácilmente en fe, creencia u obsesión y tenemos muchos ejemplos pasados y presentes.

El sr. Dominique Venner (en la foto), que decidió suicidarse hace unos días en la catedral de París para intentar así que alguien le hiciera caso, era uno de estos reaccionarios presos en un bucle temporal de su propia creación: primero se idealiza un pasado perfecto, en gran parte embellecido o inventado, después se lo compara con el presente imperfecto, y esta comparación sirve para aumentar la desesperación y la crítica, según el modelo va quedando más atrás y la realidad se aleja hasta de lo que se criticaba al principio.

A los que son como el sr. Venner les gustaría refugiarse en ese pasado, en esa "Edad de Oro" mítica en la que a tantos hombres han creído desde que el mundo es mundo. No en vano aparece el Paraíso Terrenal en la Biblia, igual que cosas parecidas en otros mitos de creación, pero el paraíso de la Francia perfecta, libre de inmigrantes, poder colonial e hija preferida de la Iglesia Católica está ya cerrado y guardado por el ángel que sostiene la espada flamígera de la globalización. Como el refugio es imposible, el suicidio-espectáculo se convierte en grito desesperado de alguien que, de todos modos, estaba ya al final de la vida... ¡A ver si así!...

Lo siento por el sr. Venner, pero si bien el nacionalismo, el racismo, la homofobia y otros prejuicios siguen vivos y pueden dar mucha guerra,  su Francia mítica no se materializará y el estado-nación, como todas las estructuras humanas, desaparecerá o se transformará más allá de todo reconocimiento, porque la historia no tiene fin temporal o definido, más allá del inevitable del universo o de la raza humana.


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