viernes, 20 de febrero de 2015

FOBIAS

En la misma semana nos llega la noticia de que un memo (de memo y memorandum) interno del Metro de Madrid aconsejaba "vigilar especialmente a los gais" junto a borrachos, vagabundos, mendigos, músicos callejeros y demas ralea (para el Metro), mientras en Roma el Papa Francisco se larga diciendo que la transexualidad y la "falsa teoría de género" es como una bomba nuclear lanzada contra la sociedad y, por supuesto, "la familia". Son cosas distintas, pero básicamente iguales, porque la estupidez del que redactó la nota interna del Metro es sólo consecuencia de la negación a aceptar la revolución de conceptos de que este papa, como todos los anteriores hace gala.

En el cambio de época que vivimos resulta muy difícil o imposible para mucha gente aceptar que lo que siempre habían creído no es como lo creían, y que lo que veían ocultaba realidades distintas y menos claras de lo que imaginaban. Para un señor que viviera en un pequeño pueblo en 1890, por ejemplo, sólo había una religión verdadera y posible, hombres muy hombres, mujeres muy mujeres, animales a los que se podía usar y maltratar, un tipo de comida, un tipo de vestido, un tipo de clima incambiable y otras innumerables certezas acuñadas en refranes, dichos y "sabiduría" popular, es decir, una serie de lugares comunes elaborados a lo largo de milenios desde el neolítico.

No es raro, pues, que la gente desconfíe de la ciencia y hasta se rebele contra ella, porque adelantos técnicos e investigación biológica aclaran gran cantidad de problemas, proporcionan infinitos objetos y ventajas materiales y, al mismo tiempo, desenfocan el mundo binario dividido claramente en masculino y femenino, positivo y negativo, yin y yang. Resulta que ahora sabemos que hay un montón de religiones verdaderas, que los hombres tienen hormonas femeninas y las mujeres masculinas, que hay diversas orientaciones sexuales, que hay individuos que nacen en el cuerpo equivocado y que... mucha gente no quiere saber estas cosas porque les sume en la confusión, les quita las viejas certezas o  les recuerda que en la trastienda de su mente les tientan cosas que no les deberían tentar.

Hay fobias a la oscuridad, a los lugares cerrados, a las multitudes y a los microbios, pero también hay fobias a la luz que descorre velos y deja ver la propia ignorancia, la suciedad que se deriva de no haber abierto ventanas durante mucho tiempo y la fealdad de seres muy limitados que se niegan a ver su pequeñez en un universo demasiado complejo  para su gusto.

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