domingo, 8 de septiembre de 2013

COMPASIÓN

El obispo de Segovia, un tal Ángel Rubio, ha publicado una carta pastoral en la que repite los manidos argumentos católicos sobre las supuestas virtudes de la castidad, opción forzada y artificiosa de la secta que más abusa del concepto de "ley natural". Esto no es ninguna novedad y no daría lugar a comentarios, si no fuera porque de paso vuelve a condenar la homosexualidad, junto con casi todo sexo, para decir que hay que tener "compasión" con los "afectados" por el problema, con lo que quiere decir enfermedad, tal vez física, tal vez mental, pero patología (desorden como dijo Ratzinger) a fin de cuentas.

Este señor piensa seguramente que escribir esto es una prueba de caridad cristiana, de comprensión y hasta de magnanimidad, pero siento decepcionarle, porque resulta más bien insultante. El Sr. Rubio parte de la base de que él y los que le siguen son completamente "normales", que practican la moralidad más fina y que no están enfermos, es decir, no "afectados" por ningún desorden. Tanta arrogancia autosatisfecha no solo es chocante, maleducada e ignorante, sino que no ve su propio mal, puesto que el señor Rubio y sus cofrades están afectados por una patología muy particular, la de la fe dogmática y acrítica, grave desorden mental que lleva a decir muchas tonterías, acosar al prójimo y a una vida neurótica.

Los enfermos de esta peculiar patología creen todo lo que les dicen unos maestros rancios vestidos con ropas raras y que dicen saber interpretar las misteriosas doctrinas encerradas en unos textos escritos en lenguas muertas de hace miles de años; consideran que la vida es solo una prueba en la que hay que renunciar a muchas cosas, especialmente al sexo (no a la gula, la avaricia, o la soberbia), para que una vez muertos su espíritu vaya a un paraíso eterno donde el dios que los ha creado y puesto a prueba los divertirá por los restos. En caso contrario, este mismo dios, que es todo amor, se verá obligado a enviarlos a indescriptibles tormentos sin fin por toda la eternidad. Los que padecen esta peculiar enfermedad creen deber abstenerse de todo sexo, menos en los casos en que está autorizado, es decir, en el matrimonio celebrado por los mismos señores con ropas raras, que por su parte no pueden casarse ni tener hijos de ninguna manera lícita. A esto lo llaman "ley natural" y no aceptan lo que dicen sobre ello científicos, psiquiatras, filósofos y personas corrientes con espíritu crítico.

Yo exhorto a la compasión para con estos pobres afectados por el desorden de la creencia, aunque también advierto que la compasión no debe excluir la precaución, porque pueden ser violentos de palabra y obra, directamente o por medio de agentes. Una de las manifestaciones más persistentes de la patología es el empeño en obligar a todos a creer en ella o a doblegarse a las normas dictadas por los de traje talar. En el pasado hasta mataban por ello, en el presente sienten mucho no hacerlo.

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