viernes, 18 de mayo de 2007

Armarios


Hay muchos gays de más de 50 años que siguen metidos en su armario. Éstos son de muchas clases y tienen las puertas desde completamente cerradas a casi abiertas, pero todos son ahogantes y al final insanos. No se puede forzar a nadie a salir del armario, porque hay quien se siente hasta cierto punto mejor en él y tiene un miedo insuperable del mundo exterior. Pero hay que explicar que los armarios dan una falsa sensación de seguridad, que no son una verdadera defensa contra un ataque decidido y que el mundo exterior puede ser hostil, pero que no se está solo, que se puede luchar con más gente y acabar obteniendo un respeto que nunca se consigue con la ocultación vergonzante.

Es comprensible que muchas personas mayores, que crecieron en medio de la homofobia y el machismo, hayan tomado precauciones que han llegado a convertirse en una segunda naturaleza, pero todos debemos examinarnos cuidadosamente para ver hasta que punto participamos de los prejuicios que nos inculcaron.

Muchos de los que siguen en el armario están en él porque sienten vergüenza de sí mismos y se encuentran incómodos con los gays que lo muestran francamente. Aunque ni siquiera se dan cuenta, se consideran de algún modo inferiores y desean asimilarse, ser "normales", lo que les puede impulsar a cometer graves errores, como casarse con una mujer a la que no desean y no pueden verdaderamente amar y a la que convierten en víctima inocente de su miedo en un matrimonio destinado al fracaso.

En el pasado podían excusarse muchas cosas que hoy día no son fáciles de comprender, pero intentemos de todos modos ser comprensivos con los armarizados, porque también son víctimas de la homofobia. Comprensión no quiere decir, sin embargo, que no tengamos que hablarles claro cuando así conviene.

Hace muchos años conocí a un hombre casado de los muchos que rondan por saunas y otros lugares de sexo anónimo y sin compromiso. Nunca iba a bares ni sitios claramente gays y había tenido una relación de cierta duración con otro armarizado que aceptaba su papel de "la otra", con irregulares polvos de antes de las 7, para poder estar en casa con la familia a las 9 a más tardar.

El sujeto en cuestión parecía muy orgulloso de su conducta y repetía con frecuencia eso de "a mí no se me nota", mirándonos a los demás con una cierta expresión de lástima. Decía querer mucho a sus hijos, pero hablaba pestes de su mujer, con la que vivía una separación de hecho en la misma casa, esmaltada de silencios, peleas ocasionales y mutua desconfianza. Tenía opiniones sobre todo, muy conservadoras en general, y un día en que se discutía algo relativo a educación explicó el porqué había enviado a sus hijas a un colegio de monjas, lo contento que estaba de que su hijo mayor tuviera novia para casarse y más cosas de este caletre, hasta que llevado por la emoción de su propio éxito dejo caer:

-Vosotros no podéis sentir lo mismo que yo porque no tenéis hijos y estáis contentos de ser como sois, pero yo... yo he escogido ser más hombre.

El individuo se llevó una gran sorpresa cuando uno de los presentes le contestó con mucha frialdad, pero con frases bien hirientes y precisas lo que verdaderamente pensábamos de él, lo que animó a otros a seguir por el mismo camino. No pondré aquí lo que entonces se le dijo porque es bastante claro. ¿Qué le hubieran dicho ustedes?

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