viernes, 20 de enero de 2017

ESQUIZOFRENIA

Hay personas, especialmente personas públicas, que no deberían abrir la boca para no hacer el ridículo, pero callarse es muy difícil y, por otra parte, sirve para que finalmente no nos den gato por liebre y sepamos cómo piensan realmente, o cómo no piensan, ya que muchas opiniones de figuras mediáticas demuestran vacío mental, ignorancia supina o neurosis en diferentes grados.
No quiero hablar aquí del ya presidente Trump, ejemplo insigne de todo lo anterior, sino de Stefano Gabbana, mitad de la famosa marca con su ex-amante Dolce, diseñadores ambos de prendas carísimas para profesionales del lucimiento de etiquetas y aficionados también ambos a los jóvenes y bellos modelos que lucen las masculinas.
Parece ser que ante las espantadas de modistos varios, enfrentados a la horrible perspectiva de vestir a la señora presidenta, esposa del hortera Trump, el señor Gabbana dijo que él la vestiría con mucho gusto, lo que levantó ciertas susceptibilidades en algún individuo con conciencia política que se apresuró a afear al diseñador exquisito su falta de compañerismo y empatía con sus congéneres homosexuales al fraternizar con una pareja tan claramente homófoba, y es aquí donde el señor Gabbana dijo lo que pensaba:
-¡No me gusta que me llamen gay!… ¡Yo soy un hombre!
Si hubiera dicho que lo hacía por dinero, fama o simplemente porque es su negocio, nadie se hubiera fijado mucho en algo tan normal, aunque algunos hubiéramos torcido un poco el gesto, pero la brillante frase pronunciada nos indica hasta qué punto el señor Gabbana está necesitado de tratamiento y reeducación.
Efectivamente es un hombre, nadie lo duda, y justo por eso es gay, porque le gustan otros hombres (o chicos) como él. Si fuera mujer o heterosexual nadie lo llamaría gay, pero este sujeto pertenece a esa clase de mariquitas esquizofrénicas que se indignan cuando las etiquetan tan correctamente como él hace con sus prendas: ¡gay yo! ¡De ninguna manera, a mi sólo me gustan los hombres!
Tal vez quiera decir, como el también exquisito Lagerfeld, que a él no se le puede comparar con los gais del montón, porque él habita en el Olimpo de los millonarios, pero ¡ay! la etiqueta de gay, como la de ser humano, es aplicable a toda la especie y, además, llueve sobre mojado, puesto que conjuntamente con su socio estuvo de acuerdo no hace mucho en que los gais no deben adoptar niños, ya que crecer sin los espaguetis de una mamma como es debido y un padre bien macho es seguro de infelicidad.
El señor Gabbana es escasamente original por arcaico, al repetir el viejo esquema hipócrita aún tan vigente en Italia y tan del gusto de los conservadores en todas partes: "la homosexualidad existe ¡ay qué desgracia!… pero hagamos como si no existiera, no hablemos de ella, no la nombremos…. porque en realidad nadie es homosexual, sólo hay personas con gustos peculiares que se practican en secreto ¿que esto causa infelicidad y problemas?… Sí, pero sólo a los pobres, los ricos y famosos tienen valedores y dinero y, más importante aún, no pueden ser etiquetados."

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