martes, 23 de junio de 2015

ECOLOGÍA VATICANA

La reciente encíclica papal que versa sobre la obligación moral hacia el planeta ha sido muy bien recibida en todas partes, menos entre fundamentalistas religiosos, especialmente norteamericanos, empeñados en negar lo evidente y en una tonta batalla anticientífica. El documento desautoriza plenamente a algunos candidatos católicos ultraconservadores a la presidencia que, como Rick Santorum, tienen que persistir en su negacionismo para no alienarse el apoyo reaccionario en las primarias.
El texto es interesante pero menos nuevo de lo que se ha dicho: hace mucho tiempo que la Iglesia Católica, escarmentada por anteriores posiciones anticientíficas, acepta calladamente lo que sale de los laboratorios e investigaciones, incluyendo la evolución de las especies, el cambio climático y otros temas que sólo son polémicos para los que pretenden que la Biblia debe ser creída literalmente.
Mucha gente se olvida de que la Sagrada Escritura es sólo parte del dogma católico, que suma también la Tradición, es decir, el magisterio y la interpretación que se ha hecho de la doctrina a lo largo de los siglos. El Catolicismo nunca ha interpretado la Biblia literalmente y tampoco ha visto con buenos ojos un excesivo conocimiento de este texto arcano, de traducción discutida y de origen antiguo y oscuro.
La aceptación de la ciencia en general, sin embargo, no quita que se nieguen o se discutan puntos concretos, detalles aparentemente sin importancia, pero muy importantes y significativos.
Un pasaje de la encíclica papal que parece de relleno es en realidad un ataque en regla contra la diversidad sexual. En él se dice que la diferencia original de los sexos forma parte de la ecología y, envuelto en un lenguaje bien medido, se dice que los cambios de sexo, las parejas del mismo sexo y las familias no convencionales vienen a ser ataques contra el planeta.
Esto tampoco es nuevo, se trata de interpretar la ciencia a conveniencia: en vez de reconocer las variantes de identidad y orientación como innatas y no electivas, se incide en el viejo concepto aristotélico de naturaleza con sus categorías incambiables, lo que parece dar marchamo científico a la moral básicamente antisexual siempre predicada.
Nada nuevo bajo el sol de Roma.

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