sábado, 13 de junio de 2015

ADVERSARIOS SÍ, ENEMIGOS NO

Una de las cosas que enseña la edad a las personas bien educadas es que insultar está muy mal y que retrata más al que profiere el insulto que al insultado. Se puede caer en el error cuando se es joven, inmaduro y falto de control, pero cuando el insulto proviene de seres ya avanzados en edad y supuestamente responsables se está en presencia de frustrados, malvados, tontos o una mezcla de lo anterior.
Me viene esta reflexión a la cabeza con motivo del triste acontecimiento de la muerte de Pedro Zerolo, un hombre que, aparte sus numerosos méritos, era ante todo una buena persona que nunca perdía las formas, al revés que todos los personajillos que se han complacido en insultarlo directa o indirectamente. Para su vergüenza eterna, Pedro pasará a la historia como figura altruista, decente generosa y significativa de este período y de la consecución de derechos evidentes, mientras que de ellos no se acordará nadie, porque pertenecen a la caterva de deslenguados, maleducados y otras gentes de odio, cuya principal misión es procurar que los demás se sientan mal, seguramente porque también se odian a sí mismos.
En política se pueden tener muchas opiniones, porque mientras la realidad no lo demuestre todas las ideas son opiniones necesitadas de pruebas, pero en una sociedad democrática sin verdades absolutas el oponente político es sólo un adversario con el que se debe discutir y al que hay que oponerse, pero al que no hay que tratar como enemigo a aplastar, envilecer y destruir.
Aparte de los bulos, exageraciones y mentiras, nada caracteriza mejor a muchos seres innobles que los insultos, los desprecios y la mala baba que dirigen contra los contrarios. Pueden ser de raíz fascista y perfil físico: “enano”, “cretino”, “deforme”, pero también de orígenes varios que suenen mal, especialmente si el agresor quiere poner de relieve la falta de “masculinidad”, virtud suprema, del contrario al que se quiere empequeñecer.
La valentía y la valía, sin embargo, no tienen nada que ver con las hormonas, la estatura, los músculos o el miembro viril, sino con algo mucho más sutil, espiritual y profundo de lo que parecen creer las víboras maldicientes que se refugian en el insulto para suplir la razón.

No hay comentarios: