martes, 26 de mayo de 2015

DOGMAS Y REALIDAD

Es interesante observar que bastantes estados que reconocen el matrimonio igualitario son mayoritariamente católicos: Bélgica, Luxemburgo, Francia, España, Portugal, Eslovenia, Argentina, Brasil y México son católicos en alto porcentaje, pero también lo es y mucho Irlanda, donde la masiva aprobación referendaria no deja lugar a dudas.
Esto puede interpretarse de varias formas, la primera sería que la doctrina católica hace mayor énfasis en la igualdad que muchas protestantes de origen calvinista, que priman la predestinación y que orientan a la competitividad, pero esto, que no deja de ser una teoría, no es tan fundamental hoy día, porque lo que realmente sucede es que el occidente católico simplemente ni escucha ni comprende lo que viene de Roma, que es básicamente lo mismo que ha estado viniendo desde el Concilio de Trento, por poner un punto histórico determinado.
Pocas iglesias han codificado de forma tan exacta unos principios morales concretos: pecados veniales, pecados mortales, la forma exacta en que se comete un pecado, la forma de perdonarlo, quién lo perdona, la penitencia a pasar… y muchas más cosas que sólo unos pocos iniciados conocen realmente.
Seguramente esto era útil en un momento en que los clérigos gozaban de autoridad real, la ciencia era sólo una palabra, la mayor parte de los fieles analfabeta o cerca de serlo y los cultos muy pocos, censurados y metidos en una sociedad enteramente impregnada de las mismas normas.
No es que la moral católica sea básicamente mala, pero su extraordinario detalle, su obsesión antisexual, su elevación a dogma absoluto y su progresivo divorcio de realidad social y avance científico la han convertido en un fósil, algo que han reconocido al mismo tiempo L’Osservatore Romano, periódico oficioso de la Santa Sede y el Primado de Irlanda con palabras muy similares: la población de estos países, especialmente los jóvenes, no toma en consideración reglas y normas que se ven como arcaicas, arbitrarias o contra el sentido común. Normas que ni siquiera respetan los clérigos encargados de aplicarlas.
Ninguna organización puede vivir tan de espaldas a la realidad social sin sufrir las consecuencias: abandono, indiferencia, falta de personal propio y escasa motivación del mismo. El Papa Francisco lo sabe, pero un verdadero “aggiornamento” de tan vetusta institución no se ve demasiado probable, así que lo más seguro es que siga un descenso que puede ser muy largo, pero del que caben pocas dudas.

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