domingo, 13 de abril de 2014

SEMANA DE ESPANTO

Este es mi enésimo post criticando las fiestas tradicionales, pero es que no me canso de observar lo horribles que son y la actitud beata de los que las consideran más allá de toda crítica, como si no pudieran siquiera discutirse. Ni que decir tiene que entre todas ellas las de la llamada Semana Santa son de las más feas y de las que más evocan cosas desagradables, pero de las que más partidarios tienen por un sinnúmero de irracionalidades.

Procesiones hay en todas partes y en diversas culturas y religiones; lo de pasear simulacros de los dioses como si estuvieran vivos para ser adorados o hacer acto de presencia entre los míseros mortales es una costumbre viejísima, pero la vejez no es garantía de belleza ni de espiritualidad, más bien lo contrario. El ejemplo perfecto son los invasores cortejos de penitentes armados de cirios, vestidos de sotana y capuchón que desfilan delante o detrás de imágenes que representan sádicos tormentos, o lacrimógenas madonas decoradas con la parafernalia más kitsch imaginable.

La mayor parte de las ciudades españolas sufren esta invasión estacional que retrotraen a un país bastante moderno y poco religioso a una época de infeliz recuerdo, sea ésta la del nacional-catolicismo o la de los autos de fe inquisitoriales. Es como si se suspendiera de pronto la normalidad para dar paso a unos días en que se supone que todo el mundo debe estar tristísimo y recrearse en la representación de mitos supuestamente salvíficos, pero realmente opresivos y castrantes. Aún recuerdo cuando la semana de marras suponía la eliminación de música, espectáculos y hasta risas, en una actitud en todo similar a la de los más hirsutos ayatolás iraníes.

Ver estas fiestas como atracción turística, especialmente en las ciudades sureñas en las que adquieren mayor protagonismo, puede tener su punto de lógica, pero no ver que fuera de estos lugares no son más que un medio de influencia de una religión particular, que se vale de ellas para invadir espacios públicos y mantener una presencia artificial es ceguera voluntaria.

Tradición no es sinónimo de bondad o belleza y excusarlo todo por ella es simplemente absurdo. Espero que llegue un día en que se limiten estas manifestaciones de fealdad idolátrica y se releguen al interior de templos o a lugares semi-invisibles donde no contaminen la vista ajena.

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