domingo, 18 de enero de 2009

Malas amistades


No cabe duda de que la última obsesión de la Iglesia Católica es la homosexualidad, que es sacada a relucir en todo momento, venga o no a cuento. Ahora ha sido en el "Encuentro de las Familias" en Méjico, una de esas ocasiones multitudinarias, a modo de Woodstock en versión pía, a las que el Vaticano es tan aficionado para que se vea en televisión el poder de sus masas.

Con un lenguaje artero, pero bien transparente, el cardenal Antonelli ha repasado la bien conocida doctrina de que familia es sólo la compuesta por hombre y mujer, unidos en matrimonio y con hijos. Las fuentes no citan si añadió el adjetivo "indisoluble". Es posible que no lo hiciera para no asustar, aunque por supuesto se sobreentiende que para la Iglesia todos lo son... menos cuando los disuelve ella misma.

No contento con excluir el enorme número de familias que no entran en tan estrecha definición, cargó a continuación contra las relaciones homosexuales, a las que definió como "de simple amistad", para añadir que se puede pensar bien o mal sobre ellas (mal para la iglesia), pero que nunca pueden equipararse a la verdadera familia y que los estados no deben darles el menor reconocimiento jurídico, sino que deben permanecer como algo puramente privado.

El Vaticano quiere a los gays en el armario y criminalizadosLos que no se fijan en la letra pequeña, algo de lo que todos somos culpables más de una vez, especialmente cuando nos engañan en el banco, puede que no aprecien lo que esto significa: no es que la Iglesia se oponga sólo a la palabra "matrimonio" para las relaciones entre personas del mismo sexo, es que se opone a cualquier clase de reconocimiento, llámese unión civil, pareja de hecho u otro término, porque los gays deben ser discretos, esconderse, desaparecer de la vida pública, es decir, avergonzarse de lo que son y volver plenamente al armario.

Decir después que no se desea ningún mal a los gays es una contradicción en los términos, puesto que la aplicación de semejante doctrina en la sociedad supondría el colgar directamente un sambenito de anormales, desviados, inmorales y viciosos a todos los homosexuales, que quedarían criminalizados de hecho, aunque el código penal no incluyera en sus artículos la sodomía. Muy coherentemente la Iglesia se opone a toda ley antidiscriminación cuando se proponen.

Este encarnizameinto no es comprendido por la mayoría que no entiende en qué perjudican los homosexuales y sus derechos a la abrumadora mayoría heterosexual. Contra lo que dice la doctrina no causan ningún perjuicio, la hostilidad eclesiástica proviene de su negativa a reconocer la homosexualidad como pecado o como antinatural. Una afirmación semejante pone en cuestión la doctrina y la moralina sobre la que se basa una iglesia que sólo con dificultad ha aceptado la evolución científica, pero que es cada vez más hostil a la investigación biológica que demuestra falsos muchos de sus presupuestos morales. Es un hecho que la homosexualidad tiene raíces genéticas y biológicas, aunque no sean las únicas; una verdad muy molesta para los que la quieren convertir en vicio.

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