lunes, 26 de enero de 2009

El ambiente puede ser peligroso para la salud 2


La atmósfera que reina en la casi totalidad de los bares de ambiente no es sana: humo, alcohol, ruido, aseos imposibles, iluminación para lechuzas y una decoración tan fea y barata que estropea el gusto. Pero como a todo se acostumbra uno, los largos años en que estos lugares fueron los principales para la socialización de los gays crearon hábitos y éstos resultan difíciles de cambiar.

Los mayores que viven solos y sin pareja son los que pueden sentirse más impulsados a acudir a ellos con excesiva frecuencia: pueden encontrarse con conocidos y, aunque todos dicen que no van a eso (¡Ah, yo sólo vengo a tomar la copa!), siempre queda la esperanza (débil) de hallar un acompañante de corta o larga duración.

Los bares gays han perdido glamour y utilidadAcudir de vez en cuando a un bar puede ser hasta divertido, pero caer en el hábito hasta convertirse en parte del mobiliario tiene efectos negativos. En primer lugar, si hasta los no habituales ven a alguien como un objeto de la decoración, la invisibilidad aumenta y con ella la imposibilidad de que alguien le tome a uno en serio. A esto hay que añadir otros efectos secundarios peores cuanta más edad se tiene: aire tóxico, tentaciones alcohólicas, peligro de sordera inducida por exceso de decibelios, alteraciones del sueño por horarios imposibles y ropa arruinada por la suciedad imperante o los fluidos químicos y fisiológicos fuera de lugar.

Es decir, que quien haga de un bar o disco gay el centro de su ocio, único o preferente, aumenta los riesgos para su salud y, paradójicamente, es posible que también se encuentre más aislado: los amigos de bar no pasan de conocidos y la amabilidad de los camareros está en relación directa con el consumo del cliente. Si el bar es de jóvenes la invisibilidad está garantizada, a no ser que se vaya a comprar profesionales del sexo, si es de personas de más edad (hay poquísimos) la clientela está formada por habituales que parecen vivir allí.

Pocos mayores de dan cuenta de que fue el armario, aunque estuviera semiabierto, el que nos empujó a toda una generación a frecuentar estos lugares con más frecuencia de la debida y que sigue siendo el armario lo que evita la corrección del hábito para la mayoría, puesto que hoy día se puede socializar de formas diferentes y no siempre dependientes del ambiente.

¿Pero qué puede hacer el gay mayor casado con una mujer, el que vive con familiares con los que no se atreve a hablar, el que se oculta de compañeros de trabajo y de amigos héteros?... Pasar una puerta cerrada y sentirse a resguardo, rodeado de congéneres.

Claro que no son éstos los únicos clientes, también los hay que acuden por otras razones, pero si no lo hemos hecho ya todos deberíamos pensar si nos gustan realmente estos lugares, examinar qué sacamos de ellos y si no podríamos sustituirlos. En sus tiempos el bar fue un refugio, hoy es más bien un corral en el que algunos se confinan sin ver más horizonte.

También están las saunas, pero de ellas hablaré otro día.

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