jueves, 3 de septiembre de 2015

FASCISMOS CON CARETA

En estos días dramáticos en los que se ahogan y son maltratados miles de refugiados, en los que Europa se juega su futuro y se replantea su estructura y su razón de ser, cuando es evidente que el cambio climático está aquí para quedarse y que mares y océanos suben de nivel y amenazan las costas, con una China cada vez más poderosa, más en crisis y por tanto más agresiva, con la democracia en cuestión en todas partes y cambios tecnológicos y económicos difíciles de entender y de asimilar, resulta que la gran solución para todos los problemas, al menos para los catalanes, es…. ¡la independencia! o, con otras palabras, más nacionalismo y más de lo mismo. Resultaría ridículo si no añadiera un problema gratuito a una situación europea y mundial con pocas soluciones evidentes. Aunque lo más evidente es que los nacionalistas de las barras no quieren solución alguna alternativa, será sí o sí con mayoría, con minoría o por la fuerza, sin que pueda atisbarse el mínimo indicio de respeto por normas democráticas que se invocan pero que no se obedecen porque todo debe someterse al principio indiscutible de que Cataluña debe ser independiente.
Mucha gente ingenua aún se cree que fascismo es sólo lo que se confiesa como tal y se reviste de camisas negras, pardas o azules, pero los hay con muchas apariencias y en diferentes grados, aunque lo que caracteriza a todos es la falta de elección real: ponemos urnas, pero sólo puedes votar lo que nosotros digamos. En algunos te juegas la vida o la cárcel, en otros la exclusión social, en todos la libertad real desaparece para ser sustituida por un simulacro o por algo peor.
Hay también numerosos crédulos y bienpensantes que intentan hacer equilibrios, repartir culpas y establecer simetrías, pero estos ejercicios no valen de nada contra el nacionalismo, especialmente si éste es cada vez más étnico, excluyente y atado al dogma como la religión. Muchos de estos bienpensantes culpan al presente gobierno de España de la “situación” y algo de culpa tienen éste y agunos anteriores, pero no por lo que se suele decir sino por todo lo contrario, es decir, por haber contemporizado excesivamente y no haber dado importancia a lo que siempre ha sido un objetivo claro de un nacionalismo con mezcla de complejos de superioridad e inferioridad, enteramente impermeable a casi cualquier razonamiento, bien diferente del exagerado enemigo, que lleva muchos años intentando ser inclusivo y respetuoso hasta con los que  le insultan.
Poner fronteras donde no las hay es hoy completamente irresponsable, especialmente cuando se disfruta de libertad, elevado nivel de vida y reconocimiento de la diferencia. Dice muy poco de un supuesto europeismo del que tanto se ha presumido en el pasado para despreciar al vecino, pero dice mucho de los futuros proyectos de un pueblo, una lengua y un proyecto obligatorios, porque con él no hacen falta camisas de colores y los que queden excluidos de él tendrán que callarse o marcharse.
Los dioses castigan a veces concediendo lo que más se desea. Es posible que tras las nuevas fronteras los patriotas se encuentren con que tienen que gastar mucho más recursos en cosas en las que antes ni pensaban, que ciertas industrias prefieran otros pagos menos aislados y que los sueños de convertirse en la Dinamarca de la fábula se transformen en pesadillas de déficits, desempleo, divisiones y un enorme aburrimiento solipsista.
Es hora de que los que creen en el progreso y la evolución superen el atasco ideológico y salgan de la trampa sectaria de pensar que unos nacionalismo son mejores que otros sólo por el hecho de haber estado contra la dictadura en el pasado. Muchos todavía no se dan cuenta de que la mayor debilidad de la verdadera izquierda es seguir instalada en ideas y símbolos antifranquistas, cuando esto ya no tiene utilidad alguna y pone anteojeras para reconocer las nuevas tiranías que se pergeñan o que ya están aquí con caretas diversas.

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