viernes, 21 de noviembre de 2014

LEVANTANDO LA ALFOMBRA

Todo el mundo sabe que una mala costumbre de las personas que limpian mal es empujar polvo y pelusa debajo de la alfombra para que no se vean, aunque la limpieza sea así más aparente que real, pero todo se descubre cuando alguien levanta un día una esquina y ve lo sucio que está todo debajo. Hay muchas alfombras que se levantan estos días en España, pero siempre me sorprendió que el gran tapiz eclesiástico permaneciera más o menos fijo y sin que nadie se atreviera a levantarlo hasta el estallido del escándalo pederástico de Granada.

Me sorprendía porque yo sabía de muchos casos que me habían contado víctimas de mi generación y era bastante raro que España fuera una excepción, con todo lo que se había documentado en Irlanda, Estados Unidos, Escocia, etc. Podemos alegrarnos de que ya no lo sea, no porque creamos que también debe haber víctimas aquí, sino porque por fin se ha roto la conspiración de silencio que protegía un modo de ser, de actuar y de ignorar muy típico de países católicos y sociedades mediterráneas, proclives a mirar más a la apariencia que a la realidad y a avergonzar a las víctimas en vez de a los verdugos.

Que un grupo de curas forme una especie de secta de abusadores es ya bastante grave, que el mismo grupo esté formado por fundamentalistas y reaccionarios muestra hasta qué punto la Iglesia Católica ha perdido el norte moral, o más bien la tradicional confusión clerical entre sentirse poseedor de la verdad absoluta, detentar privilegios indebidos y creerse por encima de la moral que se impone a los demás.

Hay que agradecer al Papa Francisco que practique lo que predica, que haya pedido perdón a la víctima y que haya obligado al reticente arzobispo de Granada a tomar medidas más serias de lo que pretendía. El resultado no va a ser bueno para una iglesia como la española, en una situación mucho más crítica de lo que quiere ver, muy desprestigiada, con decreciente influencia social y con mal pronóstico a medio plazo.

Es animador que las víctimas se atrevan a denunciar y triste que no haya sucedido antes, pero los individuos de mi generación, muy traumatizados por educación, política y familia, no estaban seguramente en condiciones de enfrentarse a un tigre ahora de papel, pero antes todavía con dientes. Lo siento por ellos, porque nunca se olvida lo que no se supera y muchos seguirán sufriendo secretamente lo que nunca se atrevieron a declarar, incluso ante sí mismos. Tal vez algunos se sientan reivindicados por persona interpuesta.

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