sábado, 21 de noviembre de 2015

40 AÑOS DESPUÉS

La historia no se revive, aunque se olvide o se ignore; esto no deja de ser una bella frase para consumo de historiadores aficionados, pero tiene un ribete de verdad: pueden cometerse errores similares en circunstancias parecidas. Nada es igual, pero todo se parece porque la humanidad es siempre la misma con sus virtudes y defectos.
En 1975 yo tenía 31 años, había regresado hacía poco del Extremo Oriente y llegué justo para asistir a la larga agonía, tan interminable como su dictadura, del siniestro personajillo que encarnó durante tanto tiempo lo más negativo de los estereotipos autoflagelantes con que los españoles se denigran a sí mismos. Tanto duró su reinado que muchos creyeron y algunos todavía creen que los clichés eran las fotos reales y siguen cambiando los positivos a negativos en cuanto surge la menor crisis, pero la memoria tiene la función de recordar el pasado, no de teñir el presente de pesar o melancolía, como si la historia fuera insuperable o hubiera que vivir eternamente en ella.
El olvido forzado no funciona, y uno de los numerosos errores de la derecha tradicional española ha sido el de intentar enterrar, junto a los fusilados en las cunetas, su esencial colaboracionismo en el encumbramiento, duración y crímenes del dictador. De este modo ha conseguido que perdure una cierta división guerracivilista en la población, deslegitimar símbolos nacionales y hasta hacer sospechoso un patriotismo normal, dificultado por la mezquindad que ha prodigado y que sería muy útil ahora y en el futuro para contrarrestar los etnicismos esencialistas y retrógrados de los caudillos frustrados de la periferia. Reconocer que el padre o el abuelo se portaron mal o muy mal puede ser doloroso para algunos, pero cuesta poco y hubiera dado buenos réditos.
Igualmente, desde la atalaya de mis 71 años soy muy consciente de que los traumas del pasado no justifican victimismos permanentes ni explican pasividades inaceptable. Individuos y sociedades pasan por épocas buenas y malas en el constante devenir, pero no todo puede explicarse o debe excusarse por la historia, porque ésta no tiene más objetivo o dirección que los que nosotros le demos en un mundo complejo y cambiante. Con la edad crece el escepticismo sobre fórmulas mágicas, taumaturgos y supuestos paraísos, pero también permite ver que aplicando remedios se consiguen resultados, igual que ayuda a identificar el resentimiento y la mala fe que hay tras muchas críticas “objetivas”.
Poetas, literatos y artistas en general cultivan con frecuencia la depresión individual o colectiva porque crea bellas imágenes, figuras del lenguaje y ayuda a criticar efectivamente injusticias o fealdades, pero el arte es un reflejo de la vida, no la vida misma, y caer en una contemplación morbosa de nuestras propias obsesiones tomando metáforas como realidades sólo nos aísla del mundo que nos rodea y nos deja inermes ante peligros ni vistos ni imaginados.
No nos olvidemos del pasado, pero miremos siempre hacia adelante porque ni España ni el mundo se parecen a lo que eran en 1975 y aún menos a lo que fueron en 1936. No nos dejemos embaucar por revisionistas históricos o económicos de varios pelajes que cortan patrones a medida y nos quieren hacer mirar por anteojos con filtros hacia el pasado o el futuro, el centro o la periferia. Somos bastante mayores para analizar lo que nos rodea y decidir qué hacer. Los muertos están en pinturas, fotos y tumbas, no son ni siquiera los fantasmas en los que creen los simples.

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