miércoles, 22 de abril de 2015

10 AÑOS

El 22 de abril se cumplen 10 años de la aprobación del matrimonio igualitario en España, una ley entre las varias que han puesto a la legislación española entre las más avanzadas del mundo en cuanto a derechos individuales en general.
Lo más destacable de la experiencia después de 10 años es la normalidad: el matrimonio igualitario no es hoy noticia porque se trata de algo habitual y no despierta polémica, excepto entre extremistas. Cierto que algunos jerarcas de mitra y oscuras asociaciones pías aún se revuelven de vez en cuando, pero, como pasó con el divorcio y en menor medida con el aborto, la sociedad en general ha admitido la norma, se ha acostumbrado a ella y se ha olvidado de que alguna vez no existió.
Vistos a distancia, o cuando se repiten en los países en que todavía se discute, los argumentos empleados para descalificar el matrimonio igualitario resultan risibles: fin de la raza humana, aumento de la promiscuidad, pedofilia generalizada, conversión de masas a la homosexualidad, ruina y desprestigio del matrimonio entre personas de distinto sexo, etc. Ni entonces ni ahora se comprende que la extensión de un derecho legal a una minoría pudiera suponer un perjuicio para la mayoría, pero los defensores del monopolio moral siembran el miedo cuando ven amenazada su estrecha visión de la sociedad como estructura invariable y encerrada en rígidas reglas sexuales y de género.
El matrimonio igualitario no es un perjuicio sino un beneficio para la sociedad que lo admite, porque como sucedió con el matrimonio civil o el divorcio en su día, termina con injusticias legales, permite el ejercicio de derechos como adopción, herencia o representación legal a personas a las que antes se les negaba y normaliza, es decir, integra, a muchos individuos condenados a vivir al margen sin culpa alguna. No crea ningún problema, pero termina con muchos.
El matrimonio igualitario ha contribuido a la aceptación de la diversidad en España y es una prueba de cambio social. Hay todavía supuestos críticos que truenan contra el país “porque nada ha cambiado desde Fernando VII” o “porque aquí se acepta muy mal al diferente” y que duda cabe que siempre hay camino que recorrer, pero el recorrido desde que yo soy consciente hasta ahora en los últimos 50 años es tan sideral que lo hubiéramos considerado simple fábula o ciencia ficción. Yo les pagaría a estos críticos un viaje del Ministerio del Tiempo a 1960, pero no soy tan inhumano como para desearles que se quedaran allí, solo los castigaría con uno o dos años de permanencia.

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