miércoles, 14 de abril de 2010

Aburrimiento


Hay autores que envejecen sin remedio, subversivos, brillantes y renovadores de una época se trocan en palabrería sin sentido en la siguiente. Me temo que Genet es uno de ellos. Ayer tuvimos que padecer yo y unos amigos dos horas cuarenta minutos de aburrimiento asistiendo a la representación de "El Balcón" en las naves del Teatro Español en El Matadero de Madrid.

No es que la burguesía no sea hipócrita y corrupta (véase el Gürtel), ni que los ciudadanos no anden despistados y se dejen engañar por los figurones y los oropeles hoy como hace cincuenta años, pero el planteamiento que se hace en "El Balcón" es rancio y, peor aún, confuso, lo que en su tiempo podía ser provocador (el burdel) resulta hoy banal y los personajes, más bien arquetipos, son a veces casi incomprensibles. Si a esto añadimos un texto farragoso y repetitivo tenemos el aburrimiento garantizado.

El montaje de Ángel Facio es brillante en su concepción del espacio escénico, pero no tanto en la insistencia en hacer participar a unos espectadores aturdidos por explosiones ensordecedoras, obligados a volverse incómodamente hacia el balcón trasero (menos mal que sólo fue un momento) y castigados con discursos decimonónicos y el canto a de "¡A las Barricadas!" durante el bienvenido intermedio... que no fue tal. Un buen número de sufridas víctimas decidió huir y no aguantar la segunda parte, algo mejor que la primera, pero no suficiente para justificar la obra.

Tal vez con grandes cortes y un montaje bien distanciado, puesto que aquí se trata de los arquetipos del poder y no de los revolucionarios, de los que sólo se habla como amenaza, "El Balcón" hubiera sido más soportable, pero lo dudo. Genet conocía muy bien un mundo marginal de su tiempo que pinta con gran habilidad, pero los grandes discursos con pretensiones filosóficas no eran lo suyo y los años los ha convertido en pura arqueología.

Los intérpretes hacen lo que pueden, pero la mala sonoridad de las naves tampoco ayuda mucho cuando los actores hablan simplemente a media voz, lo que contribuye aún más al desastre.

La moraleja es que hay textos que están mejor en las bibliotecas.

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