domingo, 28 de febrero de 2010

El autodesprecio


La edad y la experiencia no son obstáculo para que todavía haya gays que se sientan inferiores a los demás y que, por lo mismo, se crean y se dejen dominar por el desprecio que hacia ellos se dirige desde las filas de reaccionarios y fanáticos a los que gustaría volver a 1950 en todos los sentidos.

Los que hoy tenemos más de 60 años crecimos en una época en la que la homosexualidad sólo se entendía como perversión, enfermedad, pecado e irrisión. Yo he oído idioteces tales como que "los maricones tienen tendencia a dar puñaladas en el estómago", o "¿cómo se puede ser homosexual con la cantidad de chicas guapas que hay?". Una iglesia intolerante e hipócrita, el machismo cerril y unas leyes crueles se unían al silencio público más absoluto, la falta de referencias válidas y la voluntaria confusión inducida por algunos médicos y gurús culturales con claros objetivos conservadores, para que en el paisaje social pareciera que la homosexualidad era algo excepcional, raro, monstruoso y sin ninguna característica que la alejara del vicio.

¿Amor? ¡De eso nada! Los homosexuales no aman, sólo desean, son viciosos naturales, la homosexualidad es sólo sexo. Ritornello devaluador adoptado también irresponsablemente por algunos revolucionarios de salón a los que gustaba y aún hoy gusta alardear de transgresión, aunque ya no haya nada que transgredir.

Unos y otros se cierran a la evidencia de que, sea cual sea su origen (cada vez más claro que biológico), es una variable permanente en la condición humana, por lo que hay en todas las sociedades una minoría, que puede llegar al 10% de ciudadanos homosexuales, que no es una condición que se elija, que no se contagia ni se aprende y que no priva del derecho a amar, a casarse y a los demás que tienen los otros que también trabajan y pagan impuestos.

Duele mucho oír prejuicios repetidos en boca de héteros, pero duele más oírlos en boca de gays. ¿Cómo se siente la persona que se considera a sí misma peor, anormal, enferma y viciosa? Da miedo pensarlo.

Seamos comprensivos, porque son ellos sus propias víctimas.

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