martes, 7 de julio de 2009

Prendidos en los términos... interesadamente


Parecería, de tomárselo literalmente, que la gente pierde el tiempo en discutir el sexo de los ángeles cuando se habla de matrimonio y se une a “de personas del mismo sexo”. La polémica de si se debe llamar así o no ha contagiado a los homosexuales mismos, algunos de los cuales, sin saber muy bien lo que dicen, hacen afirmaciones contrarias, contradictorias y confusas, sin darse cuenta de que están cayendo en la trampa de los que se niegan a la igualdad de derechos para las minorías, en este caso sexuales, es decir, fundamentalmente las iglesias y los grupos afines.

El término debe ser igual si el contrato es igualEvidentemente lo que importa es el derecho y no el nombre, pero si los derechos deben ser iguales para todos, el nombre con el que se denominan debe ser también igual.

El matrimonio civil (el único que existe a efectos jurídicos) es un contrato con unos derechos y obligaciones específicos de los que se derivan otros. Sólo hay un tipo de matrimonio en el derecho moderno, a diferencia de tiempos pasados en los que podían darse diferentes tipos con diferentes derechos (en el derecho romano, por ejemplo). Si sólo hay un tipo de matrimonio no hay razón alguna para que este contrato adquiera otro nombre a causa del sexo de los contrayentes… a no ser que se quiera reducir o limitar su alcance.

La lucha emprendida por la palabra no es inocente sino que trata, una vez más, de descalificar desde las creencias a los que no se ajustan a una determinada norma, tenida por la única “canónica”, con el fin de hacerlos aparecer como claramente diferentes e “inferiores”, puesto que no reúnen los requisitos de “normalidad” que se predican como los únicos aceptables.

Un estado aconfesional y laico no debe entrar a considerar tales disquisiciones, sino proteger del mismo modo a mayorías y minorías extendiéndoles los mismos derechos con el mismo nombre.

No es verdad que:

El matrimonio sólo sea “verdadero” o socialmente aceptable cuando la pareja pueda ser fértil. En este caso habría que prohibirlo para los heterosexuales estériles y para todos a partir de cierta edad.

El matrimonio haya sido eternamente igual. Basta con repasar la historia para ver la evolución de la institución. Basta leer la Biblia para darse cuenta de que los patriarcas practicaban la poligamia y otras supuestas “aberraciones”.

El matrimonio no pueda variar. Todas las instituciones humanas lo hacen, la esclavitud, los derechos humanos, los de propiedad y un sinfín de otros han cambiado y siguen evolucionando.

El matrimonio de personas del mismo sexo amenace al de los heterosexuales. El aumento de la inestabilidad matrimonial tiene múltiples causas, pero carece de toda relación con la homosexualidad como tal.

El matrimonio de personas del mismo sexo fomente la promiscuidad o la infidelidad. La segunda es una vieja plaga de las parejas heterosexuales, la primera no suele ser la característica principal de las personas del mismo sexo que quieren contraer matrimonio y con él las obligaciones del mismo.

Las verdaderas razones de la inquina religiosa a la palabra hay que buscarlas en la supuesta superioridad moral, la intolerancia y la homofobia que caracterizan a tantas iglesias, así como a la increíble hipocresía con la que aceptan la realidad social, siempre que no afecte a sus privilegios.

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