miércoles, 26 de septiembre de 2007

Adelanto y atraso


España tiene sin duda una de las legislaciones más avanzadas del mundo en cuanto al reconocimiento e igualación legal de todas las personas LGTB. La reforma del código civil para permitir el matrimonio de personas del mismo sexo con todos los derechos y la ley de identidad de género que permite a los transexuales el cambio de todos los documentos legales, sin que haya sido necesaria la cirugía, son los dos instrumentos más importantes que permiten a todos los ciudadanos, sin distinción de orientación sexual, el ejercicio de sus derechos. Esto es, desde luego, motivo de satisfacción para nuestro colectivo y de legítimo orgullo como españoles.

El peor atraso es el de las personas LGTB que van contra sí mismasSin embargo, no debemos engañarnos respecto a la pervivencia en el seno de nuestra sociedad de mucha desinformación, arraigados prejuicios y minorías homófobas a veces muy influyentes. La jerarquía católica y otros grupos religiosos se siguen tomando estas leyes como insulto personal, como si con ellos se los persiguiera directamente. Hay muchos indicios que muestran que en las fuerzas armadas en general hay aún muchos individuos que siguen practicando el más rancio machismo, pero no sólo en ellas, sino en clubs de fútbol, oficinas, talleres, fábricas y un sinfín de otros lugares. Todo esto es de esperar, puesto que la ley no puede cambiar actitudes muy enraizadas que han gozado del beneplácito social durante mucho tiempo. La situación actual es en parte un regalo que ha hecho el gobierno y sólo en parte también una conquista de la sociedad civil y las organizaciones LGTB.

El atraso peor, sin embargo, es el de muchos gays y lesbianas, especialmente de cierta edad, que aún tienen problemas de aceptación y hasta se pronuncian públicamente en contra de algo que les favorece. También resulta comprensible porque hasta hace muy poco tenían el hábito del secreto y la vergüenza y su práctica sexual no estaba reñida con la hipocresía. Algunos, asustados, todavía creen que se les tolera mejor si son discretos, otros que su identidad reposa sobre un tipo determinado de hedonismo, reñido con el "aburguesamiento" que supone la pareja o el matrimonio. Unos puede que se eduquen con el tiempo, otros no tienen remedio y lo mejor es ignorarlos.

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