lunes, 13 de junio de 2016

TODO POR UN BESO

El padre del asesino de Orlando siente mucho que su hijo haya cometido el grave error de asesinar a 50 personas, entre otras cosas porque, en sus propias palabras, hubiera sido mejor dejar a Dios el castigo de esos pecadores, pero en la historia de su hijo también está él y las excusas que ofrece son más un intento de salvaguardar su futuro que muestras de pesar verdadero por las víctimas.
Decir, como ha dicho que “esto no tiene nada que ver con la religión” es un torpe intento de negar la evidencia: no hace falta ser muy religioso para infectarse con prejuicios de raíz dogmática. Son más bien las personas que conocen mal su propia religión las que suelen quedarse con una versión casi caricaturesca de la misma y los que a veces compensan sus frustraciones con alguna barbaridad asesina como atajo al paraíso prometido.
La culpa la tuvo un beso, una demostración de afecto entre dos hombres que puso de los nervios a su hijo porque lo veían su ex-mujer (maltratada) y su hijo. A la primera seguramente le gustaría ver cualquier clase de afecto en la práctica y el segundo es un niño tan pequeño que ni vería ni comprendería.
La idea de que un simple beso puede ser el origen de la muerte de 50 personas, la simple idea de que esto se pueda presentar como excusa, es una prueba del odio, la irracionalidad y la criminal estulticia que subyace tras la repetición machacona de catecismos cuyo único fin es el de controlar la mente de individuos y sociedades mediante miedos, amenazas, prohibiciones y exclusiones.
Las razones inmediatas del crimen tienen más que ver seguramente con el descontento, la baja autoestima y el sentimiento de fracaso de un individuo mal adaptado que cree convertirse en héroe cuando es sólo un delincuente, pero ¿cuántas veces oiría hablar de la impureza, el pecado, el supuesto plan divino y los infieles? ¿Cuántas muestras de afecto ajeno pondrían de relieve la privación del propio?…. La religión y los prejuicios están detrás de sus actos, aunque no aparezcan inmediatamente vinculados.
Las armas de fuego matan, especialmente cuando se venden sin control como en los Estados Unidos, pero las palabras también lo hacen y más duraderamente, porque su efecto puede durar toda una vida, una vez que se han instilado cuidadosamente en las cabezas adecuadas. Lo que se propala desde campanarios y alminares puede oler a incienso, pero la mayor parte de los humos son tóxicos. 

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