lunes, 18 de enero de 2010

Viejos y residencias I


Varios artículos periodísticos, entrevistas en la radio y algún que otro apunte en televisión han sacado a la palestra la posibilidad de que se hagan residencias especiales para mayores gays. No hay ni que decir que el tratamiento del tema ha sido más que superficial, con el aditamento populista de preguntas a transeuntes sin información alguna que responden lo primero que se les ocurre, a veces en términos irremediablemente homófobos.

En España hay una grave carencia de residencias públicas para mayores, igual que falta una adecuada red de guarderías similares para niños, un hecho mucho más influyente en la bajísima natalidad que otros de índole moral muy publicitados por la iglesia y los medios conservadores.

Los problemas de los mayores y los pequeños están íntimamente relacionados: la sociedad y el estado que la representa apenas han advertido los grandes cambios económicos y sociales que han alterado los viejos esquemas familiares; no hace tantos años que niños y ancianos podían convivir y ser atendidos sin problemas por las mujeres de la familia, que generalmente se quedaban en casa. En las clases medias (que son las que los bienpensantes toman siempre como referencia) se disponía además de servicio doméstico abundante y barato, proporcionado por las mujeres de las clases más humildes, verdaderas esclavas que si tenían familia propia no sabían lo que era el descanso. Hoy la mayor parte de las mujeres trabaja, el servicio doméstico es un lujo y, por si fuera poco, los ancianos viven casi veinte años más que antes, aunque no siempre en buena salud.

Los mayores actuales, es decir los que se encuentran en torno a los sesenta, aún activos y sin grandes problemas, sólo excepcionalmente pueden contar con un futuro de atención familiar. Las expectativas y la paciencia de los jóvenes son muy diferentes de las del pasado, pero también las suyas: están más acostumbrados a la independencia y no siempre están dispuestos a hacer de niñeros o a vivir en el mínimo espacio disponible. Lo normal es que prefieran quedarse en su casa hasta que la salud les obliga a buscar otro lugar, que es cada vez menos el domicilio de un familiar.

Los mayores gays tienen los mismos problemas de los otros, pero a menudo agravados, especialmente porque no suelen tener hijos y el alejamiento de los demás miembros de su familia suele haber sido mayor y más temprano. A eso se añade el pequeño gran detalle de que su orientación sexual suele verse con considerable prejuicio por sus coetáneos, crecidos todavía en el más absoluto oscurantismo, por una parte del personal profesional, nada educado para tratar con ellos, y por instituciones confesionales de las que dependen muchos centros. No es extraño, pues, que no pocos de ellos se vean obligados al entrar en una residencia a hacerlo simultáneamente en el armario.

Los gobiernos central y autonómicos, que aún no se han dado por enterados de las dificultades de los mayores en general, es muy difícil que se preocupen de una minoría gay, privada completamente de glamour y eco mediático por su edad.

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