domingo, 18 de octubre de 2009

La Sharia Católica


De un tiempo a esta parte, y según la sociedad se seculariza cada vez más, la Iglesia Católica y sus acólitos nos tienen acostumbrados a sus marchas multitudinarias cada vez que una ley civil no les gusta. A la prensa beata le encanta expresar grandes números de manifestantes que finalmente nada significan, puesto que si esos son todos los fieles católicos practicantes o simplemente la cuarta parte siguen siendo una pequeña minoría en España, pero a veces se interpreta como si el sistema político democrático debiera plegarse a las más altas exigencias de la religión y la mayoría parlamentaria no significara nada frente a los dogmas de la única religión verdadera.
Imponer sin convencerViendo fotos de la manifestaciónes sorprende observar la enorme cantidad de niños y adolescentes que asisten a la fiesta sin apenas saben de qué se trata, así como la pasión con que ellos y sus mayores afirman completos absurdos de fuerte contenido emocional: “se destruye la familia”, “se asesinan niños”, en vez de razonamientos con mínimos grados de convicción.
Es comprensible que los católicos se opongan al aborto desde sus creencias, pero no es aceptable que pretendan imponérselas al resto de la población como si de talibanes se tratara, dado que se trata de una opción y no de una obligación. ¿Cuántas de las jovencitas ingenuas que daban gritos se pueden encontrar mañana ante una situación límite? ¿Cuántas pueden tener que optar por algo que ahora ignoran?
Los grandes principios suenan muy bien, pero se tienen que defender en la práctica con coherencia: si no se desea el aborto hay que dar una buena educación sexual, que generalmente se interpreta como iniciación a la perversión por los mismos señores bienpensantes, promover una buena política de guarderías y ayudas familiares, reconocer sin paliativos todos los tipos de familia… y facilitar los elementos de planificación familiar que son tabú para el Vaticano.
De todos modos se trata una vez más de hacer mucho ruido porque una completa ilegalización del aborto supondría hoy la criminalización de miles de mujeres, especialmente de las más desfavorecidas, de turismo abortista a otros países y de un siniestro mercado negro de practicantes clandestinos. Pero ya se sabe que si se salvan los grandes principios el sufrimiento individual les importa poco a los salvadores de almas.

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