jueves, 1 de mayo de 2008

Iglesia y Género


No hay día sin noticias políticas, judiciales o periodísticas de la guerra montada por la jerarquía eclesiástica contra Educación para la ciudadanía, como si esta asignatura secundaria y casi irrelevante fuera la clave de la definitiva y temida descristianización de España.

La iglesia sabe que no es clave de nada, pero la estrategia está bien montada porque el verdadero objetivo es que se siga impartiendo religión católica en los centros públicos, con una asignatura “obligatoria” y “similar” para los alumnos que no escojan el adoctrinamiento, y que ambas sean plenamente evaluables, para que no se tomen como complementos sin valor.

Es un hecho que en los centros públicos los alumnos que escogen religión son hoy día minoría y que esta minoría tiende al descenso, tanto en números absolutos como según se asciende de nivel de estudios: menos en secundaria que en primaria y menos en cuarto que en primero.

El verdugo se hace víctimaNo contenta la iglesia con el descarado favoritismo que supone la enorme red de colegios católicos subvencionados, especialmente allí donde reinan “liberales” del estilo de la lideresa Aguirre, pretende mantener su influencia sobre los alumnos que se les escapan proponiendo diferentes clases de adoctrinamiento.

Para una institución que pretende imponer verdades absolutas es intolerable que la religión no tenga el rango de las demás asignaturas y aún más inaceptable que los alumnos cuyos padres deciden ahorrarles el mal trago tengan una o dos horas menos de clase, lo que puede impulsar a otros a pasar de la religión al curso siguiente. Pero lo que hace que se les lleven materialmente los demonios es que haya una materia obligatoria para todos en la que se imparten principios generales de ciudadanía, bastante abstractos y sin ánimo alguno de dogmatismo, pero que pueden contrarrestar mínimamente algunas de las irracionalidades y prejuicios dogmáticos incluidos en el adoctrinamiento católico.

Lo que más parece molestar a jerarquía y grupos fanáticos, y por lo que acusan a la asignatura de “querer adoctrinar”, es el tratamiento de la homosexualidad, puesto que, aunque éste se haga de la forma más aséptica posible, el no incluir desde el principio una visión condenatoria y negativa es inaceptable para quienes SÍ quieren adoctrinar e imponer sus principios incluso a los no creyentes, con la falsedad de que la moral católica es igual a una supuesta “moral natural”.

Informar a los alumnos de que hay minorías sexuales, que éstas no se consideran hoy día criminales y que las leyes las protegen de la discriminación es intolerable, aunque no se haga juicio de valor alguno sobre ellas, porque para la iglesia católica, como para otras convicciones cerradas a la evolución social, sexo y género son una y la misma cosa: un varón es masculino y héterosexual, una hembra es femenina y héterosexual y todo lo demás son desviaciones, desórdenes y pecados.

Algunas iglesias han tenido siempre un grave problema con la aceptación del sexo en general, reducido a una pura función reproductora y rodeado de tabúes y vergüenzas. No es extraño que estas convicciones ignoren o desprecien el consenso científico mayoritario que considera que la orientación predominantemente homosexual no depende de la elección individual y no es una anomalía, por lo que no es ni tratable ni corregible. La iglesia y sus seguidores utilizan palabras como “opción sexual”, como si de una elección voluntaria se tratase, afirman que es posible reorientarla y tratan a los homosexuales convictos como enemigos jurados de la fe, la familia (como ellos la entienden) y la sociedad entera; los nuevos judíos a los que odiar y perseguir. Esta misma convicción les lleva a creer, o a decir que creen, en la posibilidad de “hacer homosexuales” a los pobres niños que se eduquen con los blandos conceptos de EpC, contra toda la evidencia de que los ejemplos y prejuicios de una sociedad aplastantemente heterosexual nunca ha convertido en héteros a los homos.

Una estrategia llena de “newspeak” en la que la iglesia aparece como perseguida cuando es en realidad la perseguidora.

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