
Si la falta
de sensibilidad se une a los complejos de identidad se padece el "síndrome
folclórico", es decir, la idea de que una celebración particular, una
música o un baile son sagrados, irrenunciables y eternos, so pena de ofender a
los dioses telúricos, de modo que la fiesta o fiestas de marras se convierten
en monstruos sagrados no criticables, especialmente por los forasteros
"que no entienden de qué va", o que simplemente no tienen derecho
alguno a opinar, sea sobre la tortura gratuita de animales, las plúmbeas danzas
en corro, las flautas chirriantes o las imágenes de ídolos enjoyados paseadas
por las calles entre la beatería y la superstición.
Poca gente
sabe que una gran parte del folclore más popular considerado milenario es en
sus formas actuales relativamente
reciente y que, de todas formas, tenía sentido en sociedades pobres, tradicionales
y relativamente aisladas en las que la diversión era escasa y la abundancia
excepcional, por no hablar del analfabetismo dominante. La machada de perseguir
y matar un toro a lanzazos tal vez tuviera sentido cuando había que seleccionar
guerreros, pero hoy día, cuando se ve hacerlo a un señor que normalmente
trabaja de camionero, es solo una barbaridad peligrosa, un mal ejemplo y una
muestra del peor gusto estético posible.
El folclore
auténtico de nuestros tiempos es la música pop, las modas urbanas y las
costumbres reales de la sociedad, no unas vestimentas raras, que solo breve y
excepcionalmente se llevaron de verdad, una música arqueológica y unos ritos
extraños y crueles que han perdido todo sentido. Está bien que lo estudien los peritos
para guardarlo en los archivos, pero creer que en él reside la
"cultura" local, regional o con complejo de persecución es solo falta
de interés por la cultura viva y adoración por fetiches casi siempre de dudoso
gusto.