miércoles, 10 de agosto de 2016

ECOS MEDIEVALES

Resulta cansino oír al plomizo obispo de Alcalá de Henares y a sus adláteres tronar obsesivamente contra la post-modernidad, es decir contra la sociedad como es, en un extraño intento de retrotraerla a un pasado irreal por ideal, en el que familias y costumbres se adapten a su dogma y a una visión del mundo encerrada en un concepto de naturaleza arcaico y apriorístico, es decir, lo contrario de científico. El pretexto ahora es la ley madrileña contra la LGTB-fobia, contra la que arremeten con la misma mentalidad que parece tener el alcalde de Alcorcón, seguramente discípulo suyo.
Los argumentos son los manidos de siempre, aducidos una y mil veces por individuos y grupos semejantes allí donde se intenta legislar para todos, pero el central es... ¡el ataque a la libertad religiosa! Es decir, que si se defiende a las personas LGTB se ataca su religión.
Si se les pone la frase así, reaccionarán con indignación y dirán que no, que ellos no quieren que se ataque a nadie, que lo que ellos quieren decir es que están en desacuerdo con esa opción sexual que va contra la moral natural y que como la ley supone enseñar la diversidad sexual en las escuelas y ellos quieren que los niños sigan pensando que eso está muy mal o que no sepan ni de qué se trata, la ley ataca el sacrosanto derecho de los padres a educar a sus hijos como les dé la gana, la libertad de expresión y la libertad de cátedra, es decir que se trata de un ataque a todas las libertades imaginables.
La contradictoria hipocresía de esta postura se corona con protestas de respeto hacia los “confusos" individuos que se creen LGTB, personas que aún no se han dado cuenta de su verdadera identidad como hombres y mujeres heterosexuales, no se sabe exactamente por qué razón, aunque se sospecha que por las campañas de prensa, la televisión, los malos ejemplos y la conspiración del lobby (también llamado imperio) gay, poderosa estructura mundial dedicada a dinamitar las buenas costumbres y la religión. Estas personas deberían someterse a una sanación o cura de su enfermedad para ser felices y hacer felices a los obispos.
Lo interesante de este documento es que se puede tomar como resumen total del sinsentido con el que se ataca la diversidad, desde posturas dogmáticas que hacen total abstracción de los progresos científicos, de la realidad social y de los derechos individuales, para desenmascarar el autoritarismo con el que se quiere imponer una moral dogmática a toda la sociedad, justamente en contra de la libertad que se dice defender.
La idea de que existe una moral natural (coincidente al 100% con la del catecismo) es un postulado que se demuestra absurdo en cuanto se estudia un poco de antropología e historia, y se ve la variedad de códigos morales que han regido a las sociedades. Una moral natural sería practicada por chimpancés, bonobos y gorilas, especies que tienen prácticas sociales bastante distintas. La moral codificada es un invento humano práctico para vivir en sociedad, no leyes eternas e inmutables.
Nadie les va a impedir a estos señores seguir tronando desde púlpitos y cátedras, pero lo que no pueden impedir ellos en una sociedad libre de verdad es que se informe a niños y adultos de otras  posturas éticas y de que se les obligue a respetar de verdad a los diferentes, minoritarios o disidentes. No puede decirse que se respeta a alguien cuando en las aulas se imparte el prejuicio, la desconfianza o la aversión. Los padres no tienen un derecho absoluto sobre sus hijos, porque éstos no son de su propiedad, tienen a su vez derechos y deben ser informados y formados en el respeto a los derechos de los demás.
Lo más chusco a estas alturas es la idea de “sanación”, porque es tan contradictoria como todo lo demás. No sólo porque las llamadas terapias de conversión están completamente desprestigiadas por inútiles y peligrosas, sino porque si se trata de una enfermedad el individuo no es libre para decidir y no se le puede calificar de inmoral, pero si no es una enfermedad sino algo congénito en realidad tampoco.
Tal vez el siglo próximo se enteren finalmente de que las personas LGTB no escogen realmente serlo, que son tán morales o inmorales como los demás, que merecen respeto real y no postizo y, sobre todo que no han sido confundidas por ninguna conspiración imperial del lado oscuro de la fuerza.

lunes, 8 de agosto de 2016

NO BASTA CON ESO

Todavía hay personas que se creen o se fingen muy morales y ecuánimes porque no se califican a sí mismos de homófobos o racistas o misóginos, o de cualquier otra cosa hoy repudiada socialmente. “Yo nunca he perseguido… nunca he odiado… esas personas son como todas… pero…” Siempre hay un pero, y ahí está el problema.
El problema que estos señores se niegan a entender que esas personas no son como todas exactamente porque pertenecen a minorías que han sido y aún son objeto de desprecio, segregación, discriminación y otras cosas poco agradables que tal vez el sujeto que protesta no haga, pero que muchos otros sí hacen y que, por lo mismo, necesitan ayudas, estímulos y reconocimientos que los demás no necesitan, simplemente para llegar a una igualdad real, porque la legal puede estar en la letra de la ley, pero no siempre se cumple en la práctica.
Lo de negarse a entender es, por supuesto, un eufemismo, porque las personas que así hablan y que acusan a las minorías que sean, en este caso a las LGTB de exigir “derechos especiales”, se mueven por ideologías muy concretas.
Viene esto a cuento del enfado del alcalde de Alcorcón, que le ha llevado a demandar a Arcópoli, por haber esta asociación promovido la reprobación del alcalde por el consistorio, en el que el alcalde (PP) no tiene la mayoría, por su postura anti-LGTB. El alcalde se ha revuelto “indignado” porque él nunca ha estado en contra de los homosexuales, es decir, que ni los persigue ni los odia… y yo le creo... hasta cierto punto, porque su lenguaje en el artículo de respuesta al presidente de la FELGTB delata otra cosa.
Según él las personas LGTB no necesitan de leyes especiales porque todos los ciudadanos españoles están igualmente protegidos por la Constitución. Esta es una verdad de perogrullo, pero también las mujeres tienen en teoría los mismos derechos que los varones y, sin embargo, ni han alcanzado la igualdad real ni nadie se opone demasiado a leyes y reglamentos que tienden a limar las evidentes discriminaciones y diferencias que sufren. Los “ciudadanos” están aquejados por diferencias, prejuicios, desventajas y privilegios y una ley tan general como la Constitución no puede entrar en esto, que se deja para leyes especiales.
Las leyes especiales, como la adoptada recientemente en Madrid contra la LGTB-fobia, no suponen derechos especiales, sólo intentan que las personas en desventaja o minoría tengan los mismos derechos que los demás y… esto es muy significativo: el sr. alcalde de Alcorcón se ausentó de la votación de esta ley, aprobada también por su partido. Una forma muy clara de decir que no estaba de acuerdo.
Pero donde el plumero se le ve de forma inequívoca en al decir que se le ataca en base a la “ideología de género”, concepto desarrollado en cenáculos vaticanistas para encuadrar todo lo que no se ajusta al dogma católico ortodoxo en lo referente al sexo. Ni biólogos ni sociólogos ni filósofos han desarrollado nunca tal ideología, expresada simplemente en la negativa dogmática a aceptar los avances científicos y los cambios sociales, de modo que quienes usann el concepto lo hacen desde posiciones ideológicas (éstas sí) muy claras.
El sr. alcalde fue también de los pocos que se negó a poner la bandera arcoiris en el balcón municipal durante los días del orgullo (seguro que tampoco estará de acuerdo con esta denominación), porque pretextó que hay muchas banderas e intereses distintos y no se pueden poner todas. La mayor parte de los ayuntamientos ponen lazos de diferente color, carteles y otras cosas en los días de la mujer, de la madre o del lucero del alba y también cada vez más la bandera arcoiris, de modo que, si no la pone, por algo será, pero ese algo no es la neutralidad.
Estar en contra de los derechos LGTB es una opción como otra cualquiera, incluso defendible en un país libre, aunque sea con argumentos especiosos, pero se nota bastante cuando se pretende disfrazar la propia postura con indignaciones postizas.