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El Papa Francisco está demostrando que su actitud no es meramente diplomática, sino que quiere introducir algunos cambios más que cosméticos en un código moral impracticable por alejado de la realidad. Todas las iglesias cristianas en las sociedades avanzadas se encuentran hoy día en una encrucijada, tanto más dramática cuanto más rígida y autoritaria sea su organización, por dos causas principales: en primer lugar la ciencia y la libertad de pensamiento amenazan directamente la base de creencias elaboradas y desarrolladas hace milenios por y para sociedades de campesinos, esclavos y siervos; en segundo lugar la emancipación femenina, la biología y la medicina han derribado barreras y transformado conceptos de tal modo que hoy día ya no es posible oponerse a la realidad del divorcio o la posibilidad de abortar, mientras que las antiguas certezas sobre género, rol y hasta sexo biológico se han hecho más difusas y llenado de matices.
Radicales cristianos, musulmanes y laicos homófobos se han empeñado en una guerra contra los derechos LGTB en general, no sólo contra el matrimonio igualitario, y han ganado algunas batallas como en Rusia o Uganda, o siguen intentando congelar la evolución como en Italia, pero la realidad se impone y, si el consenso científico y social mayoritario afirma que las personas LGTB no son ni enfermos ni delincuentes, no quedan razones lógicas para no considerarlos ciudadanos de pleno derecho que es de lo que se trata, no de amor o aprecio, que es con lo que algunos lo confunden.
En los Estados Unidos, por ejemplo, nadie que aspire a ser respetado hace gala de racismo en público, pero eso no evita que haya racistas con fuertes y arraigados prejuicios. Lo importante es hacer el racismo inaceptable socialmente y objeto de persecución civil o penal en los tribunales cuando se manifiesta.
El Vaticano parece estar llegando a la conclusión de que, en tiempos de grave crisis para la Iglesia Católica, la oposición frontal a los nuevos datos biológicos y a los cambios sociales es tan inútil como negarse a aceptar la marginalidad del sistema solar en el universo o la evolución de las especies. Esto tampoco significa amor, sólo cambio de táctica, pero siempre hay que alegrarse de que un frente de guerra entre en relativa calma.
Radicales cristianos, musulmanes y laicos homófobos se han empeñado en una guerra contra los derechos LGTB en general, no sólo contra el matrimonio igualitario, y han ganado algunas batallas como en Rusia o Uganda, o siguen intentando congelar la evolución como en Italia, pero la realidad se impone y, si el consenso científico y social mayoritario afirma que las personas LGTB no son ni enfermos ni delincuentes, no quedan razones lógicas para no considerarlos ciudadanos de pleno derecho que es de lo que se trata, no de amor o aprecio, que es con lo que algunos lo confunden.
En los Estados Unidos, por ejemplo, nadie que aspire a ser respetado hace gala de racismo en público, pero eso no evita que haya racistas con fuertes y arraigados prejuicios. Lo importante es hacer el racismo inaceptable socialmente y objeto de persecución civil o penal en los tribunales cuando se manifiesta.
El Vaticano parece estar llegando a la conclusión de que, en tiempos de grave crisis para la Iglesia Católica, la oposición frontal a los nuevos datos biológicos y a los cambios sociales es tan inútil como negarse a aceptar la marginalidad del sistema solar en el universo o la evolución de las especies. Esto tampoco significa amor, sólo cambio de táctica, pero siempre hay que alegrarse de que un frente de guerra entre en relativa calma.