
En el cambio de época que vivimos resulta muy difícil o imposible para mucha gente aceptar que lo que siempre habían creído no es como lo creían, y que lo que veían ocultaba realidades distintas y menos claras de lo que imaginaban. Para un señor que viviera en un pequeño pueblo en 1890, por ejemplo, sólo había una religión verdadera y posible, hombres muy hombres, mujeres muy mujeres, animales a los que se podía usar y maltratar, un tipo de comida, un tipo de vestido, un tipo de clima incambiable y otras innumerables certezas acuñadas en refranes, dichos y "sabiduría" popular, es decir, una serie de lugares comunes elaborados a lo largo de milenios desde el neolítico.
No es raro, pues, que la gente desconfíe de la ciencia y hasta se rebele contra ella, porque adelantos técnicos e investigación biológica aclaran gran cantidad de problemas, proporcionan infinitos objetos y ventajas materiales y, al mismo tiempo, desenfocan el mundo binario dividido claramente en masculino y femenino, positivo y negativo, yin y yang. Resulta que ahora sabemos que hay un montón de religiones verdaderas, que los hombres tienen hormonas femeninas y las mujeres masculinas, que hay diversas orientaciones sexuales, que hay individuos que nacen en el cuerpo equivocado y que... mucha gente no quiere saber estas cosas porque les sume en la confusión, les quita las viejas certezas o les recuerda que en la trastienda de su mente les tientan cosas que no les deberían tentar.
Hay fobias a la oscuridad, a los lugares cerrados, a las multitudes y a los microbios, pero también hay fobias a la luz que descorre velos y deja ver la propia ignorancia, la suciedad que se deriva de no haber abierto ventanas durante mucho tiempo y la fealdad de seres muy limitados que se niegan a ver su pequeñez en un universo demasiado complejo para su gusto.
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