
La crueldad ha encontrado un nuevo hueco en las redes sociales, en las que se pueden dar gritos, insultar y maldecir sin dar la cara, escondiéndose tras seudónimos en una dirección de internet. Aquí encuentran ahora su lugar los que también están dispuestos a tirar piedras y formar parte de multitudes linchadoras de toros o de personas, que al linchador le da igual, sólo precisa de una percha de golpes para su ciega rabia.
La ola de burradas cuyo objeto ha sido la familia Bosé, tras la muerte de la espléndida Bimba, es el último ejemplo de esta mezquindad malvada que a veces ¡oh Dios! se escuda en una supuesta “moral” que va contra la ética más elemental. El cruel disfruta haciendo daño, se complace en su sadismo, pero tiene la necesidad de encontrarle justificaciones religiosas, políticas o sociales, cuando la crueldad nunca es ni justa ni justificable.
Los que lanzan denuestos en las redes suelen ser personas frustradas, envidiosas y resentidas, no sabemos porqué en cada caso, ni tampoco nos debe importar, porque sus problemas, si los tienen, no se solucionan con insultos ni con el daño que hacen a otros y, si han sufrido injusticias las están cometiendo ellos al comportarse cruelmente.
El cruel muestra con su comportamiento su auténtica fealdad, la supuración interior que le corroe y no le deja vivir feliz, porque no puede ser feliz el que pierde su energía en el daño ajeno. El odio que sienten está fundado en la conciencia de su propia miseria ante la belleza, la inteligencia, la bondad o la luz que emiten otros y, cuando la crueldad se ejerce contra personas corrientes, irrelevantes o incluso no muy recomendables, estamos ante cobardes que se crecen por una vez en su triste falta de autoestima.
Los tuits crueles califican al que los envía, con independencia de a quien van dirigidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario