
Lo que no se dice tampoco es que al ser una obligación social y familiar, así como la única posibilidad de vida para todas las mujeres que no fueran ricas herederas, monjas o prostitutas, el matrimonio gozaba de total estabilidad, podía ser indisoluble y sin alternativa.
Las mujeres decentes estaban igualmente obligadas a ser monógamas, pero los hombres no, puesto que en muchas culturas, entre las que se cuenta la de los patriarcas bíblicos, la poligamia era frecuente y, donde no se contemplaba de derecho se practicaba de hecho: cortesanas, amantes y segundas familias eran lo normal para los varones cuyos medios se lo permitían.
El matrimonio por amor, por libre elección de los cónyuges con implicación de fidelidad mutua es algo muy moderno, apenas se remonta a poco más de un siglo en los países más adelantados y, para destruir más esquemas preconcebidos, al ser por amor se ha vuelto inestable: sin obligación no hay permanencia porque las relaciones, especialmente las que entablan jóvenes inmaduros, cambian, se acaban o se transforman. Además, tampoco es ya un requisito para vivir juntos, de aquí que la gente se case menos y se divorcie más.
El matrimonio no era como dicen, ni era ni es como las iglesias quieren y desde luego no puede volver a ser lo que fue.
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